De hecho, como Farran ahora se entendía bien con Nona, la razón de su presencia en la casa ya no tenía importancia. Pero no quiso que Stallard supiera que, durante dos semanas, ella estuvo vigilando por la ventana, esperando verlo.
– No es algo probable, contigo siempre en la puerta, al acecho -replicó con ira.
Por la forma en que Stallard le apretó los brazos, se percató de que su respuesta lo disgustó.
– Claro, preferirías que me mantuviera lejos. Al estar aquí, es obvio que caigo en la cuenta de lo que sucede. De no estar aquí hoy, nunca me habría enterado de que, a expensas de una anciana, tú tienes un coqueteo con su doctor.
– Eres injusto -explotó Farran.
– ¿De veras? -retó Stallard y al verlo, gracias a la mandíbula tensa, los ojos duros y fríos, Farran se percató de que, aunque lo repitiera una y otra vez, nunca la creería.
Pero de todos modos seguía enojada, así que se frustró:
– Vete al demonio -no obstante, de inmediato se dio cuenta de que, debió mantenerse callada, pues su respuesta no le agradó en absoluto a Stallard, quien empezó a acercarse-. No -exclamó la joven con pánico, pero sabía que su protesta era inútil. En cualquier momento le haría pagar caro su comentario.
Sucedió antes que eso. Forcejeó contra él pero, un segundo más tarde, Stallard la atrajo hacia su cuerpo con fuerza y la besó.
No hubo suavidad en el beso, sólo furia. Farran luchó para liberarse.
– No -logró exclamar de nuevo cuando Stallard se separó un momento de ella. Pero la separación fue sólo momentánea, pues volvió a besarla y, con una fuerza superior a la suya, la condujo hacia donde quería.
El hecho de que ese lugar fuera la cama, sólo aterró más a la joven.
– Detente -ordenó cuando él la empujó sobre el colchón, pero, debido a que en su interior sólo había contradicciones, su voz apenas fue audible.
De todas maneras, Stallard no pareció oír su protesta. De nuevo capturó su boca con la suya y evitó que escapara al yacer sobre ella.
De todos modos, Farran intentó alejarse, pero cuando su cuerpo se movió contra el suyo, lo único que pasó es que se dio cuenta de que sólo le provocaba un deseo mayor a Stallard.
– Sigue así, linda -apretó los dientes-, y puede ser que te viole.
– ¡Ja! -se burló ella pero era sólo fingimiento y se inmovilizó.
De pronto, toda la agresión pareció desaparecer en Stallard, sus besos se suavizaron y Farran descubrió que dejaba de forcejear contra él. Toda su voluntad de luchar contra Stallard se desvaneció.
Quiso decirle que "no" de nuevo, pero cuando la besó con gentileza otra vez, casi a modo de disculpa, olvidó lo que tuvo intención de decirle.
– ¡Stallard! -jadeó con suavidad cuando sus bocas se separaron y él la tocó con ternura y sus ojos grises miraron con calidez los suyos.
– Farran -su voz estaba ronca y le volvió a separar los labios con los suyos. Transfirió sus besos a su mejilla y le acarició el cuello.
Farran, con el deseo de besarlo en la boca, lo abrazó. Sintió que la acariciaba desde el cuello al seno y se aferró a Stallard con un movimiento convulso.
La besó de nuevo y ella le entregó sus labios y se arqueó para acercarse más; lo oyó gruñir. Farran se olvidó de todo menos de él y le devolvió beso por beso. Una gran felicidad la invadió al sentir sus besos en el cuello y detrás de las orejas.
La siguiente vez que le acarició el seno, Farran gimió de la impresión, ya que, sin que se percatara de nada, estaba ocupada en devolverle los besos. Stallard le desabrochó la blusa y ahora tenía los dedos en el sostén de la chica.
Desesperada, al sentir cómo su pasión crecía, Farran lo asió con fuerza de los hombros. No protestó cuando Stallard le desabrochó el sostén. Suspiró de placer al sentir que su mano se amoldaba a su seno.
– Stallard -exclamó con voz ronca.
Lo deseó como nunca cuando Stallard inclinó la cabeza y le besó la punta sonrosada del seno.
