Por último exclamé débilmente:
– ¿Qué haces aquí? ¿Dónde has estado? ¿Te ha mandado tu madre?
Carraspeó, intentando hablar, pero no parecía capaz de pronunciar palabra.
El Sr. Contreras, con la promesa de no atosigarme aún presente en su espíritu, no remoloneó para emitir sus acostumbradas y poco sutiles amenazas contra mis visitas masculinas. O quizá le hubiera tomado las medidas a Art y decidido que no había por qué preocuparse.
Cuando el viejo se hubo ido, Art abrió al fin la boca.
– Tengo que hablar contigo. Es… las cosas son más graves de lo que creía -la voz le salió en un susurro chillón.
Caroline vino a la puerta del salón para ver a qué se debía aquella conmoción. Me volví hacia ella y dije todo lo sosegadamente que pude:
– Este es Art Jurshak, Caroline. No sé si os conocéis, pero es hijo del concejal. Tiene algo confidencial que comunicarme. ¿Puedes llamar a alguno de tus compañeros de PRECS para ver si alguno sabe algo sobre el informe que llevaba Nancy encima?
Temí que fuera a discutirme, pero se percató de mi ánimo aturdido. Me preguntó si me encontraba bien, si podía dejarme a solas con el joven Art. Cuando la hube tranquilizado volvió al salón para buscar su abrigo.
Se detuvo brevemente en la puerta al salir y dijo en voz baja:
– No eran ciertas todas esas cosas que dije. Volví para reconciliarme contigo, no para gritar de ese modo.
Le froté los hombros cariñosamente.
– No te preocupes, bola de fuego; lo da la tierra. Yo también dije unas cuantas tonterías. Vamos a olvidarlo.
Me dio un abrazo rápido y se fue.
32.- Salido de la manga
Conduje a Art al salón y le serví un vaso de Barolo. Se lo bebió de un trago. Probablemente el agua habría servido igual dadas las circunstancias.
– ¿Dónde te has metido? ¿Sabes que todas las patrullas policiales llevan tu descripción? ¿Y que tu madre se está volviendo loca? -no eran aquellas las preguntas que quería hacerle, pero no se me ocurría cómo espetarle ésas.
Sus labios se expandieron en una angustiada parodia de su hermosa sonrisa.
– Estuve en casa de Nancy. Supuse que nadie me buscaría allí.
– Ah-ah -sacudí la cabeza-. Llevas desaparecido desde el lunes por la noche y yo estuve en casa de Nancy el martes con la Sra. Cleghorn.
– Pasé el lunes por la noche en el coche. Entonces se me ocurrió que nadie iba a pensar en la casa de Nancy. Se veía que… que le habían hecho un buen destrozo. Ha sido un poco siniestro, pero sabía que ahí estaría a salvo porque ya la habían registrado.
– ¿Quiénes la «habían» registrado?
– Los que mataron a Nancy.
– ¿Y quiénes son? -tuve la sensación de estar interrogando a un jarro de miel.
– No lo sé -murmuró, mirando hacia otro lado.
– Pero lo supones -pinché yo-. Háblame del seguro que tu padre le tramita a Xerxes. ¿Por qué estaba interesada Nancy en eso?
– ¿Cómo conseguiste esos papeles? -dijo en un susurro-. He llamado a mi madre esta mañana. Sabía que estaría preocupada, y me dijo que habías estado allí. Mi… padre… el viejo Art había encontrado tu tarjeta y se había puesto como un basilisco, me dijo. Estaba vociferando que… que si me ponía las manos encima ya se ocuparía de que no volviera a traicionarle. Por eso he venido. Para ver lo que sabes. Para ver si puedes ayudarme.
Le dirigí una mirada agria.
– He estado intentando hacerte hablar de unas cuantas cosas durante las últimas semanas y te has estado comportando como si no supieras hablar tu lengua con soltura.
Se estrujó la cara con desesperación.
– Lo sé. Pero cuando Nancy murió me asusté tanto. Temía que mi padre tuviera algo que ver con ello.
