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Billy lo había previsto todo, se había estado preparando para esta noche durante mucho tiempo. Si descendía al pasillo inferior podrían oírle mientras trataba de despertar a alguien dentro de su apartamento, pero Billy no incurriría en aquel error, no era tan tonto. Cuando alcanzó la cubierta se detuvo y sacó el alambre trenzado que había preparado semanas antes uniendo los cables de ignición de media docena de automóviles viejos. De un extremo del alambre colgaba un pesado perno. Billy deslizó cuidadosamente hacia abajo hasta que el perno alcanzó la ventana del camarote en el que dormían su madre y su hermana. Entonces, haciéndolo oscilar debidamente, consiguió que el perno golpeara la chapa de heladera que cerraba la ventana. El leve sonido quedó apagado por la nieve, perdiéndose entre los crujidos y rechinamientos de la flota anclada. Pero en el interior del camarote se oiría claramente, despertaría a alguien.

Menos de un minuto después de haber iniciado la maniobra, Billy oyó que algo se movía debajo de éclass="underline" la chapa de madera se movió y luego desapareció en el interior del camarote. Billy tiró del alambre hacia arriba mientras la oscura forma de una cabeza asomaba a través de la abertura.

—¿Qué pasa? ¿Quién está ahí? —susurró la voz de hermana.

El hermano mayor —susurró Billy a su vez, en cantonés—. Abre la puerta y déjame entrar.

IX

—No puedo olvidarme de Sol —dijo Shirl—. Fue algo tan cruel…

—No te atormentes —dijo Andy, manteniéndola cerca de él en el cálido ambiente de la cama y besándola—. Yo no creo que se sintiera tan desgraciado como piensas. Era un anciano, y en el curso de su vida había visto y había hecho muchas cosas. Para él todo estaba en el pasado, y no creo que fuera muy feliz en el mundo actual. Mira… parece que brilla el sol. Creo que ha dejado de nevar y que el tiempo ha mejorado.

—Pero morir de aquella manera fue tan inútil… Si no hubiera acudido a aquella manifestación…

—Vamos, Shirl, no te obsesiones. Lo que está hecho está hecho. ¿Por qué no piensas en el día de hoy? ¿Puedes imaginar a Grassy dándome un permiso de veinticuatro horas… por pura simpatía?

—No. Es un hombre horrible. Estoy segura de que tenía algún otro motivo, y lo descubrirás mañana, cuando vuelvas a entrar de servicio.

—Veo que piensas lo mismo que yo —rió Andy—. Bueno, vamos a desayunar y a pensar en todas las cosas buenas que queremos hacer hoy.

Andy fue a encender el fuego mientras Shirl se vestía, y luego revisó de nuevo el cuarto para asegurarse de que había puesto todas las cosas de Sol fuera de la vista. Las ropas estaban en el armario, y había vaciado las estanterías y colocado los libros encima de las ropas. No podía quitar la cama, pero guardó también la almohada en el armario y cubrió el catre con la manta, de modo que pareciera más un sofá. Había quedado bastante bien. En el curso de las próximas semanas iría vendiendo las cosas una a una en el zoco; los libros alcanzarían probablemente un buen precio. Durante una temporada podrían comer un poco mejor, y Shirl no tenía por qué enterarse de dónde procedía el dinero que Andy traería a casa.

Iba a echar de menos a Sol, lo sabía. Hacía siete años, cuando había alquilado el cuarto, la transacción no había sido más que un arreglo conveniente para los dos. Sol le había explicado más tarde que la subida de precios de los productos alimenticios le habla obligado a partir la única habitación del apartamento en dos y a prescindir de uno de los cuartos, pero no quería alquilarlo al primer desconocido que se presentara. Acudió a la comisaría diciendo que tenía un cuarto por alquilar. Andy, que entonces vivía en los barracones de la policía, se trasladó allí inmediatamente. De modo que Sol había tenido su dinero… y una protección armada al mismo tiempo. Al principio no había existido ninguna amistad, pero esta tenía que llegar. Y había llegado a pesar de la diferencia de sus edades. «Piensa como un joven, consérvate joven», había dicho siempre Sol, y había vivido de acuerdo con su propia norma. Resultaba curioso la cantidad de cosas que Andy podía recordar por haberlas oído de labios de Sol. Seguiría recordando aquellas cosas. No iba a incurrir en el sentimentalismo —Sol hubiera sido el primero en reírse de aquello y en emitir lo que él llamaba su doble chasquido de lengua—, pero no se olvidaría de él.

El sol entraba ahora por la ventana y, entre el sol y la estufa, la temperatura del cuarto había mejorado considerablemente. Andy encendió el televisor y encontró un programa musical, no de los que a él le gustaban, aunque sí a Shirl, de modo que lo dejó. En aquel momento interpretaban algo llamado Las Fuentes de Roma, el titulo estaba en la pantalla, superimpreso sobre unas imágenes de fuentes gorgoteantes. Shirl entró, cepillándose el pelo, y Andy señaló la pantalla.

—¿No te da sed ver derramarse tanta agua? —preguntó.

—Me hace sentir deseos de tomar una ducha. Apuesto a que huelo a algo horrible.

—Suave como un perfume —dijo Andy, contemplándola con placer mientras ella se sentaba en el alféizar de la ventana, cepillando aún sus cabellos, que el sol llenaba de dorados reflejos—. ¿Te gustaría un viaje en tren… y una merienda campestre? —preguntó Andy súbitamente.

—¡Por favor! No me gustan las bromas antes del desayuno.

—Hablo en serio. Hazte a un lado un momento —Andy se acercó a la ventana y echó una ojeada al viejo termómetro que Sol había clavado al marco en su parte exterior. La mayor parte de la pintura y de los números se habían borrado, pero Sol había rayado otros en su lugar—. Estamos ya a 10 grados a la sombra, y apuesto a que hoy llegaremos a los 14. Y cuando se disfruta de esa temperatura en diciembre. en Nueva York… hay que aprovecharla. Mañana puede haber un metro y medio de nieve. Podemos utilizar los restos de la pasta de soja para preparar bocadillos. El tren del agua se marcha a las once, y podemos viajar en el vagón de la escolta.

—Entonces, ¿hablabas en serio?

—Desde luego, yo no bromeo con estas cosas. Una verdadera excursión al campo. Te diré el viaje que hice la semana pasada, cuando fui con la escolta. El tren sube a lo largo del río Hudson hasta Croton-on-Hudson, donde son llenadas las cisternas. Tardan de dos a tres horas en llenarlas. Yo no lo he visto, pero dicen que en el mismo Croton, a orillas del río, hay un parque con algunos árboles de verdad. Si el tiempo acompaña podemos merendar allí y regresar en el tren. ¿Qué dices?

—Digo que suena a maravillosamente imposible e increíble. Nunca he estado tan lejos de la ciudad desde que era una niña, eso debe encontrarse a kilómetros y kilómetros de distancia. ¿Cuándo nos vamos?

—En cuanto hayamos desayunado. Ya he puesto la harina de avena a cocer… y podrías removerla un poco antes de que se pegue.