Выбрать главу

Era una teoría interesante.

Entró en el vestíbulo y vio a las tres azafatas de la compañía Lock-Horne sentadas en sus taburetes tras un mostrador muy alto, todas ellas con sonrisas de plástico en la cara. Iban tan maquilladas que podían haberse confundido con dependientas de una tienda de cosméticos. Lógicamente, no llevaban la típica bata de dependiente de tienda de cosméticos, por eso se veía claramente que no eran profesionales del maquillaje. Aun así, las tres eran atractivas, ya que al fin y al cabo no eran más que aspirantes a modelo que preferían estar allí a servir mesas (aparte de que así también estaban más cerca de los peces gordos). Myron pasó por delante de ellas, sonrió y les saludó educadamente con la cabeza. Ninguna le hizo ojitos. Hmm. Ya debían de saber que vivía con Jessica. Sí, debía de ser eso.

Cuando finalmente llegó a su planta y se abrió la puerta del ascensor, Myron fue directo hacia Esperanza. La blusa blanca que llevaba hacía buen contraste sobre su piel morena y lisa. Habría quedado bien en uno de esos anuncios de bronceadores. El bronceado de Santa Fe sin necesidad de tomar el sol.

– Hola -dijo Myron.

– Es Jake -dijo Esperanza sosteniendo el auricular del teléfono contra el hombro-. ¿Quieres hablar con él?

Myron asintió en silencio y Esperanza le pasó el teléfono.

– Hola, Jake.

– Una nena le hizo una autopsia parcial a Curtis Yeller -dijo Jake-. Te llamará.

– ¿Una nena? -preguntó Myron.

– Mea culpa por no ser políticamente correcto. A veces sigo refiriéndome a mí mismo como «negro».

– Eso es porque eres demasiado vago para decir estadounidense de origen africano.

– ¿Pero no se decía afroamericano?

– No, ahora se dice estadounidense de origen africano.

– Siempre que no sepas cómo se dice algo, pregúntale a un blanco. Bueno, sea como sea, la ayudante del forense se llama Amanda West. Parecía tener muchas ganas de contar cosas.

Jake le dio a Myron su dirección.

– ¿Y qué hay del policía? -preguntó Myron-. Jimmy Blaine.

– Nada.

– ¿Todavía trabaja?

– No, se jubiló.

– ¿Tienes su dirección?

– Sí.

Silencio. Esperanza tenía la mirada fija en la pantalla del ordenador.

– ¿Podrías dármela? -preguntó Myron.

– No -respondió Jake.

– No pienso molestarle, Jake.

– He dicho que no.

– Ya sabes que puedo encontrarla por mi cuenta.

– Perfecto, pero yo no pienso dártela. Jimmy es uno de los buenos, Myron.

– Y yo.

– Quizá. Pero a veces, los inocentes salen mal parados en tus pequeñas cruzadas.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Nada. Sólo que lo dejes en paz.

– ¿Y a qué viene tanta defensiva? Yo lo único que quiero es hacerle un par de preguntas.

Silencio. Esperanza seguía concentrada en el ordenador.

– A menos que hiciera algo que no debía -añadió Myron.

– Da igual -dijo Jake.

– Aunque hubiese…

– Aunque hubiese. Adiós, Myron.

El teléfono quedó en silencio. Myron se quedó mirándolo un momento y luego dijo:

– Ha sido una conversación extrañísima.

– Sí, sí -dijo Esperanza sin despegar la mirada de la pantalla del ordenador-. Te he dejado los mensajes sobre tu mesa. Tienes un montón.

– ¿Has visto a Win?

Esperanza negó con la cabeza.

– Pavel Menansi ha muerto -dijo Myron-. Alguien lo asesinó anoche.

– ¿El tipo que abusó de Valerie Simpson?

– Sí.

– Uf, pues no veas lo mal que me sienta. Espero poder dormir por las noches -Esperanza se apartó al fin de la pantalla un momento y añadió-: ¿Sabías que estaba en aquella lista que me diste de invitados a la fiesta?

– Sí. ¿Has encontrado otros nombres interesantes?

– Uno -respondió Esperanza casi sonriendo.

