Dwayne estaba encantado de que por fin hubiera llegado el momento del traslado. Así acabaría la que sin duda había sido la misión más aburrida de su corta carrera. Llevaba más de tres semanas sentado en una silla. ¡Ocho horas al día sentado delante de la puerta de la habitación de ese maldito tipo! Lo más emocionante que había hecho era comprobar las credenciales de las enfermeras y los médicos que entraban en la habitación. Los dejaba entrar y luego los dejaba salir. Si necesitaba ir al baño tenía que llamar a una enfermera; era humillante. Al poco tiempo, se encontró a sí mismo reduciendo la cantidad de líquidos que bebía. Y, para colmo, ¡ni siquiera podía ir a buscar algo de comer! Le llevaban la comida. Comida de hospital. Y tenía que comérsela allí mismo, sin levantarse de la silla, equilibrando la bandeja sobre las rodillas.
Aunque, claro, al menos estaba esa pequeña enfermera. Juliette. Iba a echarla de menos.
El médico hizo una última comprobación, Dwayne firmó un formulario, y la pequeña Juliette ayudó a Sin Nombre a sentarse en la silla de ruedas.
– ¿Cómo hacen el traslado exactamente? -le preguntó el médico. -Lo llevarán en un furgón, ¿no?
– Depende. A este tipo sí. Pero a otros se los traslada en ambulancia.
– Bueno, por mí ya pueden empezar.
– Empieza la juerga -dijo Dwayne. Llamó a Pisarcik por su walkie-talkie y le dijo que iban de camino. Después siguió a Juliette mientras ella empujaba la silla de ruedas por el pasillo. Era realmente atractiva, pensó Dwayne. Pero una de las otras enfermeras le había dicho que era una beata religiosa, así que podía ir olvidándose de ella.
Incluso así, cuando llegaron al ascensor, después de apretar el botón de bajada, se dio la vuelta y le guiñó un ojo. Nunca se sabe. Tal vez era su día de suerte.
Había más tráfico del que Lassiter había imaginado. Cuando detuvo el coche en el aparcamiento del hospital ya eran las cinco menos cuarto. Lassiter dejó el Acura en una plaza reservada para «empleados del hospital» y se dirigió hacia el lateral del edificio. Delante de la puerta de urgencias, un policía fumaba un cigarrillo, de pie, apoyado en un gran furgón blindado.
– Perdone -dijo Lassiter. – ¿Conoce al agente Pisarcik?
– Está ahí dentro -contestó el policía.
Lassiter se apresuró a atravesar las puertas automáticas. La sala de urgencias estaba llena. Había mucho movimiento, como pasaba siempre a esas horas de la tarde. Lassiter tardó bastante en conseguir atraer la atención de una enfermera.
– Estoy buscando al agente Pisarcik.
La enfermera giró la cabeza hacia el pasillo este.
– Al fondo de todo -indicó.
Lassiter avanzó en la dirección que le había indicado y encontró a Pisarcik delante del ascensor con un walkie-talkie en la mano; no tendría más de veinticinco años.
– No puede estar aquí -le advirtió Pisarcik. -Estamos trasladando a un prisionero.
– Ya lo sé.
– Hay otro ascensor en el ala sur.
– Soy Joe Lassiter.
– Ah -repuso Pisarcik. -Encantado. -Dudó un instante. – ¿No irá a…? -añadió.
– ¿A hacer alguna estupidez? No. Sólo quiero verle la cara.
– Vaya… No sé qué decir, señor Lassiter. Se supone que la zona tiene que estar despejada.
– ¿Qué le parece si…?
El walkie-talkie hizo un ruido metálico, atrayendo la atención de Pisarcik.
– Pisarcik -dijo.
– Tengo al sujeto. Listos para proceder. ¿Está todo despejado ahí abajo?
Pisarcik miró a Lassiter con cautela.
– Sí, todo despejado -contestó
– Vale. Vamos para allá.
Pisarcik se giró hacia Lassiter.
– ¿Le importaría alejarse un poco?
Claro que no -aceptó Lassiter mientras retrocedía unos pasos. El indicador luminoso del ascensor permaneció una eternidad en la planta novena. Lassiter se apoyó en la pared mientras Pisarcik daba vueltas de un lado a otro con el walkie-talkie en la mano.
