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CAPÍTULO 36

– ¡Mami, creo que está despierto!

– ¿Estás seguro? -dijo una voz de mujer un poco distraída, pero, aun así, dulce e indulgente.

– Sí. ¿Quieres saber por qué lo sé?

– No.

– Porque… ¡Oyeee! ¡Has dicho que no! -Una risita infantil. -Sí que lo quieres saber, ¿verdad, mami?

– Sí, claro que sí.

– Porque tiene los ojos cerrados, pero debajo se han movido muy rápido. Casi como si saltaran.

Lassiter sintió un suave soplido en la mejilla; el dulce aliento de un niño. ¿Brandon? Después volvió a sonar la voz de mujer:

– Sólo porque se haya movido no quiere decir que esté despierto. Será un acto reflejo. Lo más seguro es que haya oído en su sueño el ruido de la sartén que se me ha caído.

– ¿Qué es un «refejo»?

– Un reflejo.

– Sí. ¿Qué es?

– Es cuando tu cuerpo hace algo solo. Como… Por ejemplo, si yo te acercara un dedo muy rápido a la cara, tus ojos se cerrarían solos.

– Pero yo sé que no me vas a hacer daño de verdad, así que no los cerraría.

– Sí los cerrarías. Por eso es un reflejo, porque no lo podrías evitar. Cuando algo se acerca mucho a tus ojos, los ojos se cierran para protegerse.

– Intenta darme en el ojo. -Una risita. -Pero no de verdad.

– Déjame que acabe de fregar los platos primero.

– Vale. -El niño empezó a tararear una melodía.

En el distante y extraño lugar en el que estaba, Lassiter empezó a recordar algo: música, una ola, el agua ahogándolo… Abrió los ojos, y la carita borrosa que estaba justo delante de él se echó hacia atrás asustada.

– ¡Ves! ¡Ha abierto los ojos! -exclamó el niño con una mezcla de felicidad y temor. – ¡Mami! ¡Se ha despertado!

– Vale ya, Jesse -dijo la voz de mujer acercándose. -Deja de mirarlo desde tan cerca. Ya se despertará él solo.

– No. Esta vez es verdad. Me ha mirado. ¡De verdad!

La luz le hacía daño en los ojos. Lassiter los volvió a cerrar, pero ya no regresó a ese lugar tibio y vacío del que venía.

Y entonces oyó la voz de la mujer flotando sobre su cabeza.

– ¡Jesse! Sigue dormido.

– Puede que haya sido un «refejo».

– ¡Vaya! -exclamó ella con tono risueño. -No sé si es bueno que hayas salido tan listo. -Debió de hacerle cosquillas o subirlo en el aire, porque el niño se rió con una risa larga y profunda.

– ¡Hazlo otra vez! -pidió Jesse.

Y dentro de la cabeza de Lassiter: «We are the sultans… We are the sultans of swing.» Y después: «Congelado.» Y: «¿Estaré muerto?» Asustado, Lassiter volvió a abrir los ojos.

La mujer tenía sujeto al niño por debajo de los brazos y le estaba dando vueltas en el aire. Una vuelta. Otra vuelta. Por fin, lo volvió a dejar en el suelo. El niño se movió de un lado a otro, riéndose mientras esperaba a que la habitación dejara de girar a su alrededor. Entonces su mirada se cruzó con la de Lassiter y adoptó una expresión solemne.

– Mira -dijo.

La mujer se volvió.

– ¿Ves como está despierto? -exclamó el niño.

La expresión confiada de la mujer dio paso a una de cautela.

– Tenías razón, Jesse -repuso lentamente. -Está despierto.

– Mi madre y yo lo salvamos, señor -dijo Jesse mirando a Lassiter con sus inmensos ojos marrones. -Usted no respiraba, pero mi madre puso su aire dentro de sus pulmones. Yo tenía que contar. Era muy im… por… tan… te. Y, después, usted escupió todo el agua. -El niño lo imitó vomitando el agua. -Le cortamos el traje de bucear. Mami dice que no se puede arreglar. ¿Cómo…?

– Vale ya, Jesse -lo interrumpió la mujer.

