Выбрать главу

Una luz brillante iluminó de pronto la habitación.

Sucedió tan repentinamente, sin el menor anuncio ni sonido, que la rapidez de Keycase, de la que se enorgullecía, le falló por completo.

La reacción fue instintiva. Dejó caer la cartera y se volvió con aire culpable, encarado a la luz.

El hombre que había encendido la lámpara al lado de la cama, estaba en pijama, sentado. Se le veía joven, fuerte y colérico.

Sin contenerse, exclamó:

– ¿Qué demonios está haciendo?

Keycase se detuvo con la boca abierta, con expresión tonta, incapaz de hablar.

Lo probable, razonó en seguida Keycase, es que el que despierta, necesite uno o dos segundos para recuperar toda su claridad mental, motivo por el cual no había percibido la culpabilidad inicial de su visitante. Pero por el momento, consciente de haber perdido una preciosa ventaja, Keycase intentó recuperar la iniciativa, aunque su reacción resultara tardía.

Balanceándose como si estuviera borracho, exclamó:

– ¿Qué significa eso de qué estoy haciendo? ¿Qué está haciendo usted en mi cama? -simulando despreocupación se quitó los guantes.

– ¡Al demonio con usted…! ¡Esta es mi cama! ¡Y mi habitación!

Acercándose, Keycase le exhaló el aliento cargado del whisky de las gárgaras. Vio que el otro se retraía. Ahora Keycase pensaba con rapidez y con toda frialdad, como siempre lo había hecho. Había sorteado situaciones tan peligrosas como ésta, con anterioridad.

Era importante, llegado este punto, entrar en la fase defensiva, y no continuar con el tono agresivo, porque si no el legítimo propietario de la habitación, podía asustarse y pedir socorro. Además, éste tenía todo el aspecto de poder resolver cualquier contingencia por sí mismo.

– ¿Su habitación? ¿Está seguro? -preguntó Keycase con expresión tonta.

El hombre de la cama estaba más colérico que nunca:

– ¡Despreciable borracho! ¡Por supuesto que estoy seguro de que ésta es mi habitación!

– ¿Es la 614?

– ¡Estúpido fantoche! ¡Es la 641!

– Lo siento, amigo. Me parece que me he equivocado. -Keycase tomó el diario que llevaba debajo del brazo para dar la impresión de que acababa de llegar de la calle.- Este es el diario de la mañana. Se lo dejo como atención especial.

– No quiero su maldito periódico. ¡Cójalo y vayase!

¡Había salido bien! Una vez más, la ruta de escape bien planeada había dado resultado.

– Lo siento, amigo. No es necesario que se enoje. Me voy -agregó desde la puerta.

Ya casi había salido; el hombre seguía en la cama, todavía echando chispas. Utilizó un guante doblado para abrir el picaporte. Sólo entonces lo había logrado. Keycase cerró la puerta tras de sí.

Escuchando atentamente, oyó que el hombre se levantaba de la cama y los pasos que se dirigían hacia la puerta; ésta sonó, y el de dentro colocó la cadena de seguridad. Keycase continuó escuchando.

Durante cinco largos minutos permaneció en el corredor sin volverse, esperando que el hombre de la habitación telefonearía abajo. Era esencial saberlo. Si sucedía, Keycase debía volver al punto a su habitación antes de que se diera la alarma. Pero no hubo ningún ruido ni sonó el teléfono. El peligro, de momento, había desaparecido.

Después, sin embargo, el asunto podría ser diferente.

Cuando míster 641 despertara, a plena luz de la mañana, recordaría lo ocurrido. Pensando en ello, podría plantearse algunos interrogantes. Por ejemplo: ¿Cómo era posible que alguien al equivocarse de habitación, pudiera entrar en ésta, utilizando la llave de otra? Y una vez dentro, ¿por qué se quedó en la oscuridad en lugar de encender la luz? También estaba la reacción inicial de culpabilidad de Keycase. Un hombre inteligente, despierto por completo, podría reconstruir esa parte de la escena. En cualquier caso, habría bastante razón para hacer una indignada llamada telefónica al gerente del hotel.

