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Lassiter sonrió.

– Y lo creen de verdad. Y, cuando se piensa así, cualquier cosa es posible -añadió Massina.

– ¿Y Umbra Domini en concreto?

– Umbra Domini es la peor asociación de todas. Al principio hicieron mucho ruido y todos pensamos que habría un cisma, que Roma los excomulgaría. Pero no fue así. Hubo conversaciones con el Vaticano y al final llegaron a una especie de acuerdo. Ahora, ellos dicen la misa en latín, con los hombres separados de las mujeres; hasta tienen sus propios colegios.

– El Vaticano no quiere que se produzca un cisma -acotó Bepi.

– Y a ellos les conviene mantenerse dentro de la Iglesia. Aun así, la prensa los llama «la Hezbolá católica».

Bepi se rió abiertamente.

– ¿La prensa? -preguntó.

Massina hizo una mueca y sonrió.

– ¡Está bien! ¡Yo los llamo así! ¿Qué más da? ¿Soy o no soy periodista? ¿Y qué son ellos? Hezbolá significa «partido de Dios». ¿Y qué es Umbra Domini? Son lo mismo: un grupo religioso radical con objetivos políticos. Así que yo los llamo la Hezbolá católica. ¡Mire esto! -Massina buscó en su cartera de colegial y sacó un librillo. – ¡Mire! Lo he traído para enseñárselo. ¡Crociata Décima!

Lassiter observó el librillo. Era el mismo que había visto en la habitación que tenía Grimaldi en la via Genova.

– Umbra Domini distribuyó miles de librillos como éste hace cuatro o cinco años -explicó Massina. -Es un reclutamiento para la Décima Cruzada.

– ¿Qué Cruzada es ésa?

– La primera que ha habido en quinientos años -repuso Massina señalando el librillo. -Contra el islam, por supuesto. Dicen que Bosnia es «la punta de lanza del islam». Así que hacen un llamamiento a las armas. Y aquí es donde entra su otro grupo, Salve Cáelo. Están dirigidos por Umbra Domini.

– ¿La organización humanitaria? -inquirió Lassiter.

Massina rechazó la descripción con una mueca.

– Lo que hacen no es precisamente humanitario. Dirigían un «campo de refugiados» cerca de Bihac. Sólo que todo era un gran chiste. Es como decir que Auschwitz era un «campo de refugiados». Era un campo de concentración y un campo de entrenamiento para fuerzas de combate que luchaban contra los musulmanes. ¿Capta la ironía? ¡Ellos mismos creaban los refugiados y después los encerraban en sus campos! Primero lo hicieron para los serbios y después para los croatas. Eso sí, siempre contra los musulmanes.

– Entonces, ya sabemos lo que hacía Grimaldi en Bosnia -concluyó Lassiter. -Obras de caridad. -Ahora también entendía la conexión entre Egloff y Grimaldi.

– Ellos lo llaman catolicismo activo -apuntó Bepi.

– Esto es importante -continuó Massina dándole unos golpecitos al librillo, porque el Concilio Vaticano segundo declaró explícitamente que todas las religiones «permanecen en la luz de Dios». Usted no es católico, así que no lo puede entender, pero… antes del Concilio Vaticano segundo, entrar en una iglesia o un templo de otra religión era un pecado mortal. Así que la idea de que los musulmanes, los protestantes, quien sea, puedan «permanecer en la luz de Dios», la idea de que puedan compartir la gracia de Dios… Bueno, eso es un cambio radical para una religión que hace no demasiado tiempo quemaba a los herejes.

Lassiter asintió.

– ¿Y qué más hace Umbra Domini?

– Publican. Publican libros, folletos, vídeos, cintas…; de todo. Sobre control de natalidad, sobre los masones, sobre el aborto, sobre la homosexualidad; dicen que se debería marcar a fuego a los homosexuales.

– Que habría que tatuarlos -lo corrigió Bepi.

Lassiter pensó en todo lo que había oído.

– ¿De cuánta gente estamos hablando?

Massina se encogió de hombros.

– De unas cincuenta mil personas. Quién sabe, tal vez más. Hay muchos en Italia, en España, en Argentina. También en Estados Unidos. Hasta en Japón. Azules y blancos.

Lassiter parecía confuso.

