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«El festival de rostros de ídem del lunes», pensé, inspeccionando las arrugas que se hunden gradualmente alrededor de tus ojos reales. Incluso una carga sin nada que destacar te deja desorientado mientras un día entero de recuerdos frescos se agita y busca colocarse entre noventa mil millones de neuronas, asentándose en casa en unos pocos minutos.

En comparación, la descarga parece poca cosa. La copiadora suavemente agita tu cerebro orgánico para grabar la Onda Establecida en un molde fresco hecho de barro especial, que se cuece en el horno. Pronto un nuevo ídem sale al mundo para realizar encargos mientras tú te tomas el desayuno. Ni siquiera hace falta decirle lo que tiene que hacer.

Ya lo sabe.

Eres tú.

Lástima que no haya tiempo para hacer uno ahora mismo. Los asuntos urgentes tienen prioridad.

— ¡Teléfono! —dije, apretándome las sienes con los dedos, apartando los desagradables recuerdos del viajecito por el fondo del río. Intenté concentrarme en lo que mi didtective había descubierto sobre el cubil de Beta.

—Nombre o número —dijo una suave voz desde la pared más cercana.

—Ponme con el inspector Blane de la AST. Codifica y envíalo a su emplazamiento real. Si está bloqueado, córtalo con un urgente. A Neli, mi ordenador doméstico, no le gustó esto.

—Son las tres de la madrugada —comentó—. El inspector Blane no está de servicio ni tiene ningún facsímil ídem en estatus activo. ¿Debo recordar la última vez que lo despertaste con un urgente? Te puso una multa por invasión de intimidad civil de quinientos…

—Que más tarde retiró, después de enfriarse. Envíalo, ¿quieres? Tengo un dolor de cabeza terrible.

Previendo mi necesidad, el armario de las medicinas ya borboteaba con organosíntesis, y dispensó un vaso lleno de un combinado efervescente que engullí mientras Nell hacía la llamada. La oí discutir con tono apagado las prioridades con el reacio ordenador doméstico de Blane. Naturalmente, esa máquina quería tomar el mensaje en vez de despertar a su jefe.

Yo ya me estaba cambiando de ropa, poniéndome un grueso mono antibalas, cuando el inspector de la Asociación de Subcontratas de Trabajo respondió en persona, adormilado y fastidiado. Le dije a Blane que cerrara el pico y se reuniera conmigo cerca del viejo edificio Teller al cabo de veinte minutos. Es decir, si quería tener una oportunidad para cerrar de una vez el caso Wammaker.

—Y será mejor que lleve un equipo de detención de primera clase —añadí—. Uno grande, si no quiere otro jaleo desagradable. Recuerde cuántos contribuyentes cursaron demandas por molestias la última vez.

Él volvió a maldecir, de manera pintoresca y repetitiva, pero yo había atraído su atención. Pude oír un claro zumbido al fondo: su horno de tamaño industrial que se calentaba para producir tres ídems clase-bruto a la vez. Blane era un bocazas, pero se movía rápidamente cuando hacía falta.

Igual que yo. Mi puerta principal se abrió obediente y la voz de Blane pasó a mi cinturón portátil, y luego a la unidad de mi coche. Para cuando se calmó lo suficiente para cortar la comunicación, yo conducía ya a través de la bruma previa al amanecer, dirigiéndome al centro.

Me subí el cuello de la gabardina, asegurándome de que el sombrero se ajustara sobre mis ojos. Clara había cosido a mano mi atuendo de detective privado, usando telas high-tech tomadas de su unidad de la Reserva del Ejército. Un material excelente. Sin embargo las capas protectoras no eran demasiado tranquilizadoras. Muchas armas modernas pueden atravesar las armaduras textiles. Lo sensato, como siempre, habría sido enviar una copia. Pero mi casa está demasiado lejos del edificio Teller. El pequeño horno de mi hogar no podría descongelar y fabricar lo bastante rápido para ir al encuentro de Blane.

Siempre hace que me sienta extraño y vulnerable si voy a realizar un rescate o una detención en persona. Un ser de carnerreal no está hecho para riesgos. Pero esta vez, ¿qué otra opción tenía?

