Выбрать главу

Se pasó una mano grasienta entre sus rizos rebeldes.

– Hasta hace tres años, cuando de repente noté la cantidad de peso que había perdido, no empecé a ver que algo le pasaba. Entonces salió que llevaba mucho tiempo sintiéndose decaída -mareada y eso, los pies se le dormían- pero no quería decir nada que pudiera poner en peligro su empleo.

La historia me resultaba deprimentemente familiar. La gente del elegante Sector Norte iba al médico cuando se rozaba el dedo del pie, pero en Chicago Sur la gente contaba con tener una vida dura. Eran muchas las personas que sufrían mareos y pérdida de peso; era la clase de cosas que los mayores se guardaban para sí.

– ¿Estás contenta con los médicos que la tratan?

Caroline terminó de mordisquear el muslo de pollo y se chupó los dedos.

– No están mal. Vamos a la Ayuda al Cristiano porque es allí donde Xerxes tiene el seguro médico, y hacen todo lo posible. Es decir, no le funcionan nada los riñones -lo llaman fallo renal agudo- y al parecer puede tener algún problema de médula ósea y un principio de enfisema. Ese es realmente nuestro único problema, que no para de pensar en sus dichosos cigarrillos. Demonio, puede que hayan contribuido a ponerla así para empezar.

Yo dije torpemente:

– Si está en tan mal estado, los cigarrillos no la van a poner peor, sabes.

– ¡Vic! ¿No le habrás dicho eso a ella, verdad? Tengo ya que pelearme con ella unas diez veces al día. Si creyera que estás de su parte, más me valdría renunciar de una vez -dio un enfático manotazo en la mesa; el oscilante montón de papeles voló por el suelo-. Yo estaba segura que por lo menos tú me respaldarías en esto.

– Ya sabes lo que pienso de fumar -le dije molesta-. Creo que Tony estaría vivo hoy si no hubiera tenido un vicio de dos paquetes diarios; aún sigo oyéndole resollar y toser en mis pesadillas. Pero ¿cuánto tiempo va a robarle a la vida de Louisa fumar a estas alturas? Está ahí metida sola, sin más compañía que la tele. Lo único que digo es que le aliviaría mentalmente y no va a agravarle físicamente.

Caroline apretó la boca en una línea inflexible.

– No. No quiero ni hablar de ello.

Suspiré y me agaché para ayudarla con los papeles sueltos. Cuando los tuvimos otra vez reunidos la miré con recelo: había vuelto a caer en su ánimo tenso y abstraído.

– Bueno, ya va siendo hora de que me largue. Espero que las Tigresas vuelvan a salirse con la suya.

– Yo… Vic. Tengo que hablar contigo. Necesito tu ayuda.

– Caroline, he venido, he brincado con el uniforme de baloncesto por ti. He visto a Louisa. No es que me sepa mal el rato que he pasado con ella, pero ¿cuántos puntos más hay en tu agenda esta noche?

– Quiero contratarte. Profesionalmente. Necesito que me ayudes como detective -dijo desafiante.

– ¿Para qué? ¿Le has dado el dinero de PRECS a la fundación de la iglesia Cuaresmal y ahora quieres que lo recupere?

– ¡Maldita sea, Vic! ¿Podrías dejar de comportarte como si aún tuviera cinco años y tomarme en serio unos minutos?

– Si querías contratarme, ¿por qué no me has dicho algo por teléfono? -pregunté-. Esta aproximación tuya pasito a pasito no es precisamente la más indicada para que te tome en serio.

– Quería que vieras a mamá antes de hablarte de esto -susurró, mirando el gráfico-. Creí que si veías lo mal que está lo considerarías más importante.

Me senté al borde de la mesa.

– Caroline, dímelo todo de una vez. Te prometo que te voy a escuchar con la misma seriedad que a cualquier otro posible cliente. Pero cuéntamelo todo, principio, medio y fin. Entonces sabremos si realmente necesitas un detective, si tengo que ser yo, y todo lo demás.

Tomó aliento y dijo rápidamente:

– Quiero que encuentres a mi padre.

Quedé en silencio unos instantes.

– ¿No es ése un trabajo de detective? -inquirió.

