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– ¿Es éste el nuevo estilo de los guías… filosofía y hechos?

– Oh, estoy harta de ambos. ¿Quiere hechos? Mire al techo.

Juntos levantaron la mirada.

– Verá que sobrepasa de la galería superior. Ese es el estilo Luisiana-griego; la mayor parte de las grandes casas antiguas se construían así, se justifica porque en este clima da sombra y aire. Muchas veces la galería fue el lugar donde más se vivía. Se convirtió en el centro familiar, un lugar para hablar y compartir la vida.

– Dueños de casas y familiares, compartiendo la buena vida, en una forma a la vez completa y autosuficiente -citó Peter.

– ¿Quién dijo eso?

– Aristóteles.

– Ha cavado hondo. -Se detuvo pensativa.- Mi padre ha hecho muchas restauraciones. La casa está mejor ahora, pero no nuestro uso de ella.

– Usted debe amar mucho todo esto.

– Lo odio. He odiado este lugar desde que tengo uso de razón.

El la miró inquisitivamente.

– Oh, yo tampoco la odiaría si viniera a verla, como una visita junto con otros que pagan cincuenta centavos para que se les muestre la forma en que abrimos la casa para la Fiesta de la Primavera. La habría admirado porque amo todas las cosas antiguas. Pero no para vivir siempre en ella, sola, especialmente cuando oscurece.

– Está oscureciendo ahora -le recordó él.

– Ya lo sé. Pero usted está aquí. Y eso es diferente.

Habían comenzado a volver por el césped. Por primera vez Peter advirtió el silencio que reinaba.

– ¿No la echarán de menos sus huéspedes?

Ella miró hacia los lados, inquieta:

– ¿Qué huéspedes?

– Usted me dijo…

– Le dije que daba una comida, así es. Para usted. Si lo que le preocupa es la compañía, no se inquiete, Anna está aquí.

Habían entrado en la casa. Estaba en penumbra y fresca. Los cielos rasos, muy altos. En el fondo, una mujer vieja vestida de seda negra saludó sonriendo.

– He hablado a Anna de usted. Y lo aprueba. Mi padre confía totalmente en ella, de manera que todo va bien. Además está Ben.

Un negro sirviente los siguió, pisando con suavidad, hasta un pequeño estudio de paredes cubiertas de libros. De un aparador trajo una bandeja con un botellón de jerez y vasos. Marsha movió la cabeza. Peter aceptó el jerez y lo sorbió pensativo. Desde una banqueta, Marsha le hizo un gesto para que se sentara junto a ella.

– ¿Pasa usted mucho tiempo aquí sola?

– Mi padre viene entre uno y otro viaje. Lo que sucede es que los viajes se hacen cada vez más largos y el tiempo intermedio más corto. Preferiría vivir en un feo y moderno bungalow con tal de que tuviera más vida.

– No sé si en realidad le gustaría.

– Estoy segura de que sí -afirmó Marsha-. Si lo compartiera con alguien a quien realmente amara. También serviría un hotel. Creo que los gerentes tienen un apartamento para vivir… en el piso superior, ¿no es así?

Asombrado, levantó los ojos y la encontró sonriendo.

Un momento después el sirviente anunció en voz baja que la comida estaba servida.

En una habitación adyacente, una mesa redonda y pequeña estaba preparada para dos. La luz de los candelabros iluminaba la mesa y las paredes artesonadas. Sobre el mármol negro de la chimenea el retrato de un patriarca de rostro severo miraba hacia abajo a Peter, dándole la impresión de ser estudiado y criticado.

– No deje que mi bisabuelo lo moleste -dijo Marsha cuando se sentaron-. Es a mí a quien reprende. Vea usted, cierta vez escribió en su diario que quería fundar una dinastía y yo soy su última y desdichada esperanza.

Conversaron durante la comida (con menos restricción) mientras el sirviente los atendía con habilidad. La comida era exquisita: el plato principal era un jambalaya muy bien sazonado, seguido de una delicada Créme Brülée.