La gente real todavía ocupa algunos de los edificios más altos, donde los ojos orgánicos aprecian las panorámicas prestigiosas. Pero el resto de la Ciudad Vieja se ha convertido en una tierra de fantasmas y de golems que van al trabajo cada mañana recién salidos de los hornos de sus propietarios. Es un reino austero, a la vez cascado y pintoresco; los trabajadores fotocopiados salen de tranvías, camionetas y autobuses, sus cuerpos de vivos colores envueltos en ropa de papel igualmente colorista e igualmente desechable.

Teníamos que terminar nuestra redada antes de que llegara el flujo diario de gente de barro, así que Blane organizó rápidamente sus tropas alquiladas a la luz del inminente amanecer, a dos manzanas del edificio Teller. Mientras formaba escuadrones y repartía disfraces, su golem-abogado ébano discutía con una poli acorazada que tenía el visor alzado mientras negociaba un permiso de refuerzo privado.

Yo no tenía otra cosa que hacer excepto mordisquearme una uña y contemplar el día asomar entre la neblina. Ya se podían ver gigantes oscuros deambulando por los desfiladeros de la metrópoli, formas de pesadilla que habrían aterrorizado a nuestros antepasados urbanos. Una silueta sinuosa pasó tras una farola lejana, proyectando sombras serpentinas de varios pisos de altura. Un gemido grave resonó cerca de donde estábamos y temblores triásicos estremecieron mis pies.

Teníamos que terminar nuestro trabajo antes de que llegara aquella bestia.

Vi un envoltorio de caramelos que ensuciaba la acera, algo extraño aquí. Me lo guardé en el bolsillo. Las calles del idemburgo están normalmente inmaculadas, ya que la mayoría de los golems nunca comen ni escupen. Aunque se ven muchos más cadáveres, pudriéndose en las aceras, que cuando yo era niño.

La principal preocupación del jefe de policía era asegurarse de que ninguno de los cuerpos de hoy fuera real. La copia negra de Blane argumentaba inútilmente solicitando un permiso completo, y luego se encogió de hombros y aceptó los términos de la ciudad. Nuestras fuerzas estaban preparadas. Dos docenas de reforzadores púrpura, esbeltos y sin sexo, algunos de ellos disfrazados, se pusieron en marcha siguiendo el plan.

Miré de nuevo bulevar Alameda abajo. La silueta gigantesca había desaparecido Pero habría otras. Sería mejor que nos diéramos prisa o corríamos el riesgo de que nos pillara la hora punta.

Los mercenarios contratados de Blane, para gran alegría de éste, pillaron a los piratas desprevenidos.

Nuestras tropas burlaron sus detectores externos en furgonetas comerciales, disfrazados de ids de mantenimiento y golem-correo que hacían el reparto al amanecer, y consiguieron llegar a los escalones de entrada antes de que sus armas ocultas dispararan las alarmas.

Una docena de amarillos de Beta salieron disparando. Una melé a gran escala se produjo cuando los humanoides de barro se enzarzaron unos contra otros, perdiendo miembros en el fuego cruzado o explotando chillones en la acera cuando chorros de agujas incendiarias alcanzaban la pseudocarne, prendiendo las células catalizadoras de hidrógeno con espectaculares minibolas de fuego.

En cuanto empezaron los disparos, la policía blindada de la ciudad avanzó con sus duplicados de piel azul, que inflaron rápido-barricadas y anotaron las infracciones cometidas por cada bando: todo aquello que pudiera acabar en un jugoso juicio. Por lo demás, ambos bandos ignoraron a la policía. Aquello era un asunto comercial y no del Estado, siempre y cuando ninguna persona orgánica resultara herida.

Yo esperaba que continuara así, mientras me parapetaba tras un coche aparcado con realBlane mientras sus duplicados-brutos corrían de un lado a otro, azuzando a los púrpuras. Rápidos y burdos, sus ídems de creación rápida no eran unos colosos mentales, pero compartían su sentido de la urgencia. No teníamos más que unos minutos para entrar y recuperar los moldes robados antes de que Beta pudiera destruir toda prueba de su piratería.