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– Necesito un rabino -dijo Lassiter.

– ¿Perdón?

Deva aún no conocía la jerga de la empresa. «Rabino» era el término que utilizaba Judy para referirse a cualquier experto al que hubiera que consultar a menudo en una investigación. Muchas veces se trataba de un periodista. Pero en otras ocasiones era un profesor de universidad. En cualquier caso, el «rabino» los guiaba por el terreno de fondo de la investigación, ya se tratara de la industria del corte y la confección, del gremio de las joyas o de cualquier otra cosa. Lo que Lassiter necesitaba ahora era alguien que pudiera hablarle de biología molecular en un idioma simple y llano. Se lo explicó a Deva.

– Ah -dijo ella. -Claro. No se preocupe, buscaré a alguien.

– Muy bien. Además, he pensado que usted podría ayudarme con el material de tipo teológico. Es demasiado extenso. He pensado que usted me lo podría resumir explicando quién es quién, cuáles son las principales aportaciones de Baresi… Ese tipo de cosas.

Deva se rió nerviosamente.

– No sé -dudó. -Realmente no soy una experta ni nada parecido.

– No necesito una experta.

– Bueno…, puedo intentarlo. ¿Quiere un informe por escrito?

– Había pensado que quizá fuera mejor que me diera una clase.

– Preferiría no hacerlo -se apresuró a decir Deva. -Siempre se me ha dado mejor organizar las ideas por escrito.

Lassiter le dijo que le parecía bien y le pidió que se ocupara de que algún otro investigador del departamento reuniera toda la información que pudiera encontrar sobre Calista Bates.

– Muy bien -asintió Deva. Después hizo una pausa, intentando contener su curiosidad. Pero no lo consiguió. -Lo de Calista no tendrá relación con este caso, ¿verdad?

Lassiter vaciló un momento.

– Sí, la tiene -contestó por fin.

– Bueno, le tendré preparado el informe mañana por la noche. ¿Le parece bien?

Lassiter le dijo que le parecía fenomenal. Cuando colgó el teléfono, Buck pasó una página del libro y dijo:

– Calista Bates, ¿eh? ¡Vaya mujer!

Una hora después, Lassiter estaba sentado en el asiento del pasajero del Buick gris que lo esperaba delante de Lassiter Associates cuando salió de la oficina.

– A partir de mañana, su conductor será Pico -explicó Buck mientras hacía avanzar el vehículo con destreza por las calles heladas. -A Pico le encanta este bebé. A mí, la verdad es que me asusta un poco. No puede imaginarse la potencia que tiene el motor.

Al poco tiempo llegaron al puente Memorial y cruzaron el río Potomac. Buck le estaba explicando a Lassiter las características del motor. Pasaron junto al Pentágono y avanzaron hacia el sur por la autopista Shirley.

– La gente que habla de coches blindados no tiene ni idea de lo que está diciendo. Aquí hay más de un centímetro de Lexan -dijo mientras golpeaba la ventanilla. -Es un material magnífico. Lo para prácticamente todo. Aunque, claro, si usan C-4 no hay nada que resista.

Desde fuera, el coche parecía normal, pero por dentro resultaba muy estrecho. Estaba tan bien aislado que a Lassiter se le taponaron los oídos al cerrar la puerta. Buck le explicó que el interior era tan estrecho por el blindaje, por el depósito de gasolina externo y por el sistema hidráulico que levantaba el chasis para la conducción todoterreno.

– Me siento como James Bond -comentó Lassiter.

Buck sonrió.

– Eso dicen todos.

Primero se detuvieron a comprar doce latas de cerveza en un 7-eleven y después alquilaron dos películas de Calista en un Blockbuster. Cuando llegaron al Comfort Inn, Lassiter esperó en el coche mientras Buck se encargaba de conseguir dos habitaciones. Sentado en el coche, Lassiter se sentía como si estuviera encerrado en la caja fuerte de un banco.

Por fin, Buck cruzó el aparcamiento con paso alegre y volvió a subirse al coche.

– He conseguido dos cuartos comunicados -dijo. -Y también un vídeo. -Buck condujo hasta la parte trasera del motel y subió la escalera, delante de Lassiter, hasta el tercer piso.

