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Frank sacó un paquete de chicles de la marca Dentyne y se metió uno en la boca.

– Pero no he venido aquí para ponerme a filosofar contigo. El hecho es que Pavel está muerto. Y por lo tanto no me da más dinero, así que mi norma ya no se aplica. ¿Me sigues?

– Sí.

– No soy más que un hombre de negocios. Pavel ya no me puede dar dinero. Y eso quiere decir que tú y yo ya no tenemos por qué pelearnos. O sea que puedes seguir viviendo. Matándote no ganaría nada, ¿me entiendes?

Myron asintió con la cabeza y dijo:

– ¿Te vas a poner tierno conmigo, Frank?

Frank se inclinó hacia Myron. Tenía los ojos pequeños y muy negros.

– No, caraculo, no me voy a poner tierno. Pero la próxima vez no voy a andarme con gilipolleces. Y entonces no te va a servir de nada esconder a tu novia. La encontraré. O si no me cargaré a otra persona, como tu madre, tu padre, tus amigos… a quién sea, hasta a tu barbero.

– Se llama Pierre. Y prefiere que lo llamen «experto en belleza capilar».

– ¿Estás de guasa conmigo? -dijo Frank mirándole directamente a los ojos.

– Acabas de amenazar a mis padres -dijo Myron-. ¿Qué se supone que debería decir?

Frank asintió con la cabeza lentamente varias veces, se recostó en el asiento y dijo:

– Hemos terminado. De momento -pulsó un botón y el separador volvió a bajar.

– ¿Sí, señor Ache? -preguntó Billy.

– Llama a una grúa para que se lleve el coche de Bolitar.

– Sí, señor Ache.

– Saca el puto culo de mi coche -le dijo a Myron.

– ¿No me vas a dar un abrazo antes?

– Fuera.

– ¿Puedo hacerte una pregunta muy breve?

– ¿Qué?

– ¿Hiciste matar a Valerie para proteger a Pavel?

– Fuera -dijo Frank esbozando una sonrisa de hurón-, o usaré tus pelotas como tentempié.

– Está bien, gracias. Ha sido un placer charlar contigo, Frank, ya nos llamaremos algún día.

Myron abrió la puerta y salió de la limusina.

Frank se deslizó sobre el asiento hasta sacar la cabeza por la puerta y dijo:

– Dile a Win que hemos hablado, ¿de acuerdo?

– ¿Por qué?

– No es cosa tuya. Limítate a decírselo. ¿Queda claro?

– Clarísimo, clarísimo -dijo Myron. Frank cerró la puerta y la limusina se alejó por la carretera.

42

Los del servicio de grúas Triple A fueron a buscarlo y llegó a su oficina a las seis y media. Ned todavía no había llegado. Esperanza le pasó las llamadas recibidas y Myron entró en su despacho para responderlas.

– La zorra, por la línea tres -le dijo Esperanza por el comunicador.

– Deja de llamarla así -dijo Myron. Luego cogió el teléfono y dijo-: ¿Ya has vuelto al loft?

– Sí. No te ha llevado mucho tiempo -dijo Jessica.

– Es que siempre resuelvo las cosas muy deprisa.

– Y aun así yo no me quejo.

– ¡Ay! Eso ha sido un golpe bajo.

– Bueno, ¿y entonces qué ha pasado?

– Alguien ha matado a Pavel Menansi, así que Frank ya no tiene que protegerlo.

– ¿Tan simple como eso?

– Se trata de negocios. Y los negocios con esta gente son muy simples.

– No hay beneficio, no hay asesinato.

– La norma número uno.

– ¿Vendrás a casa esta noche?

– Sí.

– Pero pongamos una condición.

– ¿Cuál?

– Que no hablemos de Valerie Simpson ni de asesinatos ni de nada de eso. Lo olvidamos todo.

– ¿Y entonces qué hacemos? -preguntó Myron.

– Pues hacemos el amor hasta que no podamos más.

– Bueno, tendré que conformarme con eso, entonces.

Esperanza sacó la cabeza por la puerta de su despacho y dijo:

– Ya está aquííí.

Myron le hizo un gesto afirmativo con la cabeza y después le dijo a Jessica:

– Luego te llamo.

