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Esta vez no intentarían nada exagerado. Algo discretito…

En torno a él, los Hermanos entonaban lo que cada uno consideraba, según sus luces, algo místico. El efecto general no estaba nada mal, mientras no se prestara atención a las palabras. Las palabras. Ah, sí-Bajo la vista y las pronunció en voz alta. Nada sucedió. Parpadeó.

Cuando volvió a abrir los ojos, se encontraba en un callejón oscuro, tenía el estómago lleno de fuego y estaba muy furioso.

Iba a ser la peor noche en la vida de Zebbo Mooty, ladrón de tercera clase, y no le habría consolado en absoluto saber que también sería la última. La lluvia hacía que la gente se quedara en sus casas, y él aún no había cumplido el cupo. Por tanto, se mostró un poco menos cauteloso de lo que habría sido en otras circunstancias.

Durante la noche, en las calles de Ankh-Morpork la precaución es un absoluto. No existe el concepto de «precaución moderada». O eres muy precavido, o eres un cadáver. Quizá camines y respires, pero el caso es que eres un cadáver.

Mooty oyó los sonidos amortiguados que le llegaban de un callejón cercano, se sacó de la manga la cachiporra forrada de cuero, esperó a que su víctima estuviera a punto de doblar la esquina, saltó, exclamó «¡Oh, mier…!», y murió.

Fue una muerte de lo más inusual. Nadie moría así desde hacía por lo menos un siglo.

El muro de piedra que había a su espalda se puso al rojo vivo por el calor, y el brillo se fue fundiendo poco a poco con la oscuridad circundante.

Fue el primer ciudadano de Ankh-Morpork en ver al dragón. Por desgracia, esto no lo consoló en absoluto, porque estaba muerto.

«… da», dijo.

Su yo desencarnado contempló el montoncito de cenizas que, esto lo supo con una certeza poco común, eran lo que quedaba de su cuerpo. Ver tus propios restos mortales es una sensación extraña. No le pareció tan espantoso como habría dicho si se lo hubieran preguntado diez minutos antes. El hecho de descubrir que estás muerto se compensa al descubrir que hay una parte de ti consciente que se da cuenta de que estás muerto.

El callejón volvía a estar desierto.

—Pues sí que ha sido raro —se dijo Mooty.

EXTREMADAMENTE INUSUAL, DESDE LUEGO.

—¿Has visto eso? ¿Qué era? —preguntó el ladrón a la oscura figura que salía de entre las sombras—. Y ya que estamos, ¿quién eres tú? —añadió con tono de sospecha.

ADIVINA —respondió la voz.

Mooty escudriñó a la figura encapuchada.

—¡Vaya! —exclamó—. No sabía que acudieras a por la gente como yo.

ACUDO A POR TODOS.

Quiero decir en persona…, bueno, más o menos.

A VECES. EN OCASIONES ESPECIALES.

—Sí, bueno —concedió Mooty—. ¡Y ésta es una de ellas, sin duda! O sea, ¡era un jodido dragón! ¿Qué se supone que puede hacer uno? ¡Nadie espera encontrarse un dragón a la vuelta de la esquina!

EN FIN, SI NO TE IMPORTA VENIR POR AQUÍ… —indicó la Muerte, poniendo una mano esquelética en el hombro del ex ladrón.

—¿Sabes una cosa? Una echadora de cartas me dijo que moriría en la cama, rodeado de bisnietos llorosos —dijo Mooty a la alta figura—. ¿Qué te parece, eh?

ME PARECE QUE ESTABA EQUIVOCADA.

—Un jodido dragón —gruñó Mooty—. Y respiraba fuego, y todo. ¿Sufrí mucho?

NO. FUE PRÁCTICAMENTE INSTANTÁNEO.

—Menos mal. No me gustaría pensar que sufrí mucho. —Mooty miró a su alrededor—. ¿Qué viene ahora? —preguntó.

Tras él, la lluvia convirtió en barro el montoncito de cenizas negras.

El Gran Maestro Supremo abrió los ojos. Estaba tendido de espaldas. El Hermano Yonidea se disponía a hacerle la respiración boca a boca. La sola idea bastaba para despertar a cualquiera que se hubiera desmayado. Se sentó y trató de librarse de la sensación de que pesaba varias toneladas y estaba cubierto de escamas.

