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– ¿Expresarse?

– Habla ameslan, el lenguaje gestual de los sordomudos americanos. Lo aprendió hace más de treinta años en el Instituto de comunicación entre chimpancés y humanos, en Ellensburg. Durante toda mi vida, me he maravillado ante sus progresos, y he compartido sus alegrías y sus penas. Se lo repito, es imposible que ella…

Se calló de repente, ante una terrible evidencia: un mono cubierto de sangre, con una víctima a sus pies, golpeada con un pisapapeles y mordida. ¿Qué había podido suceder? ¿Cómo podía Shery haber cometido semejante abominación? Clémentine trató de comunicarse con el animal, pero a pesar de sus exhortaciones, de sus llamadas a través de la reja, la mona postrada permanecía inmóvil.

– No quiere decirnos nada. Creo que está verdaderamente traumatizada.

Sharko y su colega Levallois intercambiaron una mirada. El joven teniente cogió su teléfono móvil y salió. Sharko metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros demasiado holgados. No se sentía cómodo ante aquel pobre animal acurrucado en un rincón y aquel cadáver tan joven que le miraba de hito en hito con sus pupilas vacías.

– Señora, habrá una investigación y se abrirán diligencias judiciales. Mi compañero ha ido a llamar a un equipo de técnicos que vendrán a tomar algunas muestras y a unos colegas que se ocuparán de la investigación de proximidad.

Esas palabras parecieron tranquilizar a la primatóloga, pero se trataba pura y simplemente del procedimiento habitual. Incluso el caso de un tipo colgado de una soga en una habitación cerrada por dentro exigía que se abrieran diligencias judiciales. Se debía confirmar la hipótesis del suicidio, descartando la del accidente y la del crimen disfrazado. Sharko miraba al mono. Durante unos segundos se preguntó si aquellos animales también tendrían huellas digitales.

– Comprenderá que deberán entrar en la jaula y también tomarle algunas muestras a su… mona, principalmente en las encías y las uñas, para verificar si hay sangre de la víctima, cosa que demostraría la agresión. Habrá que dormirla.

Tras un instante inmóvil frente a los sólidos barrotes, Clémentine Jaspar asintió sin gran convicción.

– Lo comprendo, pero prométame que no le harán daño mientras no se descubra la verdad. Esta mona es mucho más humana que la mayoría de la gente que nos rodea. La recogí agonizante en la selva, herida por unos cazadores furtivos. A su madre la mataron ante sus ojos. Es como si fuera mi hija. Es toda mi vida.

– No puedo prometérselo, pero haré cuanto esté en mi mano.

Clémentine Jaspar inspiró con tristeza.

– De acuerdo. Voy a por la pistola hipodérmica.

Habló en voz muy baja. Sharko se acercó a la jaula y se puso en cuclillas, sin tocar los barrotes. No cabía duda alguna: la señal de la mandíbula del animal en el rostro era evidente. El mono era culpable y la situación estaba clara. El animal la había golpeado con el pisapapeles y la había mordido en el rostro, y nunca encontrarían una explicación para sus actos. El comisario ya había oído hablar de la repentina violencia de esos primates, capaces incluso de masacrar a su propia progenitura, sin motivo aparente. Éva Louts probablemente había sido imprudente o quizá había abordado a la mona en un mal momento. Una cosa era palmaria: el futuro de aquel pobre animal de orejas de soplillo y de rostro simpático era muy negro.

– Treinta y siete años, carroza. Tienes la edad de una mujer a la que amé… ¿Lo sabías? Nunca es tarde para que se te vaya la olla, ¿verdad? ¿Por qué no nos explicas sencillamente lo que ha pasado?

Jaspar reapareció con un aparato parecido a una pistola de pintura. Sharko se puso en pie y miró al techo.

– Veo que por todas partes hay cámaras de vigilancia. Ha pensado en…

– No serviría de nada. Era Éva Louts quien tenía que accionar el sistema de alarma y ponerlo todo en marcha al cerrar las puertas.

Con un suspiro, la directora apuntó con su pistola a la mona.

