– Mmm. Vas a hacer que sea inmune a los despertadores.
– Si eso significa que vas a necesitarme para despertarte por las mañanas, por mí estupendo.
Antes de que ella pudiera reaccionar a sus palabras, él empezó a mordisquearle lentamente el lóbulo de la oreja, sin duda con la intención de distraerla. Y funcionó. Regan cerró los ojos y dejó que la excitara con sus labios, su lengua, sus dientes y sus expertas manos, sabiendo en todo momento que aquélla podía ser la última vez que estuvieran juntos.
Sam bajó desde el lóbulo de la oreja hasta el cuello, deteniéndose para besar y acariciar cada palmo de su espalda. Regan se retorció y frotó su sexo contra el colchón, acercándose más y más al climax con cada rotación de sus caderas. La respiración se le aceleró frenéticamente y un gemido ahogado se le escapó de la garganta.
De pronto sintió las manos de Sam en los muslos y se puso rígida.
– Quiero que confíes en mí, cariño -le susurró él, acariciándole el cuello con su aliento.
– Confío en ti -respondió ella tragando saliva. Confiaba plenamente en él, y no sólo con su cuerpo.
Sam le separó suavemente las piernas y hundió los dedos entre los muslos. La adrenalina recorría a borbotones las venas de Regan, que se vio inundada de sus propios jugos. Y entonces sintió cómo él empezaba a introducirse en ella.
Cerró los ojos y soltó un lento jadeo. La sensación era increíble.
– ¿Estás bien? -le preguntó él.
– S… sí -respondió. Estaba en la gloria. ¿Cómo no estarlo con el cuerpo de Sam rodeándola y penetrándola?
Él le apartó el pelo de la cara y le acarició la mejilla con la nariz.
– Quiero que estés mejor que bien, nena -dijo, profundizando aún más.
Ella tensó los muslos alrededor de su miembro, abandonándose a la espiral de pasión que crecía en su interior. Con cada suave empujón Sam la acercaba al límite. Necesitaba que se moviera, que la embistiera con fuerza. El cuerpo le temblaba, estremeciéndose de insaciable deseo, y tuvo que hundir la cara en el colchón para no gritar con todas sus fuerzas.
– Dime lo que quieres -la ronca voz de Sam resonó en su oído-. Me dijiste que necesitabas tener el control de tu vida. Conmigo puedes tenerlo. Dime lo que necesitas.
Ningún hombre le había dado jamás ese derecho ni esa libertad, y de repente comprendió lo que debía de sentir Sam cuando volaba. Y el hecho de que se lo estuviera ofreciendo a ella hizo que quisiera llorar de emoción.
Sintió cómo el cuerpo de Sam también temblaba, intentando contenerse. Él la entendía como nadie la había entendido nunca, y ella lo necesitaba como nunca había necesitado a nadie. Y podía reconocer, aunque sólo fuera en silencio y para sí misma, que no era sólo sexo lo que había entre ellos, a pesar de que en aquellos momentos su cuerpo no se preocupara por nada más.
Sam pareció comprenderlo y le deslizó la mano hasta el pecho, tomando el pezón entre sus dedos y acariciándolo suave pero persistentemente, hasta que el deseo se mezcló con el dolor y la agonía.
– Confía en mí y dime lo que quieres, Regan, o lo que hay realmente entre nosotros -le pidió.
Ella tragó saliva con dificultad. Sabía que Sam tenía razón. ¿Acaso no acababa de admitírselo a sí misma?
– Te necesito a ti. Más rápido -dijo con voz temblorosa, al tiempo que una lágrima le resbalaba por la mejilla. El deseo era demasiado fuerte.
– Por fin -murmuró él con un gemido, y se introdujo en ella por completo.
Su posición le permitía penetrarla de un modo completamente distinto. Regan no podía verle la cara, pero podía sentirlo al máximo. Sam se detuvo tras empujar hasta el fondo, y ella sintió la plena conexión de sus cuerpos. Y cuanto más esperaba él, mis se contraía ella y más intenso era el deseo.
