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Mientras Gracie intentaba asimilar esa información, Julie besaba a Bobby Tom, que luego palmeó su trasero mojado enviándola de regreso a su sitio en el borde del jacuzzi. Los invitados se habían arremolinado cerca de la plataforma para observar el espectáculo. Gracie aprovechó que Bruno también miraba el intercambio para subir uno de los escalones que había a sus espaldas para no perderse nada.

Bobby Tom dejó el cigarro en un cenicero negro.

– Está Bien, cariño. Comencemos con los quarterbacks. Terry Bradshaw, Len Dawson y Bob Griese, ¿cúal de ellos obtuvo el mejor promedio? Ya ves que intento facilitarte las cosas. No te pido los porcentajes de cada uno, sino que me digas cual fue el mejor.

Julie lanzó su pelo mojado y liso sobre su hombro y le dirigió una sonrisa confiada.

– Len Dawson.

– Realmente bien. -Las luces del jacuzzi apuntaban hacia el techo, y su cara estaba visible bajo el ala del sombrero. Aunque Gracie estaba demasiado lejos para estar segura, creyó detectar una chispa de diversión en esos ojos azul oscuro. Como una estudiante devota de la naturaleza humana, estaba plenamente interesada en observarlo.

– Ahora veamos si has resuelto tus lagunas del último examen. Vamos a 1985 y nombra el mejor receptor de la NFC.

– Bien. Marcus Allen.

– ¿Y de la AFC?

– Curt… ¡No! Gerald Riggs.

Bobby Tom se llevó la mano al corazón.

– ¡Uf!, por un momento me has detenido el corazón. De acuerdo, ahora ¿el gol de campo más largo en un partido de la Super Bowl?

– 1970. Jan Stenerud. 4ª Superbowl.

Él miró a la gente y sonrió ampliamente.

– ¿Soy yo el único que está oyendo campanas de boda?

Gracie sonreía ante su aire chulesco cuando se inclinó hacia adelante para murmurar en el oído de Bruno:

– ¿No es esto un poco humillante?

– No sí ella gana. ¿Tienes idea de lo que vale Bobby Tom?

Bastante, supuso. Oyó como él hacía dos preguntas más, las cuales contestó Julie perfectamente. Además de bella, la rubia estaba bien informada, pero Gracie tenía el presentimiento de que no lo suficiente como para ser rival de Bobby Tom Denton.

Otra vez, murmuró al oído de Bruno.

– ¿Creen esas jovencitas que él va en serio?

– Por supuesto que va en serio. ¿Por qué crees si no que un hombre al que le gustan las mujeres tanto como a él no se ha casado nunca?

– Tal vez sea gay -sugirió ella, sólo para hacerle pensar.

Las frondosas cejas de Bruno se elevaron rápidamente y empezó a hablar como si se estuviera ahogando.

– ¡Gay! ¿Bobby Tom Denton? Joder, tiene más muescas en su haber que un cazador de la frontera. Jesús, que no te oiga decir eso. Si lo hiciera probablemente…, bueno, no quiero ni imaginarme lo que haría.

Gracie siempre había creído que cualquier hombre completamente heterosexual no debería sentirse amenazado por la homosexualidad, pero ya que no era precisamente una experta en comportamiento masculino, pensó que quizás se estaba perdiendo algo.

Julie contestó una pregunta sobre alguien llamado Walter Payton y otra sobre los Steelers de Pittsburgh. Bobby Tom se levantó de su silla y comenzó a pasearse por el borde trasero de la plataforma, como si estuviera pensando profundamente, cosa que Gracie no se creyó ni por un momento.

– Bien, querida, ahora concéntrate. Esta es la pregunta que te puede echar del pasillo central de la iglesia; ya estoy viendo los preciosos bebés que tendríamos. No había sentido tanta presión desde mi primera SuperBowl. ¿Estás concentrada?

Las arrugas inundaban la perfecta frente de Julie.

– Concentradísima.

– De acuerdo, cariño, ahora no me decepciones. -Llevó la cerveza a sus labios, la vació, y colocó sobre el suelo la botella-. Todo el mundo sabe que entre los postes de la portería tienen que haber cinco metros y 16 centímetros. La altura máxima del larguero…

– ¡Tres metros desde el suelo! -gritó Julie.

– Ay, cariño, te respeto demasiado para insultar tu inteligencia con una pregunta tan fácil. Espera hasta que termine, o prefieres que te haga una pregunta sobre penaltis.