– ¿Por qué no saliste corriendo entonces? ¿Por qué esperaste hasta que hablé contigo?
Se ruborizó aún más intensamente.
– Creí que posiblemente nadie conocía… conocía nuestra relación. Pero si tú la descubriste, cualquiera lo haría.
– ¿Cómo la policía, por ejemplo? ¿O el viejo Art? -al no recibir respuesta dije con toda la paciencia que pude reunir-. Está bien, ¿por qué has venido aquí hoy?
– He llamado a mi madre esta mañana. Sabía que mi padre estaría en una junta, que podía contar con que no estuviera en casa. Ya sabes, con los de la listas de candidatos -sonrió tristemente-. Con Washington muerto, se están reuniendo esta mañana para planear la elección. Mi padre -Art- puede dejar de asistir a alguna junta municipal, pero no se perdería ésa.
– En fin, mi madre me dijo lo tuyo. Y que habías estado allí pero que después estuviste a punto de acabar como… como Nancy. No podía quedarme en casa de Nancy toda la vida, apenas quedaba comida y me daba miedo encender las luces de noche por si alguien las veía y se acercaba a investigar. Y si iban a acabar con todo el que supiera lo de Nancy y el seguro, pensé que sería mejor buscar ayuda o era hombre muerto.
Contuve mi impaciencia lo mejor que pude. Iba a ser una tarde muy larga si quería obtener información de él. Las preguntas que realmente estaban quemándome la lengua -sobre su familia- tendrían que esperar hasta que pudiera sacarle toda la historia con sacacorchos.
Lo primero que quería aclarar era su relación con Nancy. Puesto que se había metido en su casa no era fácil seguir negando que habían sido amantes. Y la historia salió, dulce, triste y absurda.
Nancy y él se habían conocido hacía un año en un plan de la comunidad. Ella representaba a PRECS, él al despacho del concejal. Nancy le había atraído inmediatamente; siempre había sentido inclinación por las mujeres mayores que él con el aspecto y la simpatía que Nancy tenía y había querido salir con ella inmediatamente. Pero Nancy le había rechazado con una excusa u otra hasta hacía unos meses. Entonces habían empezado a salir y habían pasado rápidamente a una relación intensa. Él se sentía delirantemente feliz. Ella era tierna, cariñosa… y todo lo demás.
– ¿Entonces, por qué nadie lo sabía si erais tan felices? -pregunté. Lo comprendía, con dificultad. Cuando no estaba desgarrándose con sus desdichas, su increíble hermosura te movía a desear tocarle. Quizá fuera suficiente para Nancy, quizá pensara que la estética compensaba su inmadurez. Es posible que hubiera sido lo bastante calculadora para quererle como vía hacia la oficina del concejal, pero no creía que fuera eso.
Se removió incómodo.
– Mi padre siempre bramaba tanto contra PRECS que yo sabía que le sentaría fatal que saliera con una persona que trabajaba allí. Según él estaban procurando quitarle el distrito, ya sabes, porque se pasaban la vida criticando cosas como las aceras rotas de Chicago Sur y el paro y cosas así. No es culpa suya, desde luego, pero cuando Washington tomó posesión, no iba ni un centavo a las barriadas de minorías étnicas blancas.
Abrí la boca para contradecirle, y volví a cerrarla. Chicago Sur había iniciado su agonía cuando el gran alcalde Daley, ya fallecido, había sido asiduamente desoído tanto por Bilandic como por Byrne. Y el viejo Art había sido concejal todo el tiempo. Pero librar aquella batalla no me iba a servir de nada aquella tarde.
– De modo que no querías que se enterara. Y Nancy no quería que sus amigos lo supieran tampoco. ¿Por la misma razón?
Volvió a retorcerse.
– Creo que no. Creo que… Nancy era algo mayor que yo, sabes. Sólo diez años. Bueno, casi once. Pero creo que temía que se rieran de ella por salir con una persona tan joven.
– Muy bien. Era un gran secreto. Entonces vino a verte hace tres semanas para saber si Art se oponía a la planta de reciclaje. ¿Qué pasó después?