– ¿Sabes quién es? -pregunté suavemente.

– No, eso es en parte lo que quiero que descubras.

Ya ves lo mal que está mamá, Vic. Va a morirse pronto -procuró mantener un tono pragmático en la voz, pero le tembló levemente-. Sus padres siempre me han tratado como -no sé- diferente a como tratan a mis primos. Como de segunda clase, creo. Cuando muera quiero tener algo que se parezca a una familia. En fin, es posible que mi padre resulte ser un cretino de mierda. La clase de tipo que sería el que permite que una chica pase por lo que pasó mi madre cuando estaba embarazada. Pero es posible que tenga padres que me quieran. Y si no los tiene, por lo menos yo lo sabría.

– ¿Qué dice Louisa? ¿Le has preguntado?

– Por poco me mata. Por poco se mata; se descompuso de tal manera que estuvo a punto de asfixia, gritándome que era una desagradecida, que ella se había dejado la vida trabajando por mí, que nunca me faltó de nada, que por qué puñetas tenía que meter las narices en algo que no era asunto mío. Me di cuenta de que con ella no podía atar cabos. Pero tengo que saberlo. Y sé que tú puedes hacerlo.

– Caroline, quizá sea mejor para ti no saberlo. Aun si supiera cómo acometerlo -porque las personas perdidas no figuran demasiado en mi trabajo-, si le resulta tan doloroso a Louisa acaso fuera preferible no enterarse.

– ¡Tú sabes quién es!, ¿no? -exclamó.

Moví la cabeza.

– No tengo ni idea, no te miento. ¿Por qué creíste que lo sabría?

Bajo los ojos.

– Estoy segura de que mamá se lo dijo a Gabriella. Pensé que quizá Gabriella te lo habría dicho a ti.

Me acerqué para sentarme a su lado.

– Es posible que Louisa se lo dijera a mi madre, pero si lo hizo, no era la clase de cosa que Gabriella creería conveniente comunicarme. Por Dios santo que no sé quién es.

Al oírme decir eso sonrió levemente.

– Entonces, ¿lo buscarás?

Si no la hubiera conocido toda mi vida habría sido más fácil decir que no. Mi especialidad son los delitos financieros. Encontrar personas exige un tipo de destrezas determinado, y cierta clase de contactos que yo nunca me he molestado en cultivar. Y aquel hombre había desaparecido hacía más de un cuarto de siglo.

Pero además de gimotear, de burlarse y pegarse a mí cuando yo no quería, Caroline me había adorado. Cuando me fui a la universidad venía a la estación corriendo si volvía para el fin de semana, con sus trenzas cobrizas revoloteándole alrededor de la cabeza y sus piernas rechonchas trotando con todas sus fuerzas. Hasta se aficionó al baloncesto por mí. A punto estuvo de ahogarse al seguirme un día nadando en el Lago Michigan cuando tenía cuatro años. Los recuerdos eran interminables. Sus ojos azules me miraban aún con total confianza. No quería hacerlo, pero no podía evitar corresponderle.

– ¿Tienes alguna idea de cómo empezar la búsqueda?

– Bueno, ya sabes. Tuvo que ser alguien que viviera en el Sector Este. Ella no iba a ningún otro sitio. Vamos, ni siquiera había estado en el Loop hasta que tu madre nos llevó allí para ver los adornos de Navidad cuando yo tenía tres años.

El Sector Este era un barrio exclusivamente de blancos al este de Chicago Sur. Estaba separado de la ciudad por el Río Calumet, y sus residentes llevaban vidas en gran medida provincianas y endogámicas. Los padres de Louisa seguían viviendo allí en la casa donde ella se había criado.

– Ya es algo -dije animosa-. ¿Cuál calculas tú que sería la población en 1960? ¿Veinte mil personas? Y sólo la mitad eran hombres. Y muchos de ellos niños. ¿Tienes alguna otra idea?

– No -dijo tercamente-. Por eso necesito un detective.

Antes de que pudiera contestar sonó el timbre de la puerta. Caroline consultó su reloj.

– Puede que sea la tía Connie. A veces viene así de tarde. Vuelvo en seguida.