Peter descubrió que estaba resultando muy agradable una situación que había encarado con cierto recelo. Marsha parecía más vivaz y encantadora a medida que pasaban los minutos; y él mismo, más cómodo en su compañía. Lo que no era sorprendente, ya que la diferencia de edades no era tan grande. Además, a la luz de los candelabros, en la antigua y sombreada habitación, pudo apreciar cuan hermosa era.

Se preguntó si mucho tiempo atrás, el noble francés que construyó la gran casa, y su amante, habrían comido aquí en tanta intimidad. Quizás este pensamiento fuera producto del hechizo que el ambiente y la ocasión derramaban sobre él.

Al final de la comida Marsha anunció:

– Tomaremos el café en la galería.

Le retiró la silla y ella se levantó ligera, tomando impulsivamente su brazo como lo había hecho antes. Divertido, se dejó conducir a un pasillo; luego subieron una amplia escalera. En la parte superior, un ancho corredor, con las paredes decoradas con frescos, tenuemente iluminados, llevaba a la galería abierta que habían visto desde el jardín de abajo, ahora oscuro.

En una mesa de mimbre había tazas pequeñas y un servicio de café, de plata. Un vacilante farol de gas estaba encendido más arriba. Llevaron el café a una hamaca con almohadones que se balanceó cuando se sentaron. El aire de la noche era agradable, fresco, y soplaba una ligera brisa. Desde el jardín el zumbido de los insectos se oía distinto; y los amortiguados ruidos del tránsito llegaban desde St. Charles Avenue, distante dos manzanas. Tenía conciencia de Marsha inmóvil, a su lado.

– De pronto se ha quedado muy callada.

– Ya lo sé. Estaba pensando la manera de decir algo.

– Puede tratar de hacerlo en forma directa. Con frecuencia da buenos resultados.

– Muy bien. -Se notaba cierta falta de aliento en su voz.- He decidido que quiero casarme con usted.

Durante lo que parecieron largos minutos, pero que Peter sospechaba que fueron sólo segundos, permaneció inmóvil; hasta el suave mecerse de la hamaca pareció detenerse. Al fin, con cuidadosa precisión, Peter puso en la mesa la taza de café.

Marsha tosió, luego cambió la tos en una risa nerviosa.

– Si quiere huir, las escaleras están allá.

– No. Si lo hiciera, nunca sabría por qué ha dicho usted eso.

– Ni yo estoy muy segura. -Miraba hacia delante, a la noche, con el rostro vuelto. Sintió que ella temblaba.- Sólo sé que de pronto tuve ganas de decirlo. Y estoy segura de que lo haría.

Peter sabía que era importante que cualquier cosa que dijera a esta niña impulsiva tendría que ser dicha con mucha suavidad y respeto. Peter también estaba nervioso, sintiendo una contracción en la garganta. Sin razón alguna, recordó algo que Christine le había dicho esa mañana. La pequeña miss Preyscott tiene tanto parecido a una niña como un gatito a un tigre. Pero supongo que será divertido para un hombre dejarse devorar. El comentario era injusto, por supuesto, hasta áspero. Pero era verdad que Marsha no era una niña ni debía ser tratada como tal.

– Marsha, usted apenas me conoce, ni yo a usted.

– ¿Cree usted en el instinto?

– Hasta cierto punto, sí.

– Tuve una intuición con respecto a usted desde el primer momento. -Al principio la voz le temblaba; luego se afirmó.- La mayor parte de las veces mis intuiciones han sido acertadas.

– ¿Y con respecto a Stanley Dixon y Lyle Dumaire? -le recordó con suavidad.

– La intuición fue buena. Pero yo no le hice caso, eso es todo. Esta vez, sí.

– Pero la intuición puede ser equivocada.

– Siempre puede estarse equivocado, aun cuando se espere mucho tiempo. -Marsha se volvió y lo miró. Cuando sus ojos se encontraron advirtió en ellos una firmeza de carácter que antes había pasado inadvertida.- Mi padre y mi madre se conocieron quince años antes de casarse. Mi madre me dijo cierta vez, que todos los que los conocían decían que sería un matrimonio perfecto. Tal como resultó, fue el peor. Yo lo sé. Estaba en medio.