– Son dos grupos distintos dentro de Umbra Domini -le explicó Massina. -Los blancos son muy estrictos. Asisten a misa y dan limosnas todos los días. Las mujeres se cubren el pelo y se tapan el cuerpo. ¡Pero los azules son todavía peores! Los azules abandonan el mundo.

– ¿Qué quiere decir?

– Son como monjes. Sólo los hombres pueden ser azules. Hacen votos de pobreza, de castidad…

– Yo, personalmente, no soy religioso -comentó Bepi.

– Y se flagelan -continuó Massina.

– ¿Con látigos?

– Es una vieja tradición, y ellos son tradicionalistas -repuso Massina.

– Cuéntale lo del paseo -dijo Bepi.

– ¿Qué paseo? -preguntó Lassiter.

– Es el mismo tipo de cosa -contestó Massina. -Otro tipo de penitencia. Los domingos, los azules van a comulgar de rodillas. Tienen que andar cierta distancia así, arrodillados, como Cristo en el Calvario. Por lo visto es muy doloroso. Van de rodillas por las piedras de la plaza, por los escalones de granito…

Lassiter desvió la mirada y oyó la voz de Riordan.

– «Baldosas» -dijo en voz alta.

– ¿Qué? -inquirió Bepi.

– Uno de los policías me dijo que Grimaldi debía de ganarse la vida colocando baldosas; no podía explicarse por qué si no tenía tantos callos en las rodillas.

– Bueno, si es un azul…

– ¿Quién dirige todo esto? ¿Un obispo?

Massina se inclinó hacia Lassiter y sonrió.

– Usted no es un hombre religioso, ¿verdad?

– No.

– Ya me lo imaginaba. La cabeza de la asociación es lo que se suele llamar un «simple sacerdote» -explicó Massina. -Se llama Della Torre.

– ¡Y una mierda, un simple sacerdote! -exclamó Bepi con una carcajada. -Eso es como decir que…

– Estaba a punto de decir que es un hombre bastante carismático -lo interrumpió Massina.

– Como decir que los Beatles son un simple grupo de música.

– Como acabo de decir -continuó Massina, -es un hombre bastante carismático. Y muy joven. Todavía no ha cumplido los cuarenta años. Dominico, por supuesto. Como el fundador de Umbra Domini.

– ¿Por qué por supuesto?

– Bueno, los dominicos son los grandes defensores de la ortodoxia. Los frailes negros. La inquisición fue cosa suya. En cualquier caso, este Della Torre es un orador irresistible. Cada vez que dice misa la iglesia se llena hasta rebosar. La multitud llega a amontonarse en la calle. Él avanza entre los feligreses y ellos le besan las faldas de la sotana. Realmente, es un espectáculo digno de verse.

– ¿Dónde es eso?

– En Nápoles. Iglesia de San Eufemio. Es un sitio minúsculo, antiquísimo. Creo que del siglo siete. Es como un teatro. Se han gastado una fortuna en iluminación. Por lo visto, contrataron a un profesional de Londres que se encarga de la iluminación en conciertos de rock. Sea como sea, el resultado es… gótico. Cuando Della Torre sube al pulpito, surgiendo de la oscuridad, un efecto de iluminación hace que parezca que la luz sale de dentro de él. Habla pausadamente, con pasión, de una forma que cautiva a la gente. Realmente, hace que deseen ser salvados.

– ¿Así que ha estado allí? -preguntó Lassiter.

– Sí, estuve una vez. Si quiere que le diga la verdad, me asustó. Estuve a esto de besarle la mano -confesó pellizcando una brizna de aire entre los dedos.

– ¿Cree que me recibiría?

Massina pareció dudar.

– Puede que sí. Si fuera en calidad de periodista… Al fin y al cabo, Della Torre está en el mundo para difundir la palabra de Dios.

– Entonces, digamos que si yo estuviera escribiendo un artículo sobre…

Bepi levantó la mano y dijo con tono pomposo:

– «Las nuevas direcciones en el catolicismo.»

– Quién sabe. Puede que funcionara -dijo Massina.

– ¿Habla inglés?

– Habla de todo. Ha estudiado en Heidelberg, en Tokio y en Boston. Está muy bien educado para ser un «simple sacerdote».