Выбрать главу

Recordó que Stallard pagó ese auto y ya no le importó haberlo tomado. Un par de kilómetros después, Farran trató de reprimir su dolor ante la decepción amorosa.

Cuando llegó a Banford, aunque sabía que seguía enamorada de Stallard, con un resabio de enojo lo maldijo con desesperación. ¡Cerdo!, sollozó para sus adentros. ¡Todo era por su culpa! No debió besarla. No debió… ¡Maldito sea!

Farran abrió la puerta de su antiguo hogar cuando se percató de que, debido a estar tan molesta y triste por Stallard, se había olvidado por completo de Nona.

Sin embargo, recordó que Stallard dijo que no iría a trabajar durante dos días. ¡Que él acompañara entonces a Nona!

– ¡Farran! -sonrió su padrastro al verla-. Qué bueno que estás en casa. ¿Te quedarás esta vez?

– Sí, tío Henry. Esta vez me quedo -lo abrazó.

Llevó sus maletas a su habitación y mantuvo a Stallard lejos de sus pensamientos, al intentar dilucidar si debía escribirle una carta a Nona y qué pasaría con su hermanastra cuando supiera lo que hizo.

Sin embargo, cuando Georgia llegó del salón de belleza, Farran se alegró al descubrir que su hermanastra era menos dura que antes.

– ¿Qué haces aquí? -esa fue la primera pregunta de Georgia.

– ¿Yo…? -de pronto, perdió la voz en un sollozo y apartó la vista.

– Linda -exclamo Georgia pues era la primera vez en años que veía en ese estado a Farran-. Esto es mucho peor que lo del tipo de Hong Kong, ¿verdad? -fue muy intuitiva.

– Creo que he aprendido la diferencia entre el amor y el enamoramiento -tartamudeó Farran.

– ¿De quién se trata?

– Stallard Beauchamp -Farran exhaló.

– Ay, Dios -se lamentó Georgia, mostrándole a Farran que también pensaba que no había esperanzas en amar a un hombre así-. ¿Qué pasó?

– No mucho. Reímos, nos peleamos, me enamoré de él… y espero con toda mi alma que no haya adivinado que lo amo porque, como dijiste, no es dé los que sientan cabeza -hizo una pausa e inhaló hondo-. No puedo regresar, Georgia -habló con sinceridad.

– Lo sé -Georgia pareció pensativa.

– No parece que te importe mucho -Farran intervino-. Quiero decir, esto termina con la probabilidad de que Stallard destruya el último testamento de la tía Hetty.

– Me importa muchísimo -exclamó Georgia, mostrando su parte dura. Se suavizó y confesó con un murmullo-: Pero, entre tú y yo, también estoy bastante enamorada de cierto tipo y en lo que a él se refiere tampoco actúo con gran sensatez.

Farran aceptó la opinión de Georgia de que quizá no actuó con mucha racionalidad en relación con Stallard. Al parecer, Georgia sufría la misma decepción que ella misma.

– ¿Es Idris Vaughan?

– Así es -confirmó Georgia.

– ¿No te ama?

– Si me ama no me dice nada y yo no se lo preguntaré -contestó Georgia-. Pero volvamos a nuestro problema. Tiene que haber una solución -opinó.

– No hablaré nunca más con Stallard -aclaró Farran con rapidez.

– Ya me doy cuenta -sonrió Georgia-. Pero hay que ser prácticos; ¿de veras crees que sería tan malo como para cobrarse lo pactado?

– No te entiendo.

– Bueno, te quedaste con la anciana durante un mes -señaló Georgia-. Con la tercera parte de la herencia podría cubrir los gastos necesarios.

Pasaron el martes y el miércoles y Georgia seguía tratando de hallar la manera de exigir lo que le pertenecía por derecho. Farran no fue de mucha ayuda pues le preocupaban otras cosas, como el auto que seguía estacionando frente a la casa desde el lunes.

Pasó el jueves y Farran no hizo todavía nada para devolverlo. Tampoco le escribió una carta a Nona. Empezó a sentirse mal por no hacerlo, pero se justificó diciéndose que estaba demasiado deprimida para hacer algo al respecto.

