Ellen había sido excepcional en el Sector Sur en cuanto a su indiferencia hacia las labores domésticas. El desorden del comedor era muy parecido al que yo recordaba, con bolas de pelusa en los rincones y libros y papeles que se apartaban a un lado cuando había que hacer sitio para la comida. Aun así, la casa siempre me resultó romántica cuando era pequeña. Formaba parte de un puñado de casonas de la barriada -el Sr. Cleghorn había sido director de escuela primaria antes de largarse- y cada uno de los cinco hijos tenía su habitación. Un lujo inaudito en el Sector Sur. Nancy incluso tenía una pequeña ventana torreada donde representábamos Barba Azul.
La Sra. Cleghorn se sentó tras un montón de periódicos a la cabecera de la mesa y me indicó con la mano la silla diagonal a la suya.
Jugué nerviosamente con las páginas del libro que tenía delante y después dije bruscamente:
– Nancy estuvo intentando localizarme ayer. Supongo que ya se lo dije cuando me dio su número. ¿Sabe lo que quería?
Movió la cabeza.
– Llevaba varias semanas sin hablar con ella.
– Comprendo que es brutal por mi parte molestarla con esto hoy. Pero… no hago más que pensar que debía tener relación con… con lo que le ocurrió. Es que, hacía tanto tiempo que no nos veíamos. Y cuando por fin charlamos fue de mi trabajo de detective y de lo que haría yo en su lugar. Por eso habría pensado en mí en ese contexto, entiende; algo surgió en lo que ella creyó que mi experiencia profesional podría servirle de ayuda.
– No sé qué decirte, querida -le tembló la voz y luchó para controlarla-. No dejes que te inquiete. Estoy segura de que no podrías haber hecho nada para ayudarla.
– Ojalá pudiera estar de acuerdo. Mire, no quiero ser morbosa, ni insistir cuando se encuentra tan alterada. Pero me siento responsable. Soy una investigadora experimentada. Podría haberla ayudado de haber estado en casa cuando llamó. Lo único que me queda es descargar mi conciencia intentando encontrar al que la mató.
– Vic, sé que tú y Nancy erais amigas, y estoy segura de que crees que aportas algo metiéndose en esto. ¿Pero no puedes simplemente dejárselo a la policía? No quiero tener que hablar ni pensar más en ello. Ya es bastante tener que prepararme para el funeral con todos estos críos chillando por la casa. Si tengo que ponerme a pensar en por qué… por qué han querido matarla…; no hago más que verla en aquel pantano. Solíamos ir allí para observar a los pájaros cuando estaba en las Girls Scout y siempre tuvo mucho miedo al agua. No hago más que pensar en ella, allí, sola y aterrada… -calló y se esforzó por contener las lágrimas.
Yo sabía que Nancy tenía miedo al agua. Nunca se había unido a nuestros subrepticios baños en el Calumet y tuvo que llevar una declaración escrita de su médico para eximirla del curso obligatorio de natación en la universidad. No quería pensar en sus últimos minutos en el pantano. Quizá no hubiera recobrado el conocimiento. Era lo más que podía esperar.
– Por eso es importante para mí saber quién le hizo pasar por ese calvario. Si puedo echar un cable ahora me produce la sensación de que no estuvo tan desamparada. Si lo entiende, dígame, por favor, con quién pudo hablar Nancy. Si es que no habló con usted, claro está.
Entre ella y Nancy había existido siempre una especie de camaradería relajada que yo envidiaba. Pese a querer mucho a mi madre, su carácter era en exceso intenso para permitir una relación cómoda. Si Nancy no le había hablado a Ellen Cleghorn de lo que estaba pasando en el centro de reciclaje, era seguro que le hubiera comentado sobre amigos y amantes. Y tras unos minutos más de insistir pacientemente, la Sra. Cleghorn empezó a hablarme de ellos.
Nancy se había enamorado, quedado embarazada y abortado. Desde que rompiera con Charles hacía cinco años no había habido ningún hombre especial en su vida. Ni tampoco había tenido amigas íntimas por el barrio.
