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– ¿No lo sabes? -y pronunció las palabras que casi la mataron de la emoción-. Te amo -la tomó de las manos y la chica se aferró a él-. Te amo con todo mi ser, mi amor -mientras una gran alegría embargaba a Farran, se tensó-. ¿Todavía amas a Ottley? ¿Acaso me equivoco al pensar que, después de responder a mis besos como lo haces, no puedes estar todavía enamorada de él?

Farran se emocionó mucho al descubrir que Stallard no pensaba que su calidez y pasión por él fueron fingidas y que estaba enamorada de otro hombre.

– Sin pensar en todo lo que te equivocaste acerca de mí, por lo menos, en eso tienes razón.

– ¿No lo amas? -urgió.

– No. Cuando me enamoré de verdad me di cuenta de que por él sólo sentí un enamoramiento.

– ¿Entonces de quién estás enamorada? -le apretó los antebrazos, muy tenso.

– En este momento estoy mirando a mi amado -Farran lo observó con amor.

Stallard se relajó y la abrazó con ternura, murmurando su nombre una y otra vez.

Farran no supo cuánto tiempo permanecieron así, sólo estaba consciente de la alegría que inundaba su corazón. Stallard la apartó un poco, la miró a los ojos y se quedaron así, frente a frente, largo rato.

– ¿Es cierto?

– ¿Qué te amo? -Farran asintió con la cabeza-. Sí, es cierto.

En ese momento fue cuando Stallard la besó. Fue un beso mágico, maravilloso, en donde ambos hallaron consuelo al dolor sufrido, uno en brazos de otro.

Stallard se apartó y murmuró, al acariciarle la nariz:

– Creo que si tengo interés en mantenerme cuerdo, sería mejor que charláramos.

– Como quieras -suspiró Farran con una sonrisa-. Quizá podamos empezar con que me aclares por qué, si tanto me extrañabas, ese fin de semana no viniste.

– ¿Acaso no te he dicho ya que eres la criatura más encantadora y adorable que he conocido jamás? -Stallard la besó de nuevo con pasión y Farran le devolvió un beso fogoso-. Para contestar a tu pregunta, entonces no sabía que estaba enamorado de ti. En ese momento, lo único que sentía era que me irritabas…

– ¿Irritarte?

– Me irritaba que no pudiera sacarte de mi cabeza aunque quisiera. Pero, como estaba decidido a no pensar más en ti, resolví que no vendría a Low Monkton durante un tiempo.

– Ah -comentó Farran-. Pero el domingo de la semana siguiente te llamé para avisarte que Nona no estaba bien y por Nona sentiste que debías…

– Nona no tuvo nada que ver con el hecho de que viniera -interrumpió Stallard.

– ¿De veras?

– Vine ese mismo día sólo porque al oír tu voz me descontrolaste tanto que ya no sabía dónde me hallaba -sonrió Stallard.

– ¿Es cierto? -Farran lo amó con toda su alma.

– Sí, mí amor -susurró con ternura-. Tu, mujer, me has convertido en un mentiroso.

– ¿Cómo?

– Tuve que mentir para ocultar mi ansia de verte e inventar que haría las veces de enfermero nocturno. Pero ya sabía que no pasaba nada malo con Nona y que ella no necesitaba cuidados ni ayuda profesional.

– ¿Cómo? -replicó Farran.

– Porque llamé al médico después de que colgaste y él me confirmó que no tenía nada de gravedad.

– Bueno, creo que es la mentira más bonita que he escuchado -sonrió Farran y le dio un beso-. ¿Acaso tuve algo que ver con tu decisión de pasar unos cuantos días lejos de tu trabajo?

– Zorra -sonrió Stallard-. Apenas pude creer que te insinué que faltaría al trabajo, cuando es algo que jamás hago, truene, llueva o relampaguee. Claro, como has adivinado, todo fue por ti.

– Ojalá lo hubiera sabido entonces -suspiró Farran.

– Ojalá yo hubiera sabido qué me pasaba para actuar de ésa forma, tan poco usual en mí -murmuró Stallard.

– ¿No sabías que me amabas?

