– Gracias a Dios que regresaste -comentó Georgia tan pronto como Farran entró en la casa.
– ¿Qué pasó? -Farran nunca había visto a su hermanastra en un estado tal de ansiedad.
– Tú dímelo -urgió Georgia. Al percatarse de que su ansiedad se debía a la espera, Farran se dio cuenta de que sería mucho más difícil contarle lo sucedido.
– No te va a gustar nada esto -anunció cuando se sentaron en la sala de estar-. Yo…
A Georgia no le agradó nada. Mas, para consternación de Farran, no le agradó el hecho de que Farran no tuviera intenciones de hacer lo que Stallard Beauchamp proponía. Lejos de estarse acuerdo en que era imposible que trabajara para la desagradable señorita Irvine, a Georgia no le pareció nada mala la idea.
– Pero te gustan las personas mayores -señaló Georgia-. Y las tratas muy bien.
– Lo sé, pero…
– Tampoco tienes trabajo por el momento… y sólo sería algo temporal.
– Sí, pero…
– Farran -gimió Georgia-, se trata de tu herencia, así como de la mía.
– Lo sé -replicó Farran, pero antes de que pudiera aclararle que el precio que tenía que pagar por el dinero era demasiado alto, Georgia ejerció más presión.
– Y si a ti no te importa el dinero, piensa en mí, piensa en mi papá. Sabes que mi padre desea mucho comprar un torno nuevo y creo que no es necesario decirte que me hallo en una situación desesperada.
Farran se acostó muy desdichada esa noche. No le agradaba que Georgia le señalara que se portaba con mucho egoísmo al negarse a acompañar a la señorita Irvine. Esa cierto que se entendía con los ancianos y que ahora le faltaba un trabajo, como lo señaló Georgia. Tampoco se negó de modo abierto ante Stallard Beauchamp a aceptar el empleo, recordó ahora Farran.
Farran supo a la mañana siguiente que sus preferencias personales no tenían cabida en el asunto. Amaba a su padre y a su hermana, y fue ese amor, no un sentimiento del deber, lo que no le dejó otra alternativa.
Quiso mucho a su hermanastra cuando ésta comentó de modo espontáneo, al ver el rostro demacrado de Farran:
– Linda, no pudiste dormir bien, ¿verdad?
– ¿Se nota? -Farran logró sonreír y se dio cuenta de que no quería que su hermanastra sufriera todo el día por su indecisión-. He decidido llamar a Stallard Beauchamp esta noche -y al ver la sonrisa de Georgia, Farran supo que estaba comprometida.
– No te arrepentirás -afirmó Georgia con alegría.
Farran trató de pensar en eso durante todo el día. ¿Cómo podría lamentar ser el elemento esencial para ofrecerle a su padrastro la pieza del equipo que le hacía falta? ¿Cómo podría lamentar ayudar de la misma manera a su hermanastra?
Cuando no pensaba en sus familiares ni en su amor por ellos, Farran trató de ser positiva. Le hacía falta trabajar y sabía que pronto debería empezar a ganar dinero. Era cierto que habría buscado un puesto de secretaria, pero… bueno, el trabajo era el trabajo, ¿verdad? Sabía que no engañaba a nadie más que a sí misma y deseó dar por terminado el asunto. No sentía deseos de llamar a Stallard, sobre todo al haberle dado la impresión de que nunca lo haría.
Como no sabía si Stallard Beauchamp trabajaba hasta tarde o terminaba su trabajo temprano, puesto que era viernes, decidió esperar a que dieran las ocho de la noche para llamarlo. Pensó que Georgia se quedaría en casa para apoyarla esa noche. Pero, cuando ésta llegó a casa, se dispuso a salir a algún sitio; al parecer, estaba segura de que nada podría salir mal.
– Es mi turno de salir a cenar esta noche -saludó a Farran con alegría.
Pudiste haber tomado mi turno anoche, pensó Farran con tristeza, aunque le dio gusto verla contenta.
– ¿Se trata de alguien a quien conozco? -inquirió, pues conocía a, varios de los amigos de Georgia.