Con humor negro, se preguntó si en Low Monkton se habrían dado cuenta de que su baño se prolongaba demasiado. Pero se percató de que quizá no la extrañarían tanto. Nona tenía una opinión tan buena de Stallard, que tal vez no pensaría en nadie más mientras éste estuviera acompañándola.

Pero la prueba de que alguien supo que había desocupado el baño de Low Monkton vino al día siguiente, por la tarde. Farran estaba arreglando las flores en un florero de la sala cuando el teléfono sonó.

– ¿Bueno? -contestó y de pronto su corazón pareció recobrar vida.

– Tienes algo que me pertenece -rugió una voz muy conocida.

Santo Dios, pensó la chica al reconocer la voz de Stallard y tuvo que tragar saliva antes de poder contestar. Su corazón comenzó a acelerarse y asió el teléfono con fuerza.

– Dime dónde quieres que te lo entregue y me las arreglaré.

– ¿Acaso estás siendo graciosa? -inquirió con dureza y eso reavivó la vida en Farran.

– ¿Acaso parece que estoy bromeando? -replicó.

– Maldición -rugió Stallard y Farran escuchó cómo colgaba con estrépito.

¡Maldición!, se enfureció también y colgó a su vez. Pero durante el resto del día se mantuvo muy inquieta. ¿Qué rayos quiso decir con eso de "¿Acaso estás siendo graciosa?"

El sábado por la mañana despertó con la decisión de hacer algo con ese auto. Como no podía reunir suficiente valor para devolverlo en persona, lo mejor era contratar a alguien para que lo hiciera. Sin embargo, el único problema con eso fue que, como era fin de semana, nadie quería trabajar.

Con menos decisión, Farran colgó su última llamada hacia el mediodía. Tomó la decisión de que el lunes lo devolvería, cuando el teléfono sonó en ese momento.

– Bueno -contestó con algo de temor, aun cuando no pensaba en realidad que Stallard la llamaría de nuevo.

Sin embargo, su alivio estuvo matizado por la decepción al oír una voz femenina.

– Bueno… ¿Farran?

– ¿Nona?

– ¿Cómo estás? -inquirió Nona sin un átomo de censura en la voz por la forma en que Farran la abandonó.

– Muy bien, gracias -contestó Farran con calidez puesto que había empezado a querer a Nona-. ¿Está todo bien con usted? ¿No ha tenido ningún mareo o…?

– Estoy en perfectas condiciones -declaró Nona-. Pero te extraño, querida y me pregunto si hoy podrías venir a tomar una taza de té conmigo por la tarde -eso asombró mucho a Farran.

– Bueno, no creo… -Farran trató de negarse con tacto.

– Sé que es un recorrido muy largo para venir a tomar una taza de té -interrumpió Nona y a Farran le pareció que sollozaba antes de volver a recuperar el control-. Estoy muy sola ahora.

– ¿Está sola? -preguntó Farran con rapidez.

– Stallard me halló otra dama de compañía, pero no llegará aquí sino hasta el lunes. Y como él se fue al extranjero, no lo veré hasta dentro de un mes, y…

– ¿Stallard… se fue de viaje? -Farran la interrumpió para hacer la pregunta, a pesar de haber decidido que no preguntaría por él.

– Se fue anoche -confirmó Nona y por su tono de voz, a Farran le pareció que la anciana estaba muy solitaria-. Me alegraría mucho poder verte hoy.

Farran se suavizó de inmediato. Incluso se le ocurrió que, si iba a Low Monkton, podría devolver el auto.

– Ponga el agua a calentar, Nona, salgo para allá -sonrió.

Farran tan sólo se puso un vestido, en vez de sus pantalones, fue al taller para avisarle a su padrastro a dónde iba, fue a comentarle algo a la señora Fenner y se metió en el auto.

Mientras conducía, intentó no pensar en Stallard… Estaba segura de que, sin importar en qué país se hallara, no estaría pensando en ella. Farran se detuvo para comprarle unas flores a Nona y se preguntó con qué frecuencia saldrían los trenes de Low Monkton hacia Banford, puesto que tendría que regresar en tren.

A punto de llegar a su destino, a Farran se le ocurrió preguntarse cómo halló Nona su número telefónico. La única solución era que Stallard debió dárselo.