Tengo una reunión en una hora -dijo el agente de policía. Ya lo mencioné antes. Creo que voy a llegar tarde.
– No es culpa suya. Está trabajando.
Pisarcik habló por el walkie-talkie.
– Oye, Uvedoble. ¿Qué pasa?
– Una urgencia. Un tipo que tiene que ir a rayos.
– Vamos a llegar tarde.
– Ya está. Vamos para allá.
Pisarcik se volvió hacia Lassiter.
– Ya bajan -le comunicó. Lassiter asintió, con los ojos fijos en el indicador luminoso.
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– Uvedoble dice que ésta es la misión más aburrida de toda su vida -comentó Pisarcik.
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– Ah.
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– Sí, lleva casi un mes sentado delante de esa puerta. Tenía que avisar a la enfermera cada vez que quería echar una meada.
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– Ah -repuso Lassiter.
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– Espero que a mí no me toque nunca una misión así. Me moriría de vergüenza si tuviera que llamar a una enfermera para eso.
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Lassiter asintió, pero los pelos de la nuca se le estaban empezando a erizar.
– ¿Por qué se ha parado el ascensor? -preguntó.
Pisarcik miró el indicador luminoso.
– No lo sé -dijo. -No estaba previsto, pero…
La luz se apagó, el ascensor se puso en movimiento y esperaron a que se iluminara el 2.
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– ¿Qué cojones…? -exclamó Lassiter separándose de la pared.
Los ojos de Pisarcik parecían demasiado grandes para sus órbitas. Le gritó al walkie-talkie.
– ¡Oye! ¡Uvedoble! ¿Qué diablos está pasando? ¡Dwayne! ¿Qué pasa, tío? -Como única respuesta, llegó el ruido de una interferencia eléctrica. Pero el ascensor volvió a cambiar de sentido.
4, 3, 2, 1. Pisarcik y Lassiter respiraron con alivio cuando por fin se detuvo en la planta baja. Se abrieron las puertas.
Dentro había un policía sentado en el suelo con la espalda apoyada contra la pared. Tenía la boca abierta en una mueca de sorpresa. Un hilo de sangre le resbalaba por el lado derecho de la cara. La pared estaba salpicada de rojo. Le habían quitado la pistola. Y tenía un bolígrafo clavado hasta el fondo en el ojo derecho.
Pisarcik dio un paso hacia adelante, vaciló un momento, y, despacio, muy despacio, cayó al suelo. Lassiter tardó demasiado en darse cuenta de que se estaba desmayando. Por el rabillo del ojo vio cómo la frente del policía golpeaba contra el suelo de linóleo, pero ni siquiera entonces pudo apartar los ojos del hombre muerto. Sonó un timbre, y las puertas del ascensor empezaron a cerrarse. Lassiter extendió las manos instintivamente para detenerlas. Alguien gritó detrás de él. Las puertas del ascensor temblaron violentamente, volvieron a esconderse en la pared y, por segunda vez, empezaron a cerrarse. Por segunda vez, Lassiter volvió a detenerlas. Y otra vez. Y otra.
En alguna parte, una mujer gritó. Pisarcik gimió, y la gente empezó a correr.
CAPÍTULO 15
Hilo musical.
Lassiter estaba andando nerviosamente de un lado para otro en su despacho, intentando hacer caso omiso del sonido que le llegaba por el teléfono móvil que tenía pegado a la oreja. Riordan lo tenía en espera y…
De repente, el hilo musical se cortó. La hemos encontrado -dijo Riordan.
– ¿A quién?
A la enfermera. Juliette como se llame.
– ¿Está muerta?
– No, no está muerta, pero está hecha un manojo de nervios.
– ¿Qué os ha contado?
– Que Grimaldi susurró algo, como si no pudiera hablar bien. Cuando Dwayne se le acercó, Grimaldi lo cogió de la corbata y tiró de él. De repente todo se llenó de sangre, y Dwayne cayó al suelo con un bolígrafo clavado en la cabeza. Después, Grimaldi le cogió la pistola. Eso es lo que nos ha contado.
– ¿De dónde sacó el bolígrafo?
– ¿Y yo qué sé? Es un hospital. Hay bolígrafos por todas partes.