Выбрать главу

El magnate hotelero observó:

– No hay muchos hoteles en esta época que ofrezcan este tipo de cocina. Casi todos los que lo hacían tuvieron que cambiar esa costumbre.

– La mayoría, pero hay excepciones. ¿Por qué han de ser todos tan dóciles?

– Porque la concepción integral del negocio ha cambiado, Warren, desde que usted y yo empezamos a trabajar en él, siendo jóvenes, nos guste o no. Los días de «mi huésped» y de servicio personal ya no existen. Quizás a la gente le haya importado esas cosas alguna vez, pero ya no.

Había un tono inequívoco en la voz de ambos hombres, indicadora de que con la terminación de la comida el momento para la mera cortesía también tocaba a su fin.

Mientras los dos hablaban, los infantiles ojos azules de Dodo iban curiosos de uno a otro, como si siguiera una obra teatral, apenas comprendida. Aloysius Royce, vuelto de espaldas, estaba ocupado en el aparador.

– Hay personas que estarían en desacuerdo con esa teoría -dijo Warren Trent en tono cortante.

O'Keefe miró la punta encendida de su cigarro.

– Para quienes piensen así mi respuesta son mis balances comparados con los otros. Por ejemplo, con el suyo.

El otro se sonrojó y sus labios se apretaron.

– Lo que está sucediendo aquí es temporal. Lo he visto antes. Pasará lo mismo que otras veces.

– No. Si usted piensa eso, está buscando ahorcarse. Y usted merece algo mejor, Warren… después de tantos años.

Hubo un obstinado silencio antes de que respondiera gruñonamente.

– No he pasado mi vida moldeando una institución para verla convertida en un hotel barato.

– Si usted se refiere a mis hoteles, ninguno de ellos puede calificarse así -le tocó el turno a O'Keefe de sonrojarse de cólera-. Tampoco estoy tan seguro de que éste sea una institución.

En el frío silencio que siguió Dodo preguntó:

– ¿Va a ser una verdadera pelea o sólo de palabra?

Ambos hombres rieron, si bien Warren Trent menos sinceramente. Fue Curtis O'Keefe quien levantó sus manos con aire apaciguador.

– Ella tiene razón, Warren. No tenemos por qué disgustarnos. Si hemos de continuar nuestros caminos separados, por lo menos deberíamos seguir siendo amigos.

Más apaciguador, Warren Trent asintió. En parte su anterior acritud se debía a una puntada de crítica que por el momento había pasado. Aun admitiendo esto, pensó con amargura, era difícil no resentirse con este hombre suave y afortunado, cuyas conquistas financieras contrastaban tanto con las suyas.

– Lo que el público de nuestros días espera de un hotel puede sintetizarse en tres palabras: acomodación eficiente y económica. Pero sólo podemos proporcionarla si tenemos una contabilidad real de los costos de cada movimiento eficiente; y por encima de todo, una cuenta de salarios mínima, lo que significa automatización, eliminando gente y una hospitalidad pasada de moda, siempre que sea posible.

– Y ¿nada más? ¿Descarta lo demás que solía constituir un hermoso hotel? ¿Negaría usted que un buen hotelero puede imprimir su personalidad en cualquier hotel? -El propietario del «St. Gregory» resopló.- El que visita su tipo de hotel no tiene la sensación de pertenecer a él, de ser alguien importante a quien se le brinda algo más, en calor y hospitalidad, de lo que se le cobra en su cuenta.

– Es una ilusión que no necesita -respondió O'Keefe incisivamente-. Si se proporciona hospitalidad es porque se paga para obtenerla, por eso a fin de cuentas no importa.

»La gente ve a través de la falsedad en una forma que antes no lo hacía. Pero respetan la honradez: una ganancia justa para el hotel; un precio justo para los huéspedes, que es lo que mis hoteles proporcionan. Oh, le garantizo que siempre habrá algunos selectos… para los que quieran un tratamiento especial y estén dispuestos a pagarlo. Pero son lugares pequeños y pocos. Las grandes empresas hoteleras como la suya, si quieren sobrevivir a una competencia como la mía, tienen que pensar como pienso yo.