– ¿Quién es?

– Piensa en un perrito faldero.

Myron hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Piensa en Nike -continuó Esperanza-. Piensa en el contacto de Duane con Nike.

Myron se quedó de piedra.

– ¿Ned Tunwell?

– Respuesta correcta -parecía que toda la gente con quien hablaba Myron fuera presentadora de concursos televisivos-. En la lista aparece como E. Tunwell y su nombre verdadero es Edward, así que investigué un poquito y… ¿a que no sabes quién fue el primero en cerrar un contrato con Valerie Simpson para Nike?

– Ned Tunwell.

– Y adivina quién quedó con tres palmos de narices cuando la carrera de Valerie se vino abajo.

– Ned Tunwell.

– Guau -dijo Esperanza en tono seco-, parece que tuvieras poderes psíquicos -y, dicho esto, volvió a concentrarse en la pantalla del ordenador.

– ¿Alguna otra cosa? -preguntó Myron tras esperar unos segundos.

– Sólo un rumor con muy poco fundamento.

– ¿Cuál?

– Lo típico en estas situaciones -dijo Esperanza sin separar los ojos de la pantalla-. Que Ned Tunwell y Valerie Simpson eran más que amigos.

– Ponme con Ned. Dile que necesito…

– Ya lo he hecho -le interrumpió Esperanza-. Vendrá aquí esta tarde a las siete.

39

La doctora Amanda West trabajaba en ese momento como jefa de Patología del Centro Médico St. Joseph de Doylestown, cerca de Filadelfia. Myron entró en el parking del hospital. Por la radio del coche sonaba la clásica canción de los Doobie Brothers China Groove. Myron seguía el estribillo, que consistía básicamente en decir: «Oh, oh, China Groove» una y otra vez. Empezó a cantar en voz alta y se preguntó, como en muchas ocasiones anteriores, qué narices debía de ser «China Grove».

Justo cuando estaba cogiendo el ticket del encargado del parking, sonó el teléfono del coche.

– Jessica ya está escondida -dijo Win.

– Gracias.

– Nos vemos mañana en el partido.

Y colgó. Aquello había sido muy brusco. Incluso tratándose de Win.

Una vez dentro del hospital, Myron le preguntó al recepcionista dónde estaba el depósito de cadáveres. El recepcionista se quedó mirándolo como si estuviera loco y dijo:

– En el sótano, como es lógico.

– Ah, claro. Como en Quincy -contestó Myron refiriéndose a la serie de televisión.

Tomó el ascensor y bajó un piso. Allí abajo no había nadie. Encontró una puerta con un cartel donde se leía: «depósito de cadáveres» y, de nuevo gracias a sus grandes poderes de deducción, se percató de inmediato de que aquello debía ser el depósito de cadáveres. Myron el Médium. Se preparó mentalmente para lo que podría encontrar detrás de la puerta y llamó.

– Adelante -oyó decir a una voz de mujer de tono agradable.

Era una sala pequeña que olía a productos de limpieza. Toda la decoración era exclusivamente de metal. Había dos mesas una enfrente de otra, que ocupaban la mitad de la sala. Había estanterías de metal y sillas de metal, además de un montón de bandejas y papeleras de acero inoxidable sin rastro de sangre. Ni de órganos. Todo estaba limpio y reluciente. Myron había presenciado multitud de actos violentos, pero ver sangre todavía seguía provocándole mareos una vez pasado el peligro. No le gustaba la violencia, a pesar de lo que pudiera haberle comentado a Jessica anteriormente. Se le daba bien, era innegable, pero no le gustaba. Sí, la violencia era lo que más acercaba a los humanos a su yo primitivo, lo que más le acercaba a uno a su estado natural, al estado lockeano, por así decir. Y claro, la violencia era la prueba definitiva, una prueba tanto de fuerza física como de astucia animal. Pero aun así, seguía siendo aborrecible. La humanidad había evolucionado por alguna razón, al menos en teoría. De manera que, en definitiva, la violencia no era más que un chute de adrenalina. Aunque lo mismo podía decirse de tirarse de un avión sin paracaídas.