La gerencia, representada quizá por el detective del hotel, reconocería en seguida los síntomas y se realizarían los controles de rigor. Entrevistarían al ocupante de la habitación 614, quienquiera que fuese y con seguridad pondrían frente a frente a ambos huéspedes. Los dos afirmarían que jamás se habían visto. El detective no se sorprendería, pero confirmaría su sospecha referente a la presencia de un ladrón profesional en el hotel; la noticia cundiría con rapidez. De tal manera al iniciarse la campaña de Keycase, todo el personal del hotel sería alertado.

También era probable que el hotel se pusiera en contacto con la Policía local. Ellos a su vez pedirían información al F. B. I. con respecto a ladrones de hoteles conocidos que pudieran estar operando por allí. Si llegaba esa lista, era seguro que traería incluido el nombre de Julius Keycase Milne. Habría fotografías, instantáneas policiales para ser exhibidas a los empleados del hotel y otras personas.

Lo que debería hacer era recoger y huir. Si se apresuraba, podía salir de la ciudad en menos de una hora.

Sólo que no era tan simple. Había invertido el dinero: el coche, el motel, su habitación en el hotel, la muchacha del strip. Ahora, sus fondos andaban escaseando. Tenía que obtener una ganancia, y buena, de Nueva Orleáns. Piénsalo otra vez, se dijo Keycase. Piénsalo.

Hasta ahora había analizado los aspectos negativos del problema. Había que estudiarlo de otra manera.

Aun cuando se produjera la secuencia de acontecimientos que había imaginado, podrían transcurrir varios días. La Policía de Nueva Orleáns estaba ocupada. De acuerdo con la información del matutino, todos los detectives disponibles estaban trabajando a destajo en un caso aún no resuelto de un atropello y huida del conductor: un doble homicidio que había producido gran conmoción en la ciudad entera. No era probable que la Policía restara tiempo a eso, cuando en el hotel no se había cometido ningún crimen. Por supuesto, que en algún momento vendrían. Siempre era así.

De manera que ¿cuánto tiempo tenía? Sin ser optimista, otro día completo; probablemente, dos. Lo meditó con cuidado. Sería suficiente.

El viernes por la mañana, después de haber conseguido lo que quería, podría abandonar la ciudad sin dejar rastro. Y así lo resolvió.

Pero ahora, en ese momento, ¿qué haría? ¿Volver a su habitación del octavo piso, dejando el resto de la tarea para mañana, o seguiría adelante?

La tentación de abandonar el primitivo plan era muy fuerte. El incidente de un momento antes lo había sacudido mucho más -si era sincero consigo mismo- que otros episodios anteriores y similares. Su propia habitación le parecía un seguro y confortable refugio.

Definitivamente, resolvió seguir adelante. Cierta vez había leído que cuando el piloto de un avión militar tenía un accidente por causas que le eran ajenas, en seguida se le enviaba a otro vuelo antes de que perdiera su temple. El debía seguir el mismo principio.

La primera llave que había obtenido le había fracasado. Tal vez fuera un augurio, indicando que debería alterar el orden y probar con la última. La muchacha de Bourbon Street le había dado la 1062. ¡Otro augurio! ¡Su número de suerte… el 2! Contando los pisos mientras subía, Keycase ascendió por la escalera de servicio.

El hombre llamado Stanley, de Iowa, que había caído en la treta más antigua en Bourbon Street, estaba por fin dormido. Al principio había aguardado a la rubia de amplias caderas, con esperanza; luego, a medida que pasaba el tiempo, éstas empezaron a disminuir, a lo que se añadió la poco agradable sensación de haber sido timado. Al final, cuando sus ojos no pudieron permanecer abiertos por más tiempo, se dio vuelta y cayó en un profundo sueño alcohólico.

No oyó a Keycase cuando entró y tampoco cuando se movió cuidadosamente y metódicamente por la habitación. No se interrumpió su profundo sueño mientras Keycase le quitaba el dinero de la cartera y se guardaba el reloj y el anillo de sello, la pitillera de oro, el encendedor que hacía juego y unos gemelos de brillantes. Tampoco se movió cuando Keycase se marchó silenciosamente.