Él hizo Jo que le pedía y empezó a moverse con rapidez en su interior, sin mostrar la menor piedad. Entre el resbaladizo movimiento de su pene y el rítmico roce de la pelvis contra el colchón, el climax no tardó en llegar. Regan gritó sin poder contenerse, barrida por una escalada de sensaciones que la llevó hasta la cúspide del gozo más absoluto. Y él continuó moviéndose implacablemente, hasta que ella quedó finalmente saciada de deleite y placer.
Regan había llegado al orgasmo, pero él no. Ni mucho menos. Tenía muy poco tiempo para someter a esa mujer, y aunque sabía que había dado un gran salto, no había acabado. Y no sólo se refería a su propia liberación, que de alguna manera había conseguido retener.
Se separó de ella lo justo para darle la vuelta y tenderla de espaldas.
Ella abrió los ojos y se encontró con su mirada.
– No has llegado, Sam.
Él sonrió.
– Te has dado cuenta.
– Me doy cuenta de todo lo que tenga que ver contigo -admitió ella.
Él reprimió un suspiro de agradecimiento.
– ¿Cómo te sientes?
– Increíblemente bien.
Sam se inclinó y la besó en los labios, como había deseado hacer mientras hacían el amor. Por primera vez, se negaba a pensar en ello como sólo sexo.
Ella lo sorprendió al agarrarlo por las caderas.
– Vamos, grandullón -le dijo con su sensual acento sureño-. Te toca.
– ¿Crees que puedes recibirme otra vez? -le preguntó él, riendo.
– Siempre -respondió ella, muy seria.
Estupendo, pensó él. Había llegado hasta ella. Ahora sólo tenía que conseguir que durase.
– ¿Quieres saber por qué no he llegado al orgasmo?
Ella asintió.
– Porque quería que lo vieras -dijo, y se colocó encima-. Y porque no quiero que lo olvides -añadió, uniendo otra vez los cuerpos.
Y por cómo lo miró con los ojos tan abiertos, también lo sintió. Satisfecho de haber conseguido su objetivo, empezó la cabalgada hacia el placer. Contempló cómo ella hacía lo mismo y comprobó con satisfacción que ella también lo observaba.
Pero eso no significaba que hubiera progresado con ella como quería. De hecho, no tenía ni idea de lo que Regan quería de él, y después de que hubiera rechazado su invitación para acudir a una simple cena y de qué él hubiera desnudado su alma mientras le hacía el amor, decidió que la pelota estaba ahora en el tejado de Regan.
Si ella quería más, tendría que ir a buscarlo.
Regan volvía a estar sola, y no lo soportaba. Se paseaba por el dormitorio de un lado a otro, intentando ignorar las sábanas arrugadas de la cama, la bolsa de viaje en el rincón y la embriagadora colonia de Sam que persistía en el aire. No era que no supiese estar sola, o que no pudiera vivir como una mujer soltera. Pero la verdad era que echaba de menos terriblemente a Sam.
No era una postura muy inteligente, teniendo en cuenta que Sam se marcharía por la mañana. Y aunque había insinuado que entre ellos había algo más que sexo, sería una ingenua si se permitía creerlo o confiar en que sus palabras trascendieran de aquella breve aventura. En primer lugar, acababan de conocerse. ¿Qué podían saber el uno del otro o qué podían tener en común? En segundo lugar, vivían separados por miles de kilómetros. Y en tercer lugar, él no quería atarse a nadie, como había hecho su padre. Y como pronto haría su mejor amigo.
El corazón de Regan se rebelaba contra los inconvenientes, pero antes de que pudiera pensar con más claridad, sus divagaciones se vieron bruscamente interrumpidas por el sonido del teléfono. Suspiró y agarró el auricular.
– ¿Diga?
– Regan, cariño, estoy muy preocupada. Por favor, dime que Darren sufre alucinaciones y que no estás con un hombre que no es tu novio -le suplicó su madre al otro lado de la línea-. Por favor, dime que la boda sigue adelante como estaba planeado -Kate parecía al borde de la histeria, y no le faltaba razón, considerando la versión distorsionada de los hechos que debía de haber recibido de Darren.