Según Vladimir Viktorovich Golubtsov, primo hermano de mi padre y aficionado a las antigüedades rusas, al que consulté en 1930, el fundador de nuestra familia fue Nabok Murza (floruit1380), un rusificado príncipe tártaro de Muscovy. Mi propio primo hermano, Sergey Sergeevich Nabokov, experto en genealogía, me informa que durante el siglo XV nuestros antepasados poseían terrenos en el principado de Moscú. Me remitió a un documento (publicado por Yushkov en Actas de los siglos XIII-XVIII, Moscú, 1899) relativo a una disputa rural que, en 1494, bajo el reinado de Iván III, enfrentó al señor Kulyakin con sus vecinos, Evdokim y Vías, hijos de Luka Nabokov. Durante los siglos siguientes los Nabokov fueron funcionarios y militares. Mi tatarabuelo, el general Alexandr Ivanovich Nabokov (1749-1807), fue, en el reinado de Pablo I, jefe del regimiento de la guarnición de Novgorod que en los documentos oficiales lleva el nombre de «Regimiento de Nabokov». El más joven de sus hijos, mi bisabuelo Nikolay Aleksandrovich Nabokov, era un joven oficial de la Armada en 1817, fecha en la que participó, con los futuros almirantes Barón von Wrangel y Conde Litke, y a las órdenes del capitán (y posteriormente vice-almirante) Vasiliy Mijailovich Golovnin, en una expedición destinada a levantar el mapa de Nueva Zembla (nada menos), en donde el «río Nabokov» lleva el nombre de mi antepasado. El recuerdo del jefe de la expedición se conserva en numerosos toponímicos, uno de los cuales es la Laguna de Golovnin, en la Península de Seaward, en Alaska Occidental, donde el doctor Holland descubrió una mariposa, la Pamassius phoebus golovinus(aquí un gran sic); pero mi bisabuelo no puede jactarse más que de ese riachuelo azulísimo, de un azul casi añil, hasta indignantemente azul, que serpentea entre rocas húmedas; pues abandonó pronto la Armada n'ayant pas le pied marin(como dice mi primo Sergey Sergeevich que me informó acerca de él), para ingresar en la Guardia de Moscú. Contrajo matrimonio con Anna Aleksandrovna Nazimov (hermana del decembrista). No sé nada de su carrera militar; fuera como fuese, no hubiera podido competir con la de su hermano, Ivan Aleksandrovich Nabokov (1787-1852), uno de los héroes de las guerras napoleónicas y, en su ancianidad, comandante de la fortaleza Pedro-y-Pablo de San Petersburgo, donde (en 1849) uno de sus prisioneros fue el escritor Dostoyevski, autor de El doble, etc., a quien el amable general prestaba libros. Es considerablemente más interesante, sin embargo, que estuviera casado con Ekaterina Puschchin, hermana de Ivan Puschchin, que fuera compañero de colegio y amigo de Pushkin. Atención, impresores: dos «chin» y un «kin».
El sobrino de Ivan e hijo de Nikolay fue mi abuelo paterno, Dmitri Nabokov (1827-1904), ministro de Justicia durante ocho años, bajo dos zares. Se casó (el 24 de septiembre de 1859) con María, una muchacha de diecisiete años que era hija del Barón Ferdinand Nicolaus Viktor von Korff (1805-1869), general alemán al servicio del ejército ruso.
En las familias antiguas y tenaces, ciertas características faciales suelen ir repitiéndose como indicadores y marcas de sus hacedores. La nariz de los Nabokov (por ejemplo, la de mi abuelo) es del tipo ruso, con una suave punta arremangada y, de perfil, con una leve curvatura cóncava; la nariz de los Korff (por ejemplo, la mía) es un bello órgano germánico con un puente de osada osatura y una terminación algo torcida, visiblemente estriada, y carnosa. Los Nabokov superciliares o sorprendidos tienen cejas en ángulo, vellosas en el centro, y tendentes a desaparecer camino de las sienes; la ceja Korff tiene un arco más fino pero también es poco poblada. Por lo demás, los Nabokov, a medida que retroceden hacia las sombras en la galería de retratos del tiempo, se unen pronto a los indistintos Rukavishnikov, de los que conocí sólo a mi madre y a su hermano Vasiliy, una muestra demasiado limitada para los fines que aquí persigo. Por otro lado, veo con gran claridad a las mujeres de la línea Korff, bellas muchachas lirio-y-rosa, con salientes y sonrojadas pommettes, ojos azul pálido y esa pequita en una mejilla, casi como un lunar postizo, que mi abuela, mi padre, tres o cuatro de sus hermanos, algunos de mis veinticinco primos, mi hermana pequeña y mi hijo Dmitri heredaron en diversos estadios de intensidad, a modo de copias más o menos idénticas del mismo original.
