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Meditó un momento en los motivos que él tendría para hacer algo así, pero, como sabía que a Stallard le importaba mucho la anciana, era obvio que debió dárselo para que no se sintiera sola mientras él estaba fuera del país.

Farran se dio cuenta de que Stallard debía saber lo que ella sentía por Nona y que se podía confiar en la chica para charlar por teléfono cada vez que la anciana llamara.

Farran sintió mucho amor por Stallard al acercarse a la casa de Nona. Durante un segundo, trató de ver si debía estacionar el auto en la cochera o no. Pero recordó que Nona se sentía muy sola y decidió que sería mejor hacerlo después. También era probable que Nona la hubiera visto llegar desde la ventana. Farran tomó las flores, salió del auto y llamó a la puerta principal.

La inundaba todavía cierta calidez al pensar cosas agradables de Stallard cuando la puerta se abrió, como si Nona ya hubiera estado tras ella, esperándola. Y Farran casi se desmayó. El individuo alto y fornido que le abrió no se parecía en nada a la persona que esperaba ver. No se trataba de Nona sino de un hombre que, de acuerdo con la información recibida, había salido de Inglaterra anoche.

– ¡Tú! -gimió Farran y desapareció toda sensación de calidez por pensar en él.

– El mismo -Stallard habló con frialdad-. Entra.

Capítulo 9

Farran asió las flores con fuerza e intentó recobrar la compostura, pero estaba tan atónita por ver a Stallard que no lo consiguió.

– ¿En dónde está… Nona? -inquirió casi sin aliento.

Sintió miedo por la anciana cuando, a modo de contestación, Stallard la tomó de la mano para hacerla entrar en la casa. Farran supuso que todavía debía estar demasiado perpleja, puesto que aceptó la ayuda. Pero él la siguió tomando del brazo para conducirla a la sala de estar y Farran temió aún más que Nona estuviera enferma.

– ¿En dónde está? -cuestionó, soltándose de él al percatarse de que Nona no se encontraba en la sala de estar.

– En este preciso momento -Stallard la miró con fijeza a los ojos-, yo diría que está jugando con alegría al bridge -Farran abrió mucho los ojos y él prosiguió-: Creo que me llamará como en tres horas, cuando quiera que vaya a buscarla para traerla a casa.

– Pero… pero -Farran meneó la cabeza como si esperara que al hacerlo se le aclararan las ideas-. Pero Nona me está esperando.

– Corrección -señaló Stallard, confundiéndola más que nunca-. Yo te estaba esperando.

– ¿Tú…? -de pronto su cerebro empezó a funcionar y se percató de que, si Stallard hubiera estado en el extranjero, no habría tenido tiempo de regresar tan rápido al enterarse de que Nona estuviera enferma-. Se supone que estás fuera del país -acusó Farran con frialdad, al recobrarse un poco de la impresión.

– Como puedes ver, no lo estoy -la miró de frente-. Puedo preguntarte, Farran, ¿por qué te negaste a venir a ver a Nona hasta que ella te dijo que yo estaba de viaje?

Farran apartó la vista y trató de recordar la charla que sostuvo con Nona.

– Yo… -por fortuna, la rabia la ayudó-. Tú no tienes nada que ver en esto -vio que se tensaba y su silencio la forzó a continuar-: Puede que no lo creas -intentó hablar con el tono de la máxima indiferencia-, pero quiero a Nona y…

– Entonces, ¿por qué, ya que la quieres, huiste de su lado como lo hiciste?

– ¿Acaso debí quedarme para que me insultaras? -explotó Farran y de inmediato lamentó sus palabras.

Pero era demasiado tarde para culparlo a él de hacerla enojar, o a sí misma por perder el control, pues Stallard la miraba con gran detenimiento.

– Entonces estás de acuerdo en que yo tengo parte en esto, ¿verdad? -la pregunta fue hecha con lentitud.

– Estoy de acuerdo en que, desde mi punto de vista, parece que Nona y tú me han puesto una trampa -replicó Farran con mucha tensión-. Aunque no entiendo por qué se tomaron la molestia. Aunque no me importan sus motivos -añadió con rapidez al ver que Stallard iba a interrumpirla. Se dirigía a la puerta, cuando se percató de que todavía tenía las flores en la mano-. Ten, tú dáselas a Nona, con mis felicitaciones.

