Выбрать главу

– Venga, Vic. Afloja -la voz de Murray tenía un filo que me hizo volver a la habitación.

– Murray, hace dos días me mirabas lleno de desdén con el mentón muy subido diciéndome que no necesitabas nada de mí y no estabas dispuesto a hacer nada por mí. Entonces, dame una razón para que de pronto tenga que echarte un cable.

Murray agitó la mano señalando en torno a la habitación del hospital.

– Ésta, cielo. Alguien te la tiene jurada a muerte. Cuantas más sean las personas que saben lo que tú sabes, menos probabilidades habrá de que te pesquen la segunda vez.

Sonreí tiernamente; por lo menos ésa era mi intención.

– He hablado con la policía.

– Y les has dicho todo lo que sabes.

– En eso tardaría más tiempo del que el teniente Mallory dispone. Le conté con quién había hablado el día antes del… del ataque. Eso te incluye a ti; no estuviste muy simpático y el teniente quería saber si alguien se había mostrado agresivo.

Los ojos de Murray se entornaron por encima de su barba roja.

– He venido dispuesto a ser compasivo, y hasta a aplicarte ungüento en las partes doloridas. Te las pintas sola para destruir los buenos sentimientos, chiquilla.

Hice un gesto agrio.

– Curioso; Bobby Mallory dijo prácticamente lo mismo.

– Como haría cualquier hombre sensato… En fin, oigamos la historia del ataque. Lo único que tengo es el apunte que el hospital facilitó a la policía. Anoche apareciste en los titulares informativos de las cuatro televisiones, eso para que te sientas importante.

Pues no era así. Me hizo sentirme más expuesta. Quienquiera que hubiera intentado tirarme al pantano de Chicago Sur había tenido pleno acceso a la noticia de que había conseguido salir de allí. No tenía ningún sentido pedirle a Murray que lo mantuviera tapado: le comuniqué todo lo que me fue tolerable revelar sobre la experiencia.

– Retiro lo dicho, V. I. -dijo cuando hube acabado-. Es una historia espantosa aun faltándole la mayor parte de los detalles. Tienes todo el derecho a dar rabotazos algún tiempo.

Pese a ello, procuró sonsacarme más información, no cejando hasta que trajeron la comida -pollo y guisantes reblandecidos- seguida nerviosamente por la mujer que estaba recuperándose de cirugía plástica. Me llevé una rociada bastante seria de la jefa de planta por tener visitas que impulsaban a mi compañera a abandonar su cama del susto. Puesto que Murray ocupa aproximadamente el mismo espacio que un oso gris crecidito, dirigió los suficientes comentarios hacia él como para hacerle salir de allí un tanto avergonzado.

Después de comer, una diminuta subalterna asiática vino para informarme de que la Dra. Herschel había dado instrucciones de que me sometieran a calor intenso en la sección de fisioterapia. Me trajo una bata de hospital. Pese a tener yo el doble de su volumen, me ayudó solícita a sentarme en una silla de ruedas y me condujo hasta la unidad de FT, en las profundidades cavernosas del hospital. Pasé una agradable hora de compresas húmedas, calor intenso y masaje, terminando con diez minutos en la piscina de rehabilitación.

Cuando al fin mi acompañante me devolvió a la habitación, estaba soñolienta y con ganas de dormir. Pero no iba a poder ser: encontré a Ron Kappelman sentado en la silla de visitas. Dejó una carpeta de papeles cuando me vio y me ofreció un tiesto de geranios.

– Tienes mucho mejor aspecto hoy de lo que yo creía posible hace veinticuatro horas -dijo sobriamente-. Lo único que siento es no haberme tomado en serio a tu vecino; supuse simplemente que te había surgido algo importante y te habías largado. Aún no entiendo cómo pudo obligarme a que le llevara hasta allí.

Volví a meterme en la cama y me tumbé.

– El Sr. Contreras es algo excitable, por lo menos en lo que toca a mi bienestar, pero hoy no tengo precisamente ganas de enfadarme por eso. ¿Te has enterado de algo sobre el informe del seguro? ¿O por qué se nombraba garante a Jurshak?

