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– Sí -contestó Farran-. Me dijeron que llamara de nuevo esta tardé.

– Supe que tenía razón al seguir mi instinto y venir a entregar la prescripción en persona -sonrió y notó que Farran no usaba anillo matrimonial-, señorita…

– Farran Henderson. Soy la nueva dama de compañía de la señorita Irvine.

– Y una gran mejora respecto de la última dama de compañía -replicó zalamero.

Farran notó que el doctor no era parco con sus halagos, pero le preocupo más el hecho de haber quizá lastimado a la señorita Irvine.

– De hecho, quisiera pedirle que la revisara si tiene usted tiempo -susurró con voz baja.

– ¿No está bien? -adoptó una actitud profesional.

– Un comentario que hice la entristeció -confesó Farran.

– No me preocuparía por un comentario -Tad Richards entró en el vestíbulo con una sonrisa-. ¿No ha visto cómo se enojan unas con otras cuando la señorita Irvine y sus amigas juegan cartas?

– El doctor Richards ha venido con su prescripción -anunció Farran a la señorita Irvine, quien tenía una expresión sombría.

– ¿Cómo está mi actriz favorita? -preguntó el médico a la paciente, lo cual dejó perpleja a Farran. Esta recogió las tazas para llevarlas a la cocina y notó al pasar que la anciana le sonreía con dulzura.

Farran seguía en la cocina, lavando loza y preparando la comida ligera que pronto comerían, cuando Tad Richards fue a buscarla allá.

– ¿Está bien? -inquirió Farran con rapidez.

– En plena forma, como de costumbre -contestó sin dudar.

– ¡Gracias a Dios! -suspiró Farran y el doctor sonrió de nuevo.

– No se lo tome tan a pecho -le aconsejó-. La vida no sería igual si Nona Irvine no se irritara de cuando en cuando.

– ¿De veras?

– ¿Sabía usted que ella actuó alguna vez? -inquirió el médico y al ver que Farran negaba, le contó cómo, aunque Nona Irvine nunca llegó a ser una actriz excelente, tuvo mucha demanda como actriz suplente antes de retirarse. Después de darle esa noticia, Tad Richards prosiguió-: Como es fácil ver que usted es nueva en esta zona, es claro que necesitará un guía para los restaurantes y teatros que tenemos. Quizá puedo ofrecerme…

– De hecho -lo interrumpió Farran con una sonrisa-, conozco el área muy bien -no le contó de su relación con la señorita Newbold ni de sus visitas a High Monkton-. ¿Así que no debo preocuparme por la salud de la señorita Irvine?

Tad Richards tuvo que sonreír y contestarle, a pesar de que quedaban destrozadas sus esperanzas de tener una cita.

– Ningún mal que la aqueje no puede ser curado con la cercanía de sus amigas de cartas -prometió-. Invite a sus amigas a tomar el té y pronto olvidará el dolor que sin querer usted le provocó.

Durante la comida, Farran siguió su consejo. Tuvo que hacer la proposición con mucho tacto y fue de gran ayuda el hecho de haber llevado a la señorita Irvine a casa de la señorita Jessop el martes pasado.

– Me preguntaba si, en caso de ser su turno de establecer la partida de bridge aquí el próximo martes, usted querría que le preparara algo por adelantado -sugirió Farran.

– ¿Preparar? -la señorita Irvine habló con frialdad.

– Me refería a comida -sonrió Farran. No sabía si la señorita Irvine tomó el té en casa de Joan Jessop, pero recordó que comió la cena con gran apetito al llegar a casa.

– ¿Comida? -preguntó Nona Irvine todavía con voz fría.

– ¿Nunca recibe invitados? -sonrió Farran-. ¿Nunca ofrece cenas o algo parecido?

– ¿Cómo puedo dar una cena? ¿Quién cocinaría para mí?

– Yo -ofreció Farran y al ver que Nona Irvine empezaba a sonreír, fue demasiado tarde para retractarse. Farran pensó en un té, pero Nona Irvine prefirió la idea de la cena… y no para el próximo martes, sino para la noche siguiente.