– No objetará si continúo pensando por mí mismo durante algún tiempo -gruñó Warren Trent.

– No era nada personal, estaba hablando de tendencias y no de personas en particular. -O'Keefe movió la cabeza con impaciencia.

– ¡Al demonio con las tendencias! Tengo la sensación de que a mucha gente le gusta viajar en primera clase. Son los que esperan algo más que cajones con camas.

– No es eso lo que he dicho, pero no me quejo. -Curtis O'Keefe sonrió con frialdad.- Yo también lo desafío, sin embargo. Excepto para muy pocos, la primera clase ha desaparecido, ha muerto.

– ¿Porqué?

– Porque los jets han matado al viajero de primera clase, y también a todo un modo de pensar. Antes de los jets, la primera clase tenía una aureola de distinción. Pero el viaje en jet ha mostrado a todo el mundo cuan tonta y costosa era la antigua manera. Los viajes aéreos se hicieron tan rápidos y tan cortos, que la primera clase no valía la pena. De manera que la gente se apretujó en sus asientos de turistas y dejaron de preocuparse de los prejuicios: el precio era demasiado alto. Bien pronto surgió un tipo de prejuicio opuesto: viajar como turista. La mejor gente lo hacía. La primera clase, se decían unos a otros mientras saboreaban sus almuerzos servidos en cajas, era para tontos y pródigos. Y lo que los jets brindan a la gente, la acomodación eficiente, económica… es lo mismo que reclaman de los hoteles.

Sin lograrlo, Dodo intentó ocultar un bostezo detrás de su mano, luego dejó la colilla de su cigarrillo turco. Instantáneamente Aloysius Royce se aproximó, ofreciéndole otro y lo encendió. Ella le sonrió con expresión de cordialidad, y el negro devolvió la sonrisa, consiguiendo agregarle una amistosa pero discreta simpatía. Sin el menor ruido reemplazó los ceniceros usados por otros limpios, y volvió a llenar la taza de café de Dodo, luego las de los otros. Cuando Royce desapareció calladamente, O'Keefe observó:

– Tiene usted un buen hombre en él, Warren.

Warren Trent respondió ausente:

– Ha estado conmigo desde hace mucho tiempo. -Mientras él mismo había estado observando a Royce se preguntó cómo hubiera reaccionado el padre de Aloysius al enterarse de que el control del hotel pronto podría pasar a otras manos. Probablemente con un encogimiento de hombros. Las posesiones y el dinero no habían significado mucho para el viejo. Warren Trent casi podía oírlo ahora diciendo con voz cascada, viva: «Usted ha hecho su voluntad durante mucho tiempo, puede ser que un cambio a los malos tiempos sea para su propio bien. Dios inclina nuestras espaldas y nos humilla, recordándonos que no somos nada más que sus hijos descarriados, a pesar de nuestras ilusiones en otro sentido.» Pero luego, con calculada incongruencia el viejo podría haber agregado: «De todos modos, si usted cree en algo, luche por ello. Después que haya muerto no va a matar a nadie porque difícilmente podrá apuntarle.»

Tratando de apuntar, aunque inseguro, Warren Trent insistió:

– Con su criterio todo lo que tiene que ver con el hotel resulta endiabladamente antiséptico. A su tipo de hotel le falta calor o humanidad. Es para autómatas, con mentes como tarjetas perforadas y lubricante en lugar de sangre.

O'Keefe se encogió de hombros.

– Ese es el tipo que da dividendos.

– En el aspecto financiero, quizá, pero no humano.

Ignorando la última observación, O'Keefe continuó:

– He hablado de nuestro negocio tal como es ahora. Llevemos las cosas un poco más lejos. En mi organización, tengo un plan trazado para el futuro. Algunos podrán llamarlo visión, supongo, aun cuando es más bien un proyecto, de lo que los hoteles, por supuesto los hoteles de la cadena «O'Keefe», serán dentro de pocos años.