Farran estaba atrapada en un torbellino de deseo cuando, mientras Stallard le besaba y acariciaba los senos, sintió que con la otra mano él le desabrochaba los pantalones. Entonces, aun cuando no quiso negarle nada, una timidez repentina la invadió cuando Stallard le tocó el plano estómago.
No tuvo que preocuparse. Cuando se movió por instinto, tal vez Stallard lo interpretó como rechazo o tal vez tuvo la intención de rechazarla desde siempre, Farran ya no estaba segura de nada; de cualquier manera, en el instante en que sintió la mano de Stallard en la piel sedosa de su vientre plano… todo terminó.
Farran no entendió qué sucedía cuando Stallard le quitó las manos de encima y se puso de pie, con movimientos bruscos.
– Cúbrete, Farran -ordenó desde su posición cerca del tocador-. No queremos que te dé pulmonía, ¿verdad?
Su tono de voz, como un balde de agua fría, hizo que Farran recobrara la sensatez y que se cubriera con la blusa los senos hinchados y expuestos. Se levantó de la cama. Se estaba abrochando los botones cuando empezó a entender sus palabras y su tono de voz sarcástico; se estremeció.
– ¿Qué…?
– Demonios, Farran -prosiguió cuando la joven lo miró sin entender-, ¿acaso he cometido un error?
Lo miró con fijeza, oyó su voz con burla y volvió a la realidad. Empezó a darse cuenta de que, por muy doloroso que fuera, ella se perdió a todo menos a sus besos y caricias, y Stallard sólo tuvo la intención de excitarla para luego abandonarla.
– ¿Error? -repitió, llena de furia una vez más.
– Asumí que tu interés materialista estaba dirigido hacia el pobre médico -retó-. ¡Cuánto me equivoqué, querida Farran! -se burló, pero prosiguió con agresión-: Estás en busca de un pez mucho más gordo de lo que él es -declaró con dureza.
Farran inhaló hondo y apenas pudo creer que después de la ternura compartida, pudiera hablarle así. Su furia se salió de control y de pronto, contuvo su dolor para enojarse.
– ¡Dios mío! Jamás me casaría contigo, Stallard Beauchamp, aun si…
– ¡Casarte! -interrumpió, pasmado-. ¿Quién rayos habló de casamiento? -inquirió y, mientras Farran se daba cuenta de que para él el matrimonio era mucho más alarmante que emocionante, Stallard se recuperó de la impresión, se burló y ridiculizó-: No esperes por mí, linda. No soy del tipo de los que se casan.
– Tú… -Farran empezó a hablar, acalorada, pero oyó con claridad la voz de Nona desde abajo. -No olvides mi tejido cuando bajes, Farran -pidió. Farran vio que la bolsa del tejido yacía en el suelo y fue a recogerla. Encaró a Stallard.
– Tómala -gritó-. Necesito bañarme para quitarme la sensación de tus caricias antes de que pueda bajar por esa escalera -le lanzó el tejido y lo miró con rabia. Al ver cómo tensaba la mandíbula, pensó que había herido a Stallard. Se dio cuenta de su equivocación al ver que tan sólo la miraba con enojo y salía de la habitación.
Farran no corrió a darse un baño sino que permaneció de pie recordando la expresión pasmada de Stallard al oír hablar de matrimonio. ¿Por qué se le ocurrió hablar de casarse?
Apenada, herida, Farran estaba muy tensa. Con el corazón roto, se percató de que Stallard debió notar, gracias a su respuesta, que estuvo a punto de entregársele. Peor aún, ¿acaso se había dado cuenta de que lo amaba? Ay, ¿cómo podría mirarlo de nuevo a los ojos?
De pronto, el poco orgullo que le quedaba acudió en su ayuda. No tenía por que verlo de nuevo en su vida. Sacó sus maletas y empezó a guardar sus pertenencias. Más tarde, con un gran esfuerzo, bajó por la escalera sin hacer ruido con el equipaje.
En silencio pasó frente a la puerta de la sala de estar y oyó el televisor encendido. Esperó que el ruido ocultara su salida. Dio gracias a Dios por no haber metido el auto en la cochera; pero pasaron varios kilómetros antes de darse cuenta de que… ¡no era su auto! Era casi como si lo hubiera robado.