– Acabo de conocerlo esta semana -sonrió Georgia con emoción-. Se llama Idris Vaughan. Es el arquitecto con quien discutí acerca de las alteraciones que deseo hacer.
Después de que Georgia se marchó, Farran volvió a ser torturada por los mismos pensamientos que la molestaron durante todo el día.
Al cuarto para las ocho, decidió que no tenía caso esperar otros quince minutos. Tomó la tarjeta que le entregó Stallard Beauchamp y llamó al teléfono, con los dientes apretados.
Para su desdicha, pareció que Stallard Beauchamp estuvo muy seguro de que llamaría por teléfono. No parecía nada sorprendido al oír su voz.
Farran contuvo su ira y decidió que quizá no habría llamado aún a la señorita Irvine, para avisarle que tendría que soportarla durante un tiempo, como él mismo lo dijo. Así que le preguntó:
– ¿Acaso ya le has comunicado a la señorita Irvine que tendrá una nueva, pero temporaria, dama de compañía?
– Ya lo sabe -se burló Stallard Beauchamp y Farran se tensó por la furia al sentir la confianza colosal que tenía en sí mismo.
– ¿No le parece que una chica de veinticuatro años es demasiado joven para el puesto? -inquirió Farran. Se percató de que buscaba escapar del compromiso y tuvo que retractarse cuando él le preguntó, a bocajarro:
– ¿Quieres el trabajo o no?
¡Cerdo!, maldijo en su interior.
– ¿Qué significa eso de "temporal"? -quiso saber la chica.
– Tres meses -le dijo sin dudarlo.
¡Tanto tiempo! Su corazón se hundió. Estaba a punto de señalarle que no le tomaría tanto tiempo hallar a una dama de compañía, pero recordó a la señorita Irvine. Se dio cuenta de que era muy afortunada, pues podrían ser necesarios seis meses para hallar a alguien adecuado para esa mujer amargada.
– ¿Y estás de acuerdo en que al término de ese plazo de tres meses, tú, a cambio, destruirás el testamento que te favorece?
– Tienes mi palabra de honor -replicó Stallard Beauchamp.
– ¿No crees que debería tener algo por escrito? -presionó Farran y sintió deseos de matar al hombre odioso a golpes cuando oyó su comentario sarcástico.
– No sé con qué clase de personas se mezcle, señorita Henderson, pero en los círculos en los que me muevo, mi palabra siempre ha sido suficiente.
Farran lo odió más por sentirse regañada. Ahogó su ira.
– ¿En dónde vive la señorita Irvine? -inquirió con frialdad-. ¿Acaso también vive en High Monkton?
– La señorita Irvine vive en Low Monkton -explicó con brevedad y mencionó un pueblo que estaba a tres kilómetros de casa de la señorita Newbold, como sabía Farran.
Después de eso, no pareció tener otra pregunta más que el saber cuándo empezaría a trabajar. Farran pensaba que cuanto más pronto empezara el maratón de tres meses, más pronto terminaría, puesto que ya estaba comprometida.
– Si todo sale bien, creo que el lunes podré tomar un tren hasta Dorchester -le dijo con la esperanza de que entendiera que estaba lista para empezar su trabajo.
De nuevo la enfureció cuando le dijo, con más arrogancia que nunca, y con la implicación de que ella no tenía ni voz ni voto en el asunto:
– Te llamaré a las diez de la mañana, mañana. Ten las maletas listas -y colocó.
¡Cerdo arrogante! ¿Y qué, si ella tenía otros asuntos pendientes mañana? Suspiró, tal como suspiró al marcar el número de teléfono. Antes pensó que no había nada peor que descubrir que el hombre a quien amó resultara ser un hombre falso… pero ahora empezaba a pensar que no era así.
Capítulo 4
Farran yacía despierta cuando, después de medianoche, oyó que Georgia regresaba de su cita con Idris Vaughan. Se alegró cuando, sin pensar en la hora, Georgia entró en su cuarto para saber cómo estuvo la llamada telefónica. Al ver las maletas al pie de la cama, supo que Farran no se arrepintió.