– Perdóname, cariño…

En ese preciso instante, Shery se volvió y miró fijamente a la mujer. Con los puños cerrados apoyados en el suelo, avanzó lentamente hacia el borde de la jaula. Los dedos de Jaspar temblaban sobre el gatillo.

– Lo siento, no puedo hacerlo.

Sharko tomó el arma de sus manos.

– Deje. Yo lo haré.

Pegada a los barrotes, la mona se incorporó un poco y unió sus manos, con las palmas hacia el exterior, se las llevó a la altura del rostro y retrocedió ligeramente. En el momento en que Sharko apuntaba al animal con la pistola, Jaspar lo detuvo.

– ¡Espere! ¡Por fin nos está hablando!

Shery hizo otros signos: ambas manos a uno y otro lado de la cabeza, agitaba las palmas hacia abajo, como un fantasma que quisiera asustar a unos niños. Luego la mano derecha sobre los labios, antes de dejarla caer hacia el suelo. Volvió a repetir esa serie de gestos, tres, cuatro veces, y se dirigió junto al cuerpo de Éva Louts, a la que acarició cariñosamente la mejilla arrancada. Jamás Sharko había tenido la impresión de percibir tanta emoción en la mirada de un ser vivo. Aquel animal desprendía algo profundamente humano. Contra su propia voluntad, sintió que tenía su curtido corazón de policía en un puño. ¿Cómo diablos podía emocionarse ante un mono?

– ¿Qué ha dicho?

– No deja de repetir lo mismo: «Miedo, monstruo, malvado… Miedo, monstruo, malvado…».

Jaspar recobró la esperanza.

– Ya se lo decía, Shery es inocente. Alguien ha estado aquí. Alguien que le ha hecho daño a Éva.

– Pregúntele a Shery si conoce a ese «monstruo malvado».

Con las manos y los labios, la mujer ejecutó una serie de signos que el chimpancé observó atentamente.

– Su lexigrama se compone de más de cuatrocientas cincuenta palabras. Nos entenderá si nos expresamos claramente.

Tras unos momentos, Shery sacudió negativamente la cabeza. Sharko no se lo podía creer: la mujer, a su lado, conversaba con un mono, nuestro primo en la cadena de la Evolución.

– Pregúntele por qué ese monstruo vino aquí.

De nuevo, los gestos, ante los que Shery reaccionó. Los dedos índice y corazón de la mano derecha formaron una «V» y se cruzaron rápidamente con la mano izquierda abierta. Luego señaló el cadáver, con un claro movimiento del brazo.

– «Matar.» «Matar a Éva.»

Sharko se frotó el mentón, escéptico y estupefacto.

– En su opinión, ¿qué significa «monstruo» para ella?

– La figura agresiva, nefasta, que trata de hacer daño. No puede tratarse de un hombre, puesto que hubiera utilizado el término apropiado, «hombre». Eso… eso es lo que no logro entender.

– ¿Los monos pueden inventarse cosas o mentir?

– En un reflejo de supervivencia, pueden «engañar». Si unos monos se pelean a muerte en masa, un mono observador puede lanzar un grito que avise de un ataque desde el aire, con la única intención de provocar la huida de los otros y así dispersar al grupo. Pero un animal nunca mentirá en su propio interés. La mentira es típicamente humana.

– No me sorprende.

– Si Shery dice que ha visto a un monstruo, es que realmente ha visto a un monstruo. Tal vez un simio de mayor tamaño y muy agresivo, que consideró un monstruo.

Sharko ya no sabía qué pensar. Le pesaba la fatiga y su mente se enturbiaba. Un mono, una jaula, un cadáver mordido en la mejilla e incluso el objeto contundente propio de todas las historias policiales, todo parecía muy sencillo. Casi demasiado perfecto, por otra parte. Pero tal vez allí había habido un «monstruo», y en ese caso aquel mono capaz de hablar había sido testigo de un crimen.

Necesitaba otro café, alguna cosa en el estómago. Mientras reflexionaba, el chimpancé volvió a su rincón, dándoles de nuevo la espalda. El policía apuntó con la pistola.