Ella lo miró tan afligida que Gracie la compadeció.

Bobby Tom cruzó los brazos sobre el pecho.

– La altura máxima del larguero es tres metros desde el suelo. Los postes verticales tienen que sobresalir al menos nueve metros quince centímetros por encima del larguero. Esta es tu pregunta, cariño, y antes de que contestes, recuerda que tienes mi corazón en tus manos. -Gracie esperó impacientemente-. Para que tengas la oportunidad de ser la Sra. de Bobby Tom Denton, dime las dimensiones exactas del listón de la parte superior de cada uno de los postes verticales.

Julie se levantó rápidamente del borde del jacuzzi.

– ¡Lo sé, Bobby Tom! ¡Lo sé!

Bobby Tom rompió el silencio.

– ¿En serio?

Una suave risita nerviosa se escapó de los labios de Gracie. Le estaría bien que Julie contestase a la pregunta.

– ¡Un metro cincuenta y dos centímetros por diez centímetros!

Bobby Tom se apretó el pecho.

– ¡Ay, mi amor! Acabas de arrancarme el corazón y estamparlo contra el suelo.

La cara de Julie se arrugó.

– Es un metro veintidós centímetros. Un metro veintidós centímetros, cariño. Estuvimos a sólo treinta centímetros de la dicha conyugal eterna. No puedo recordar la última vez que me sentí tan deprimido.

Gracie lo observó tomar a Julie entre sus brazos y besarla a fondo. Ese hombre podía ser la representación más patente del machismo de Estados Unidos, pero no tenía más remedio que admirar su audacia. Observó con fascinación como su mano bronceada y excepcionalmente fuerte se cerraba sobre la parte del trasero de Julie que quedaba al aire. Los músculos del suyo propio se pusieron inconscientemente tensos en respuesta.

Los invitados comenzaron a moverse y algunos de los hombres subieron a la plataforma para ofrecer sus condolencias a la bella perdedora.

– Vamos. -Bruno tomó el brazo de Gracie, y antes de que ella lo pudiera detener, la había arrastrado hacia delante.

Jadeó alarmada. Lo que había empezado como un simple malentendido había comenzado a írsele de las manos y precipitadamente se volvió hacia él.

– Bruno, hay una cosa que tenemos que comentar. Es realmente gracioso, de verdad, y…

– ¡Oye, Bruno! -Otro hombre enorme, éste con el pelo rojo, se acercó a ellos. Recorrió a Gracie con la mirada y luego la volvió a Bruno con aire crítico.

– No lleva suficiente maquillaje. Sabes que a Bobby Tom le gustan las mujeres maquilladas. Y espero que sea rubia bajo esa peluca. Y también que tenga tetas. Esa chaqueta es tan floja que no se sabe que tiene. ¿Tienes tetas, muñeca?

Gracie no sabía que la asombraba más, que le preguntaran si tenía tetas o que la llamaran muñeca. Se quedó momentáneamente sin palabras.

– Bruno, ¿a quién tienes aquí?

Le dio un vuelco en el estómago al oír la voz de Bobby Tom. Él se había acercado al borde de la plataforma del jacuzzi y la miraba con gran interés y algo casi parecido a la especulación.

Bruno palmeó el radiocasete.

– Lo chicos y yo pensamos que estaría bien un poco de diversión.

Gracie observó con creciente temor como una amplia sonrisa se extendía por la cara de Bobby Tom, revelando unos dientes blanquísimos. Sus ojos encontraron los de ella, que sintió como si caminara demasiado rápido en una cinta móvil.

– Acércate aquí, cariño, para que el viejo Bobby Tom te pueda echar un vistazo antes de que comiences. -Su suave voz con acento texano recorrió su cuerpo e hizo desaparecer su habitual sentido común, por lo que dijo lo primero que le pasó por la mente.

– Yo… ehhh… tengo que ponerme primero más maquillaje.

– No te preocupes por eso ahora.

Dejó escapar súbitamente un pequeño grito de consternación cuando Bruno la empujó el trecho que le faltaba por recorrer. Antes de que pudiera echarse para atrás, la gran mano de Bobby Tom se cerró alrededor de su muñeca. Con frialdad, ella miró hacia abajo, a los dedos largos y afilados que sólo momentos antes habían moldeado el trasero de Julie y que ahora la izaban a su lado en la plataforma.