– Nos podríamos haber quedado en el Willard -replicó Lassiter. -No me hubiera importado pagar las habitaciones.

Buck movió la cabeza de un lado a otro.

– Aquí estará más seguro. Si alguien anda detrás de Joe Lassiter, el último sitio donde se le ocurriría buscarlo es un Comfort Inn de las afueras.

Sus habitaciones, conectadas por una puerta interior, estaban al final del pasillo. Eran bastante grandes y tenían inmensas camas de dos por dos y una vista panorámica del tráfico que circulaba por la autopista 95.

– He conseguido un descuento por ser del Club Automovilístico Americano -explicó Buck con orgullo. – ¡Sesenta y cuatro dólares por las dos habitaciones! Incluidos impuestos y desayuno. -Se acercó a la ventana y cerró las cortinas. -La seguridad es bastante buena. Las puertas se cierran a medianoche. Sólo se puede entrar si abren la verja con el mando a distancia. Además, hay un guardia de seguridad en el vestíbulo. En los hoteles grandes como el Willard sólo tienen un portero. -El guardaespaldas sacudió la cabeza. -Y eso no nos iba a ser de gran ayuda.

Lassiter se tumbó en la cama y leyó las carátulas de los vídeos.

A toda prisa. Comedia. 114 minutos, 1987. Calista Bates y Dave Goldman. Un grupo de estudiantes de Harvard descubre la manera de ganar una fortuna en la bolsa. El plan causa un gran revuelo en la universidad.

«Calista Bates es una magnífica actriz cómica. ¡Cuatro estrellas!» New York Times.

«Nos dislocamos la mandíbula de tanto reírnos.» Siskel y Ebert.

Blockbuster recomienda: Si le gusta esta película no se pierda Un pez llamado Wanda. La encontrará en todas nuestras tiendas.

El segundo vídeo era una película de ciencia ficción:

Flautista. Ciencia ficción. 127 minutos, 1986. El flautista de Hamelín en versión contemporánea. Calista Bates fue propuesta al Oscar a la mejor actriz por su interpretación en el papel de «Penny», una mendiga cuya armónica de blues salva al pueblo de una plaga de ratas que transmiten un virus mortal.

«Sensacional.» New YorkDaily News.

«Aterradora.» Premiere.

«Calista está irresistible. ¡Tú también querrás seguirla!» Rolling Stone.

Lassiter se acordaba de cuando se estrenó la película. Aunque quiso verla, nunca llegó a hacerlo. Recordaba haber visto la ceremonia de entrega de los Osear con… ¿Quién era? ¡Gillian! Pensó en Gillian, en los hoyuelos que se le formaban al sonreír, en sus pechos blancos como la leche. ¿Qué sería de ella?

La ceremonia de los Osear siempre resultaba tediosa e interminable, pero Gillian había insistido en verla y Lassiter había tenido que soportar una noche llena de chistes malos, numeritos aburridos y extravagantes espectáculos musicales. Y, para colmo, Gillian se había resistido a sus esfuerzos por seducirla. No se había movido del sofá más que para aplaudir. Cuando, por fin, anunciaron el Oscar a la mejor actriz, la cámara siguió a la ganadora hasta el estrado y después enfocó a Calista Bates sentada en su butaca. Gillian no comprendía cómo no le habían dado el Osear a Calista y se puso a aplaudir cuando la actriz se sacó la armónica del bolsillo y tocó una melodía mientras la cámara la enfocaba. La verdad es que todo el mundo aplaudió el gesto; incluso Lassiter. Con su mirada intensa y traviesa, Calista parecía estar recordándole al mundo que «Penny» sabía perfectamente qué hacer cuando la desposeían de algo que le pertenecía con toda justicia.

Lassiter casi no se acordaba del año 1986. Era el año en que había abierto la empresa. Se pasaba el día contratando a gente y aumentando el espacio de la oficina. Se acordaba de que trabajaba dieciséis horas al día y se acordaba de Gillian, pero el resto del año parecía haberse disuelto en su memoria.

Buck llamó a una pizzería de los alrededores que decía tener un horno de leña y pidió una pizza grande para cenar.