– Realmente no era un buen sitio para conocer gente. Yo tenía esperanzas de que quizá después de comprar la casa… South Shore es una zona algo más animada y ahora viven allí muchos universitarios. Pero por aquí no había nadie con quien tuviera bastante amistad para contarle nada. Con la posible excepción de Caroline Djiak, y Nancy decía que era tan alocada que no le habría dicho nada de lo que no estuviera segura a morir -esta frase inconsciente le hizo estremecerse.
Yo me froté los ojos.
– Nancy habló con uno de los fiscales del Estado de Illinois. Si tenía algo que ver con PRECS es posible que también le dijera algo del asunto a su abogado. ¿Cómo se llama? Mencionó su nombre la noche que pasó por casa de Caroline pero no puedo recordarlo.
– Supongo que se trata de Ron Kappelman, Vic. Salió con él unas cuantas veces pero no llegaron a encajar realmente.
– ¿Cuándo fue eso? -pregunté súbitamente alerta. Acaso se tratara de un crimen pasional después de todo.
– Debe de hacer dos años, digo yo. Cuando él entró a trabajar en PRECS.
Y acaso no. ¿Quién va a esperar dos años para vengarse de un amor agriado? Es decir, dejando a un lado a Agatha Christie.
La Sra. Cleghorn no supo decirme nada más. Aparte de la fecha del funeral, fijada para el lunes en la Iglesia Metodista Monte de los Olivos. Le dije que asistiría y la dejé al cuidado de sus nietos.
De vuelta en el coche, me derrumbé abatida sobre el volante. Salvo las investigaciones financieras que había hecho el martes, no había recibido pago alguno de un cliente desde hacía tres semanas. Y ahora, si efectivamente iba a indagar en el asesinato de Nancy, tendría que hablar con el fiscal del estado, para comprobar si Nancy le había revelado algo cuando le comunicó que la estaban siguiendo. Hablar con Ron Kappelman. Ver si cabía la posibilidad de que se hubiera sentido despechado o, si no eso, si tenía alguna idea de lo que Nancy había estado tramando hasta hacía pocos días.
Me froté la cabeza con cansancio. Quizá estuviera haciéndome mayor para bravuconadas. Quizá lo que debiera hacer era llamar a John McGonnigal, contarle mi conversación con Caroline, y volver a lo que yo sé hacer: investigar el fraude industrial.
Con esa nota de prudencia, y hasta de racionalidad, encendí el coche y me puse en marcha. No hacia la Carretera del Lago y el sentido común, sino hacia el sur, donde había muerto Nancy Cleghorn.
13.- La Laguna del Palo Muerto
La Laguna del Palo Muerto estaba en lo hondo de una maraña de pantanos, terrenos de relleno y fábricas. Sólo había estado allí en una ocasión, formando parte de una expedición de Girls Scout para observar las aves, y no estaba segura de poder encontrarla. A la altura de la Calle Ciento Tres tomé la dirección oeste hacia Stony Island, la calle que serpentea entre este laberinto. Al norte de la Ciento Tres es una gran carretera, pero por esta parte se torna en una vía de grava de anchura indeterminada, y llena de baches a causa de los enormes semirremolques que reptan de ida y vuelta a las fábricas.
La fuerte lluvia había convertido esta trocha en una superficie vidriosa y enfangada. El Chevy saltaba y resbalaba con dificultad por los surcos entre las altas hierbas del pantano. Los camiones con que me crucé me llenaron el parabrisas de salpicaduras de barro. Cuando hice un viraje para procurar evitarlos el Chevy rebotó peligrosamente y se fue hacia las zanjas de drenaje que flanqueaban la carretera.
Tenía los brazos doloridos de forcejear con el volante cuando finalmente vi la laguna a mi izquierda. Aparqué el coche en una porción de terreno alto contiguo a la carretera y me calcé los deportivos para la expedición. Seguí la carretera hasta un camino señalizado a la orilla izquierda de la laguna, después me abrí paso con cautela a través de terrenos pantanosos y hierbas muertas. El cieno se aplastaba bajo mis pies y se filtraba por mis zapatos deportivos.