– No, estaba ciego -sonrió-. Pero ese lunes me percaté de la forma tan tierna y natural con la que tratabas a Nona al hablarle o ayudarla en algo. Cuando nos sentamos a comer, sentí una alegría que no experimenté mientras tú estuviste fuera, de compras. Sólo después, mi amor, me percaté de que mi felicidad se debía a que estabas en el mismo cuarto que yo. Sólo después me di cuenta de que mi felicidad sólo puede ser posible si estás en el mismo cuarto que yo… durante el resto de mi vida.

– Stallard -exclamó Farran y lo besó con pasión al oír la declaración más bella de su vida. Stallard se separó después de un momento y habló con algo de tensión.

– Diablos, querida, ¿te das cuenta de lo que me haces? Creo que no oiré el teléfono cuando Nona llame, si seguimos así.

– Estabas diciendo… -Farran intentó descender de su nube para recordar la conversación.

– Te decía que me embargó una gran felicidad ese lunes durante la comida -retomó Stallard.

– Pero no duró, ¿verdad? -recordó la forma en que hizo su equipaje y las palabras y acciones de Stallard que propiciaron su huida.

– ¿Cómo podía durar? Yo, que nunca he sido celoso en mi vida, acababa de recibir una fuerte dosis de celos. Si no se trataba de Ottley, entonces era Watson y, bajo mis propias narices, ese médico trató de invitarte a salir con él. Como sabía que la condición de Nona no era grave, no había necesidad de que su médico fuera a verla… pero allí estaba.

– Quisiste asesinarme con la mirada -murmuró Farran-. Me pregunté qué fue lo que hice mal.

– ¡Pobrecita! -gruñó-. Me he portado muy mal, ¿verdad? Estaba tan celoso de Richards que perdí toda sensatez. No pensaba con claridad cuando, después, subí a tu cuarto, pero estaba tan enojado que te habría acusado de cualquier cosa. Sólo después me pregunté qué demonios se había posesionado de mí de esa forma.

– ¿Por fin… te diste cuenta… de que yo te importaba?

– Me importas, te amo y te adoro -declaró Stallard con ternura-. Pero tuvieron que pasar cuatro días y cuatro noches de rabia y de pensar en ti antes de que, ayer por la tarde, me diera cuenta de la verdad.

– ¿La verdad?

– Fue como un rayo que me cayó encima. Al recordar eso que me dijiste, que nunca te casarías conmigo, en ese momento me percaté de que te amaba, y no sólo eso, sino que además quería casarme contigo y sólo contigo.

– ¿Fue por eso que me llamaste ayer por la tarde? -inquirió la chica con alegría.

– Acababa de comprenderlo -confesó-, y te llamé por teléfono, casi sin saber lo que hacía, pero con un ansia desesperada de ponerme en contacto contigo.

– Dijiste que tenía yo algo tuyo -recordó Farran con voz ronca.

– Lo sé -sonrió-. Pero estaba todavía bajo los efectos de la impresión y hable sin pensar y con dureza. Pero, si hubieras preguntado qué era eso, te habría contestado que era mi corazón.

– Ay -exclamó Farran, horrorizada-. Y yo pensé que te referías al auto.

– No podías saberlo -la tranquilizó Stallard-. Pero eso me dio una buena lección por haberme imaginado que, después de la forma como te traté, podía ganarte con tanta facilidad. Claro, después me puse a reflexionar sobre el asunto.

– ¿Y cuáles fueron tus conclusiones? -sonrió la chica.

– Algo muy sencillo, aunque nada agradable. Primero, que como no hice nada para ganarme tu amor, era probable que me cerraras la puerta en las narices si iba a verte a tu casa.

– ¿Así que decidiste pedir ayuda a Nona?

– No por nada fue una buena actriz -replicó-. Además de que sabía que tienes un corazón muy generoso y se aprovechó de eso.

Farran nunca estuvo más agradecida a Nona que en ese instante.

– Recuérdame que le dé las gracias cuando la vea -sonrió.

– Bastará con que nos vea felices y juntos. A veces creo que me considera como al hijo que nunca tuvo.

Farran sintió una gran simpatía por él y pensó que ahora ya podían compartirlo todo.

– Tu madre te abandonó cuando eras muy pequeño y…