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Myron pensó que se trataba de una pregunta retórica, pero Ned estaba esperando una respuesta con cara de expectación, así que al fin dijo:

– ¿No habrás sido tú, Ned?

– Pues sí, fui precisamente yo. Me arrojaron a lo más bajo. Me tiraron allí. Y tuve que empezar a escalar posiciones otra vez. Y todo por Valerie y su crisis nerviosa. Oye Myron, no me malinterpretes. Ahora estoy muy bien, toco madera -dijo repiqueteando sobre la mesa con los nudillos.

Myron también tocó madera.

– ¿Conocías a Alexander Cross? -preguntó.

– Oye, ¿a qué viene todo esto? -dijo Ned enarcando ambas cejas.

– Confía en mí, Ned.

– Si ya lo hago, Myron, en serio, pero es que…

– Es una pregunta muy sencilla: ¿conocías a Alexander Cross?

– Tal vez hablara alguna vez con él, no me acuerdo muy bien. A través de Valerie, claro. Creo que salían juntos.

– ¿Y Valerie y tú?

– ¿Qué quieres decir con Valerie y yo?

– ¿Salíais juntos?

– Oye, para un momento -dijo Ned alzando la mano en señal de «stop»-. Mira, Myron, me caes muy bien, de verdad. Eres un tipo legal. Una persona sincera como yo…

– No, Ned, tú no eres una persona sincera porque me estás engañando. Tú conocías a Alexander Cross. De hecho, estuviste en el club de tenis Old Oaks la noche en que fue asesinado.

Ned abrió la boca para decir algo, pero no logró articular palabra y al final sólo consiguió decir que no con la cabeza.

– Mira -dijo Myron poniéndose en pie y enseñándole la lista de invitados a la fiesta-. Está subrayado con rotulador amarillo. E. Tunwell. Edward, es decir, Ned.

Ned miró el papel, volvió a mirar a Myron y volvió a mirar el papel.

– Eso fue hace mucho tiempo. ¿A qué viene esto ahora?

– ¿Por qué me has mentido?

– Yo no te he mentido.

– Me estás ocultando algo, Ned.

– No, no es verdad.

Myron se lo quedó mirando, que seguía sentado y sin saber adónde mirar.

– Mira, Myron, no es lo que tú crees.

– Yo no creo nada -repuso Myron. Y luego añadió-: ¿Te acostaste con ella?

– ¡No! -dijo Ned levantándose al fin y mirando fijamente a Myron-. Ese maldito rumor estuvo a punto de costarme la carrera. Es una mentira que aquel mierda de Menansi inventó sobre mí. Es mentira, Myron, te lo juro.

– ¿Pavel Menansi le dijo eso a la gente?

– Es un hijo de la gran perra -dijo Ned asintiendo con la cabeza.

– Lo era.

– ¿Qué?

– Pavel Menansi está muerto. Lo mataron anoche de un disparo en el pecho. Algo muy parecido al asesinato de Valerie -Myron aguardó dos segundos y después lo señaló-. ¿Dónde estuviste anoche?

– No estarás pensando… -empezó Ned con los ojos como dos pelotas de golf.

– Si no tienes nada que ocultar… -dijo Myron encogiéndose de hombros.

– ¡Claro que no!

– Pues entonces dime qué ocurrió.

– No ocurrió nada.

– ¿Qué es lo que no quieres decirme, Ned?

– No pasó nada, Myron. Te juro que…

Myron exhaló un suspiro y dijo:

– Acabas de admitir que Valerie Simpson supuso un grave revés para tu carrera. Acabas de admitir que lo que hizo te sigue doliendo. Además acabas de decirme que Pavel Menansi extendió rumores falsos sobre ti. De hecho, te acabas de referir a la víctima de un asesinato, textualmente, como «un hijo de la gran perra».

– Oye, venga ya, Myron, sólo estábamos hablando -Ned intentó zafarse de la situación mediante sonrisas, pero Myron mantuvo expresión severa-. No quería decir nada con eso.

– Puede que no, o puede que sí. Pero me pregunto cómo van a reaccionar tus superiores de Nike cuando se enteren de esto.

– Oye, no puedes estar hablando en serio -dijo Ned manteniendo la sonrisa pero sólo de labios afuera-. No puedes ir por ahí extendiendo rumores como si tal cosa.

– ¿Por qué no? -preguntó Myron-. ¿Es que piensas matarme a mí también?