—Lo logramos —susurró—. ¡El dragón! ¡Acudió! ¡Lo he sentido!

Los Hermanos se miraron entre ellos.

—Pues nosotros no hemos visto nada —señaló el Hermano Revocador.

—A mí me pareció ver algo —dijo el Hermano Vigilatorre, lealmente.

—No, no estaba aquí —bufó el Gran Maestro Supremo—. No esperaríais que se materializara aquí mismo, ¿verdad? Fue afuera, en la ciudad. Sólo unos segundos… —Señaló con un dedo—. ¡Mirad!

Los Hermanos se volvieron rápidamente, temerosos de encontrarse frente a frente con una bocanada de llamas.

En el centro del círculo, los objetos mágicos se estaban convirtiendo en polvo. Ante sus ojos, el amuleto del Hermano Yonidea se deshizo.

—Se han quedado secos —susurró el Hermano Dedos.

—Tres dólares que me costó ese amuleto, nada menos —murmuró el Hermano Yonidea.

—Pero eso demuestra que funciona —dijo el Gran Maestro Supremo—. ¿No lo veis, idiotas? ¡Funciona! ¡Podemos invocar dragones!

—Pero nos va a salir muy caro en objetos mágicos —respondió el Hermano Dedos, dubitativo.

—… tres dólares, que no es ninguna tontería…

El poder no es barato —rugió el Gran Maestro.

—Muy cierto —asintió el Hermano Vigilatorre—. No es barato. Muy cierto. —Volvió a contemplar los restos agotados de los objetos—. Vaya —siguió—. ¡Lo hemos logrado, claro que sí! Nos pusimos a ello e hicimos magia, ¿verdad?

—¿Lo veis? —exclamó el Hermano Dedos—. ¡Os dije que no era peligroso!

—Todos lo habéis hecho excepcionalmente bien —los animó el Gran Maestro Supremo.

—… quería cobrarme seis dólares, pero me dijo que me lo dejaba en tres aunque iba a la ruina…

Sí —siguió el Hermano Vigilatorre—. ¡Le hemos cogido el tranquillo enseguida! Y no ha dolido nada. ¡Hemos hecho magia de verdad! Además, no han aparecido demonios, ni nada por el estilo, Hermano Revocador. No sé si te habrás dado cuenta.

Los otros Hermanos asintieron. Magia de verdad.

Y no era para tanto. Que se fuera preparando todo el mundo.

—Alto ahí, un momento —intervino el Hermano Revocador—. ¿Adonde ha ido este dragón? Es decir, ¿lo hemos invocado o no?

—Es muy propio de ti hacer preguntas tan estúpidas —replicó el Hermano Vigilatorre, algo inseguro.

El Gran Maestro Supremo se sacudió el polvo de su capa mística.

—Lo invocamos —explicó—, y acudió. Pero sólo mientras duró la magia. Luego volvió a marcharse. Si queremos que se quede más tiempo, necesitamos más magia, ¿comprendéis? Y la conseguiremos.

—… tres dólares, que no se ganan así como así…

—¡Cállate!

Queridísimo padre [escribió Zanahoria]: Bueno, aquí estoy, en Ankh-Morpork. Las cosas no son como en casa. Creo que todo ha cambiado un poco desde que estuvo aquí el bisabuelo del señor Varneshi. Me parece que la gente de esta ciudad no sabe diferenciar el Bien del Mal.

Encontré al capitán Vimes en una cervecería. Me acordé de lo que decías, que un enano decente no entraba en esos lugares, pero como él no salía, pasé al interior. Lo vi tumbado con la cabeza en la mesa. Cuando le hablé, me dijo que arrimara un taburete y le pagara la siguiente. Creo que la bebida le había afectado. Me dijo también que me buscara un sitio para dormir y luego me presentara al sargento Colon en la Casa de la Guardia, esa misma noche. Luego añadió que cualquiera que quisiera unirse a la guardia tenía que hacerse mirar la cabeza.

El señor Varneshi no mencionó esto. Quizá lo hagan por motivos de Higiene.