Unos deditos se posaron en la frente de Lassiter y le acariciaron el pelo.

– No se preocupe, se pondrá bien -le dijo el niño.

Lassiter oyó su propia respiración; sonaba irregular.

– Lleva inconsciente dos días -explicó la mujer.

Lassiter intentó hablar, pero sólo le salió un sonido ronco.

– Tardamos mucho en conseguir subirlo desde la playa.

– Estaba muy frío -añadió Jesse. -Estaba azul. Nosotros lo salvamos.

Lassiter oyó otro ruido en la habitación y frunció el ceño intentando localizarlo. Por fin se dio cuenta de que era la lluvia cayendo sobre el tejado. El viento silbaba con fuerza. Lassiter volvió a abrir la boca para hablar, pero las palabras seguían sin salirle de la garganta.

– Jesse, ve por un vaso de agua -pidió la mujer.

– Vale -contestó el niño, encantado de poder ayudar. Lassiter lo oyó irse y escuchó el sonido de una silla arrastrándose hacia la cama.

Cuando volvió el niño, la mujer levantó la cabeza de Lassiter y lo ayudó a beber. Lassiter consiguió tragar un poco de agua. Después dejó caer la cabeza hacia atrás, agotado.

– Había otro hombre -murmuró. No conseguía acordarse de cómo se llamaba.

La mujer movió la cabeza de un lado a otro.

– Sólo lo encontramos a usted -replicó.

Roger. Se llamaba Roger.

We are the sultans…

De repente, lo recordó todo: Kathy, Brandon, Bepi, el padre Azetti… ¡Todos estaban muertos!

– Calista -dijo.

La mujer abrió la boca y endureció la mirada. Después cogió a Jesse y lo alejó de la cama. Durante algunos segundos, sólo se oyó el ruido de la tormenta. Cuando ella por fin habló, no quedaba ninguna ternura en su voz.

– ¿Quién es usted? -inquirió.

Cuando Lassiter se volvió a despertar, era de noche. La casa resplandecía con la luz amarillenta de las dos lámparas de queroseno que colgaban de la pared. Lassiter miró a su alrededor. Estaba en una gran habitación con las paredes revestidas con paneles de madera de pino y grandes vigas descubiertas en el techo. Una gigantesca chimenea de piedra ocupaba la mayoría de la pared del fondo, que estaría a unos seis o siete metros de distancia. Dentro de la chimenea, las llamas bailaban detrás de las puertas de cristal de una estufa de leña. No veía ni a la mujer ni al niño, pero oyó una voz, un débil murmullo, en alguna parte.

«Tengo que levantarme», pensó. Se apoyó sobre un codo y bajó los pies de la cama. Cuando por fin consiguió sentarse sintió un escalofrío de debilidad. Después sintió náuseas. La habitación se calentaba y se enfriaba cada vez que él inspiraba aire y lo expulsaba. Se levantó, balanceándose como si estuviera en medio de un vendaval. Miró hacia el techo; la habitación empezó a girar a su alrededor, y Lassiter se desplomó contra el suelo.

– ¿Es que se ha vuelto loco? -preguntó ella mientras lo ayudaba a volver a la cama. -Lleva dos días inconsciente.

– ¿Tengo la cara desfigurada?

– No. -Ella se apartó el pelo de la cara, claramente sorprendida por la pregunta. – ¿Qué tipo de pregunta es ésa?

– No… Lo que quiero decir es que… -dijo Lassiter. -Lo que quiero decir… -Ella estaba aún más hermosa que cuando la había visto en el funeral. Incluso en la luz temblorosa, podía verse que había cambiado. Había madurado. Parecía mayor y más fuerte y femenina al mismo tiempo. – ¿No me reconoce?

– No -contestó ella. Su voz denotaba mucha más cautela que curiosidad. -No. ¿Quién es usted?

– Usted vino al funeral -explicó Lassiter. -En Virginia.

Al funeral de mi hermana. Al funeral de mi hermana y mi sobrino.

Ella lo miraba fijamente.

– Kathy Lassiter -añadió él. -Y Brandon.

Ella frunció el ceño, pero algo cambió en sus ojos.