– ¡Yo no he matado a nadie! -chilló Ned.

– No sé… -dijo Myron fingiendo tener miedo.

– Mira, aquella noche Valerie me llevó afuera, ¿de acuerdo? Nos besamos un poco, pero la cosa no pasó de ahí, te lo juro.

– Uf, frena, frena -dijo Myron-. Empieza desde el principio. Fuiste a la fiesta, ¿qué más?

Ned se dejó deslizar sobre su asiento hasta quedar sentado al borde de la silla y empezó a hablar muy rápidamente:

– Bueno, pues fui a la fiesta ¿de acuerdo? Y Valerie también. Llegamos los dos juntos. Ella estaba muy emocionada porque Alexander iba a hacer público que estaban prometidos, pero luego se echó atrás y a ella le sentó fatal.

– ¿Y por qué se echó atrás?

– Por su padre. Le dijo a Alexander que se olvidara de todo aquello.

– ¿El senador Cross?

– Sí.

– ¿Por qué? -preguntó Myron.

– ¿Y cómo quieres que lo sepa? Valerie me contó que ese tipo era un gilipollas. Ella lo odiaba. Pero cuando Alexander le hizo caso sin más, Valerie se puso echa una furia. Quería vengarse. Hacérselo pagar.

– ¿Y tú estabas con ella en ese momento?

– Exacto -dijo Ned haciendo chasquear los dedos-. Yo era a quien tenía más cerca en ese momento. Eso es todo. No fue culpa mía, Myron. Sólo estuve en el lugar equivocado en el momento inoportuno. Me entiendes, ¿no?

– Así que los dos salisteis afuera -dijo Myron tratando de que le contara el resto.

– Salimos afuera y encontramos un sitio detrás de un cobertizo. Sólo nos besamos, te lo juro. Nada más. Sólo fueron besos. Después oímos ruidos y nos apartamos.

– ¿Qué tipo de ruidos? -preguntó Myron mientras se sentaba de nuevo.

– Al principio sólo era el ruido del rebote de pelotas de tenis contra una raqueta, pero luego oímos a gente hablando a voces. Uno de ellos era Alexander. Y entonces oímos un grito terrible.

– ¿Y qué hiciste? -preguntó Myron.

– ¿Yo? Al principio nada. Valerie también chilló. Y después se puso a correr. Yo la seguí. La perdí de vista un segundo, di la vuelta a una esquina y la vi allí delante, de pie. Cuando llegué a donde estaba, vi lo que veía ella. Alexander se desangraba sobre la hierba. Sus amigos empezaron a alejarse corriendo. Y tenía un negro inmenso de pie encima. Con una raqueta de tenis en una mano y un cuchillo enorme en la otra.

Myron se inclinó hacia delante y preguntó:

– ¿Viste al asesino?

– Muy de cerca -dijo Ned haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.

– ¿Y era un negro inmenso?

– Sí.

– ¿Cuántos había?

– Dos. Los dos eran negros.

La teoría de la trampa acababa de irse al traste. A no ser que Ned estuviera mintiendo, cosa que Myron dudaba.

– ¿Y qué pasó luego? -preguntó Myron.

Ned hizo una pausa antes de responder y luego dijo:

– ¿Viste alguna vez a Valerie en la cúspide de su carrera? Jugando al tenis, quiero decir.

– Sí.

– ¿Recuerdas aquella mirada que tenía?

– ¿Qué mirada?

– Hay algunos deportistas que la tienen. Larry Bird la tuvo durante un tiempo. Joe Montana también. Y Michael Jordan. A lo mejor tú también la tuviste. Pues bien, Val la tenía, y puso exactamente esa mirada en aquel momento. El negro más bajito empezó a chillarle al más alto, diciéndole: «mira lo que has hecho», «estás loco» y cosas así. Y entonces echaron a correr en dirección a nosotros. Yo salí corriendo, no soy ningún tonto. Pero Val no. Ella se quedó allí. Y cuando los dos tipos se acercaron, pegó un grito tremendo y se abalanzó contra el más bajito. Yo no me lo podía creer. Lo enfrentó como si fuera un defensa de fútbol americano. Los dos cayeron al suelo, pero entonces el tipo bajito le pegó con la raqueta y se deshizo de ella.

– ¿Los viste bien?

– Sí, creo que bastante bien.

– ¿Viste alguna foto de Errol Swade?