Mi bisabuelo alemán, el barón Ferdinand von Korff, que se casó con Nina Aleksandrovna Shishkov (1819-1895), nació en Königsberg el año 1805, y tras una triunfal carrera militar murió el año 1896 en las tierras del Volga que poseía su esposa cerca de Saratov. Era nieto de Wilhelm Carl, barón von Korff (1739-1799) y de Eleonore Margarethe, baronesa von der Osten-Sacken (1731-1786), e hijo de Nicholaus von Korff (fallecido en 1812), comandante del ejército prusiano, y de Antoinette Theodora Graun (fallecida en 1859), que era nieta de Carl Heinrich Graun, compositor. La madre de Antoinette, Elisabeth néeFischer (nacida en 1760), era hija de Regina Hartung (1732-1805), hija a su vez de Johann Heinrich Hartung (1699-1765), director de una conocida editorial de Königsberg. Elisabeth era famosa por su belleza. Tras divorciarse en 1795 de su primer marido, el Justizrat Graun, hijo del compositor, se casó con un poeta menor, Christian August von Stägemann, y fue «maternalmente amiga», según la expresión de la fuente alemana que utilizo, de un escritor mucho más conocido, Heinrich von Kleist (1777-1811), quien, a los treinta y tres años, se enamoró apasionadamente de la hija de Elisabeth, Hedwig Marie (más tarde von Olfers), que sólo tenía doce años. Se dice que Kleist fue a visitar a la familia para decir adieuantes de partir hacia Wansce —donde tenía intención de cumplir la promesa de suicidio que le había hecho a una dama enferma—, pero no se le recibió debido a que aquel era día de la colada en casa de los Stägemann. El número y la diversidad de contactos que tuvieron mis antepasados con el mundo de las letras son verdaderamente notables.
Carl Heinrich Graun, bisabuelo de Ferdinand von Korff, que era mi bisabuelo, nació el año 1701 en Wahrenbrück, Sajonia. Su padre August Graun (nacido en 1670), recaudador de impuestos ( «Königlicher Polnischer und Kurfürstlicher Sachsischer Akzisen-einnehmer», en donde el elector en cuestión era su tocayo, Augusto II, Rey de Polonia), procedía de un largo linaje de sacerdotes. Su tatarabuelo, Wolfgang Graun, fue, en 1575, organista de Plauen (cerca de Wahrenbrück), en donde una estatua de su descendiente, el compositor, adorna ahora un jardín público. Carl Heinrich Graun murió a los cincuenta y ocho años, en 1759, en Berlín, donde diecisiete años antes se inauguró el nuevo teatro de la ópera con su César y Cleopatra. Fue uno de los más eminentes compositores de su época, e incluso los más grandes se sintieron afectados, según los necrólogos del lugar, por el dolor de su real mecenas. Graun aparece (póstumamente) en pie, y en actitud algo reservada, con los brazos cruzados, en el cuadro de Menzel que representa a Federico el Grande tocando una composición de Graun para flauta; diversas reproducciones de este cuadro me persiguieron por todos los alojamientos alemanes en los que viví durante mis años de exilio. Me han contado que en el Palacio Sans-Souci de Potsdam hay un óleo de la época que representa a Graun y a su esposa, Dorothea Rehkopp, sentados ante un mismo clavecín. Las enciclopedias musicales suelen reproducir el retrato que hay en el teatro de la ópera de Berlín, en el que se parece mucho al compositor Nikolay Dmitrievich Nabokov, mi primo hermano. Un simpático eco, valorado en 250 dólares, de todos aquellos conciertos dados bajo los techos pintados de un pasado dorado, me llegó dulcemente en el Berlín heil-hitlerantede 1936, cuando el legado de la familia Graun, poca cosa más que una colección de tabaqueras y chucherías cuyo valor, después de pasar muchos avatares en el banco estatal de Prusia se había reducido a 43.000 reichsmarks(unos 10.000 dólares), fue distribuido entre los descendientes del próvido compositor, los clanes von Korff, von Wissmann y Nabokov (un cuarto linaje, los condes Asinari di San Marzano había desaparecido sin descendencia).