Myron colgó el teléfono, se puso de pie y esperó. Iba a pasar una noche a solas con Jessica. Parecía ideal. Aunque también le daba un poco de miedo. Todo estaba yendo muy deprisa y no tenía ningún control. Jess había vuelto y las cosas aparentaban marchar mejor que nunca, pero Myron reflexionó.

Reflexionó básicamente sobre si sería capaz de sobrevivir en caso de ser abandonado como la última vez, sobre si podría resistir tanto dolor de nuevo. También reflexionó sobre qué podía hacer para protegerse; se dio cuenta de que no podía hacer nada y lamentó no saber utilizar mejor algunos mecanismos de defensa.

Ned Tunwell entró en su despacho prácticamente de un salto y con la mano extendida, como si fuera el típico invitado muy animado de un programa nocturno, apareciendo a través de una cortina. Myron hasta pensó que iba a ponerse a saludar al público. Ned le dio un fuerte apretón de manos y dijo:

– ¡Hola, Myron!

– Hola, Ned. Siéntate, por favor.

Ned borró su sonrisa al oír aquel tono y preguntó:

– Oye, ¿no pasa nada malo con Duane, no?

– No.

– ¿No se habrá lesionado? -insistió Ned en tono temeroso.

– No. Duane está perfectamente.

– Genial -dijo Ned volviendo a activar su sonrisa. Aquel tipo no era de los que se dejan desanimar fácilmente-. Qué partido el de ayer, fue fantástico. Fantástico, Myron, es que te lo juro, qué manera de remontar, la gente no habla de otra cosa. Y la visión de la marca fue increíble, sencillamente increíble. Ni nosotros mismos podríamos haber hecho un guión mejor. Yo es que casi me corro de gusto.

– Ya, ya. Siéntate, Ned.

– Claro que sí -dijo Ned. Myron rezó en silencio para que Ned no le dejara ninguna mancha en la silla-. Ya sólo quedan horas, Myron. Me refiero al gran día. Las semifinales del sábado. Habrá una multitud enorme en directo y una audiencia de televisión inconmensurable. ¿Crees que Duane tiene posibilidades de ganar a Craig? En los periódicos dicen que no.

Thomas Craig, el segundo cabeza de serie y principal representante de la estrategia del servicio y volea del juego, estaba en el mejor momento de su carrera como tenista.

– Sí -contestó Myron-. Creo que Duane tiene posibilidades.

– Guau -dijo Ned con los ojos como platos-. Si llegara a ganar… -Ned se detuvo a media frase y se limitó a negar con la cabeza mientras sonreía.

– Oye, Ned.

– ¿Sí? -contestó Ned mirándole a la cara con los ojos muy abiertos.

– ¿Te llevabas bien con Valerie Simpson?

Ned dudó un momento y su mirada perdió un poco de vigor.

– ¿Yo? -preguntó.

Myron asintió con la cabeza.

– Sí, bastante.

– ¿Sólo bastante?

– Sí -contestó Ned esbozando una sonrisa nerviosa que se esforzó por mantener-. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

– No, nada, sólo que a mí me han contado otra cosa.

– ¿Ah, sí?

– He oído que fuiste tú quien la convenció para firmar con Nike. Que tú te encargaste de su cuenta.

– Bueno, sí, creo que sí -dijo Ned avergonzándose un poco.

– O sea que la debiste de conocer bastante bien.

– Supongo que sí. ¿Pero por qué me lo preguntas, Myron? ¿Por qué tanto interés?

– ¿Confías en mí, Ned?

– Al cien por cien, Myron. Ya lo sabes. Pero es que este tema me resulta un poco doloroso, ¿me entiendes?

– ¿Lo dices por el hecho de que haya muerto y esas cosas?

– No -dijo Ned poniendo cara de estar chupando un limón-. Por lo de que su carrera se viniera abajo. Ella fue la primera persona con quien firmé un contrato para Nike. Pensé que iba a lanzarme a la cumbre, pero en vez de eso me dejó en la estacada cinco años. Me hizo mucho daño.

Otro señor Sensible.

– Y cuando fracasó de aquella manera tan estrepitosa -prosiguió Ned-, ¿a qué no sabes a quién le tocó asumirlo? Venga, va, a ver si lo adivinas.