– Dáselas tú misma -rugió Stallard y en un segundo se interpuso entre la puerta y Farran, impidiéndole la salida a ésta con gran eficacia.

– Si crees que permaneceré aquí durante tres horas más, te equivocas -Farran se negó a ser intimidada por la apariencia hostil y agresiva de Stallard-. Quítate de mi camino -las palabras salieron a borbotones de su boca-, tengo que tomar un tren -ese pensamiento trajo otro y, nerviosa, ya no pudo dejar de hablar-. Toma también las llaves de tu auto -hurgó en su bolso de mano-. Nunca tuve la intención de conservar el auto, así que pudiste haberte ahorrado la llamada de ayer…

– No te llamé ayer por el maldito auto -interrumpió Stallard con rabia, pues le pareció que sólo así podía hacerla callar-. Vaya ¿qué…?

– Casi me engañas -rugió la chica, con el deseo de que se alejara de la puerta; no obstante se sentía demasiado nerviosa para acercarse más y forzarlo a apartarse.

Fue extraño pero, aunque ella era la que estaba nerviosa, vio cómo Stallard inhalaba hondo, para calmarse. Después de un momento habló con una voz mucho más calmada y tranquila.

– Me he engañado a mí mismo durante mucho tiempo… así que no me sorprende que también te haya engañado a ti.

Farran no sabía qué pensar al respecto y se mantuvo inmóvil, en espera de que él aclarara su declaración.

Mas, al oír de nuevo a Stallard, ya no estuvo tan segura de desear una aclaración.

– ¿Vamos a sentarnos? Estoy seguro de que estarás mucho más cómoda…

Antes de que ella pudiera hacer o decir algo, Stallard tomó las llaves del auto y las flores y las puso en una mesa. Después, hizo el intento de tomarla por el codo, pero Farran respingó y fue a sentarse en una silla de la sala de estar.

Creyó verlo sonreír cuando ella cayó en la silla con la expresión de que quizá sería una buena idea sentarse durante un momento. Al levantar la vista, lo vio sentarse con mucha seriedad.

Sin embargo, cuando Stallard empezó a hablar, no explicó por qué dijo que se "engañó a sí mismo", sino que habló con mucha naturalidad.

– Fue una fuerte impresión la que recibí el lunes, cuando volví de dar un paseo a pie con la intención de considerar ciertas cosas bajo una nueva perspectiva, al descubrir que el auto ya no estaba estacionado frente a la casa y…

– Te he traído el auto de vuelta -le recordó Farran con rigidez mientras caía en la cuenta de que, mientras ella bajaba sus maletas, Stallard no veía televisión con Nona en la sala de estar, sino que había ido a pasear.

– Por favor, no menciones más ese maldito coche -pidió Stallard-. Como iba diciendo antes de que interrumpieras -prosiguió con frialdad, ignorando la mirada de rabia de la joven-, fue una fuerte impresión darme cuenta de que te habías marchado. Una impresión aún más fuerte por el hecho de que te marcharas sin pensar que arriesgabas la herencia por la cual trabajabas…

– No me importa la herencia -interrumpió Farran de nuevo.

Esa vez, Stallard no le pidió que guardara silencio sino que casi la mató de un infarto al señalar:

– Cierto, nunca te importó a ti.

– ¿Cómo…? -lo miró con fijeza-. ¿Cómo lo sabes? -interrogó.

– ¿Acaso crees que estoy ciego? -replicó a su vez y, como la chica no dijo palabra, continuó-: No hubo nada mercenario ni premeditado en tu manera de trabajar aquí, desde un principio -señaló-. No tenías por qué limpiar la casa… no te contraté para eso y de todos modos…

– ¡Diablos! -exclamó Farran. La molestaba que, además de todo lo que pensaba de ella, la considerara apta para vivir en una pocilga-. Sabes, aun a las mujeres que van en busca de un pez más gordo les molesta la condición en la que se halle el lugar en donde van a vivir.