– ¿Estás segura de que no será demasiado trabajo para ti? -esa fue la única pregunta que le hizo. Cuando Farran volvió de la farmacia con las medicinas, descubrió que la señorita Irvine ya tenía listo el menú y que Lydia Collier, Celia Ellams y Joan Jessop aceptaron todas la invitación a cenar.

A Farran le agradó preparar la cena. La señorita Irvine ayudó, antes dé irse a descansar por la tarde, a poner la mesa.

La cena transcurrió muy bien, pero las cosas se deterioraron cuando Joan Jessop descubrió que había dejado en casa sus lentes para jugar cartas.

– Es demasiado tarde para ir a buscarlos ahora -gimió, y Nona Irvine la miró con furia por su estupidez.

– No pasa nada… Farran tendrá que jugar.

– Pero no sé jugar -Farran intentó protestar, pensando en las pilas de platos sucios de la cocina.

Lo que siguió fueron casi dos horas y media de pesadilla para Farran, que no sabía nada de juegos de cartas. Tuvo que morderse la lengua cuando la señorita Irvine la molestaba por algún error que cometía. Pero, a juzgar por las palabras rudas que intercambiaban Lydia Collier y Celia Ellams, parecía que ayudaba a jugar si se era algo pendenciero.

– ¿Puedo traerle una taza de café, señorita Jessop? -inquirió Farran cuando no participó en el juego y vio a Joan Jessop mirando el juego con expresión de tristeza.

– No, gracias -contestó Joan Jessop-. No podré dormir si la tomo -Farran estaba a punto de irse a la cocina cuando, por ser obvio que el rumor había corrido de que era parienta de la señorita Newbold, la anciana prosiguió-: Me imagino que ya estará repuesta de la muerte de la señorita Newbold. La querida Hetty, si no cambiaba su testamento, siempre le añadía cláusulas nuevas. Supongo que las cosas quedaron como debían quedar, ¿verdad?

– Estoy segura de que sí -sonrió Farran, con la sensación de que la noche no podía empeorar más.

– ¡A callar! -rugió Nona Irvine mirándolas a ambas-. Miren lo que me hicieron hacer… yo misma deshice mi propio truco.

Farran se fue a acostar esa noche azorada de que una cena que empezó tan bien, se hubiera deteriorado tanto al final. Los fracasos del juego de cartas seguían siendo criticados por las invitadas mientras que éstas se despedían.

Se levantó tarde el sábado por la mañana y supo que fue un error irse a dormir dejando los platos sucios en la cocina. La cocina parecía haber sufrido un bombazo. Pero, para ser sincera, se sintió tan agotada la noche anterior que no le causó nada de culpa dejar la cocina hecha un desastre.

Después de bañarse, Farran se puso unos pantalones y un suéter y bajó por la escalera. Descubrió que no sólo la cocina estaba hecha un desastre sino también la sala de estar.

La señorita Irvine bajó eventualmente y no estaba de muy buen humor.

– Iré a prepararle el desayuno -le dijo Farran e intentó hallar espacio en la cocina, antes de que Nona Irvine pudiera hacerle su recordatorio acostumbrado de que no quería que su potaje tuviera nada de grumos.

Farran no desayunó nada y decidió que primero debía limpiar la sala de estar, para que la señorita Irvine estuviera cómoda después del desayuno. Se apresuró como nunca para guardar cartas y colocar las sillas en sus lugares adecuados. Barrió la alfombra y media hora después el cuarto tenía su aspecto acostumbrado cuando Nona Irvine entró en él con paso majestuoso.

– Nunca serás una buena jugadora de bridge -rezongó al pasar.

Como pensaba que todo lo que hacían los jugadores de cartas era molestarse unos a otros por lo mal que jugaban, Farran no hizo caso al comentario y fue a la cocina a limpiarla.

Decidió que la señorita Irvine podría mantenerse ocupada leyendo el periódico y tratando de resolver el crucigrama, durante la hora siguiente. Entrojen la cocina y, al ver el desastre, pensó: "¡Diablos! ¿Qué demonios hago aquí?"

Como sabía muy bien qué hacía allí, Farran se rebeló durante un momento y no vio por qué no podría tomarse una taza de café antes de lavar sartenes, platos, platitos y cada pieza de la vajilla de porcelana con la que la señorita Irvine decoró la mesa, la noche anterior.