– Por tu aspecto diría que tendrías que estar convaleciente, no preocupándote por un montón de papeles viejos -dijo con desaprobación.

– ¿Es que han cambiado de categoría? El martes estabas todo alterado con ellos, ¿y ahora son un montón de papeles viejos? -permanecer echada no era buena idea, porque tendía a adormilarme. Subí la cama con la manivela para poder estar incorporada.

– Según estabas cuando el viejo te arrastró hasta la valla, me pareció que no valían tantos disgustos.

Escudriñé su cara en busca de señales de peligro o falsedad o algo así. Lo único que percibí fue noble preocupación. ¿Y eso qué demostraba?

– ¿Es por eso por lo que me tiraron al cenagal? ¿Por el informe al Descanso del Marino?

Pareció sorprendido

– Yo había supuesto… porque habíamos hablado de eso y después no apareciste en nuestra reunión.

– ¿Le has dicho a alguien que tengo esa carta, Kappelman?

Se inclinó hacia adelante, con la boca apretada en una línea fina.

– Me está empezando a disgustar el giro que está tomando la conversación, Warshawski. ¿Quieres insinuar que tuve algo que ver con lo que te pasó ayer?

Con él eran tres las personas interesadas en mi salud a quienes lograba irritar a los pocos minutos de llegar.

– Lo que quiero es cerciorarme de que no lo tuviste. Mira, Ron, lo único que sé de ti es que tuviste un amorío breve con una vieja amiga mía. Esto no quiere decir nada; vamos, yo estuve casada con un tipo al que no se le podía confiar ni la hucha de un crío. Lo único que demuestra es que las hormonas pueden más que la sesera.

– Hablé contigo y con otra persona sobre esos documentos. Si es por ellos por lo que me lanzaron al pantano ayer… y eso no es más que un gran interrogante… porque yo no sé… tuvo que ser por uno de los dos.

Hizo una mueca agria.

– Está bien. Esto puedo entenderlo… digo yo. No sé cómo convencerte de que yo no contraté a esos matones… aparte de por mi honor de Boy Scout. Porque lo fui, hace treinta años o así. ¿Estás dispuesta a aceptar esa prueba de rectitud?

– La tendré en cuenta -volví a bajar la cama; estaba demasiado cansada para intentar presionarle más-. Mañana me largan. ¿Quieres que volvamos sobre esos papeles?

Frunció el ceño.

– Eres realmente una fiera de sangre fría. A un pelo de la muerte un día y husmeando el rastro al siguiente. Sherlock Holmes no tenía nada que envidiarte. Supongo que sigo queriendo ver los malditos documentos; me pasaré hacia las seis si te han dejado volver a casa.

Se levantó y señaló a los geranios.

– No te los comas; son para el espíritu. Procura disfrutarlos.

– Muy gracioso -farfullé a su espalda. Antes de que hubiera desaparecido estaba ya profundamente dormida.

Cuando desperté hacia las seis vi a Max sentado en la silla de visitas. Leía una revista con sosegada concentración, pero cuando comprobó que estaba despierta la dobló con cuidado y la metió en su cartera.

– Habría venido mucho antes, pero me temo que he pasado el día en juntas y más juntas. Lotty me dice que estás bien, que sólo te hace falta descanso para estar completamente curada.

Me pasé la mano por el pelo. Lo tenía apelmazado y pegajoso, lo cual me hizo sentir en desventaja. Observé a Max cautelosa.

– Victoria -me cogió la mano izquierda y la sostuvo entre las suyas-. Espero que puedas perdonarme las palabras duras de hace unos días. Cuando Lotty me dijo lo que te había ocurrido, tuve verdadero remordimiento.

– No lo tengas -dije torpemente-. No eres responsable de nada de lo que me ha ocurrido.

Sus ojos de un pardo claro me miraron sagaces.

– Nada carece de conexión en nuestras vidas. Si no te hubiera pinchado con lo del Dr. Chigwell, quizá no habrías actuado tan violentamente como para buscarte un lío.