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– Oiga, joven -dije, con la esperanza de apaciguarlo.

– Un momento, caballero -respondió, y otros cinco disparos dieron en el blanco.

– Bien hecho, señor -dijo el encargado, cuando todos los blancos estaban rotos-. Aquí tiene su premio.

Le dio las gracias al encargado con una inclinación de cabeza y el tipo se giró hacia mí.

– Aquí tiene, Watson -dijo Sherlock Holmes entregándome el osito de trapo.

15. En la línea de Brighton

– Holmes, esto es realmente excesivo -dije mientras subíamos al tren de Londres-. Su capacidad para disfrazarse es cada vez más extraordinaria.

– Sí, este ha sido bastante bueno -rió entre dientes mientras me conducía hacia un compartimento privado en el coche delantero-, pero no estaba seguro de hasta qué punto, hasta que vi cómo se quedaba completamente estupefacto al verme.

– Es asombroso. Y todo el tiempo que estuve sentado me preguntaba si el viejo marinero podía ser usted.

– No, Watson, cuando vea a un hombre cuyo garfio tiene la misma longitud que su mano, puede estar seguro de que no es parte del engaño de un disfraz.

– Pero, su edad… ¿Cómo consiguió parecer tan joven?

– Bueno, como puede ver, no dejé mucho de mí mismo a la vista. -Lo cual era bastante cierto, porque mientras hablaba, Holmes había empezado a quitarse capa tras capa de maquillaje, cera y rellenos de gasa que habían contribuido de una manera u otra a su j oven aspecto-. Y siento decir esto a un caballero de su avanzada edad, pero cualquiera que ande sin encorvarse da la impresión de ser joven.

– Me temo que eso es verdad -concedí-› y lo que es más, el disfraz engañó al resto.

– En realidad, no, Watson. Engañar a herr Kleppini era mi única preocupación. A la chica y al marinero los contraté.

– ¿Qué? ¿Entonces los comentarios del marinero, y las atenciones de la chica para conmigo…?

– No tema, viejo amigo. Sin duda hubiera sido inevitable que cautivara a la joven con sus encantos, incluso si yo no la hubiera empujado a ello. Y en cuanto al marinero, Wooden Jack, sí, toda su actuación fue idea mía. Era necesario que toda la escena fuera cuidadosamente orquestada de antemano. Y pienso que se desarrolló bastante bien, ¿no cree?

– Pero… yo… -En vano traté de encontrarle el sentido a lo que había pasado, pero no fui capaz de encontrarle ninguna lógica a lo que Holmes me estaba contando-. Tiene que explicármelo todo desde el principio -dije-. ¿Cómo consiguió llegar a Brighton antes que yo? Le vi caminar alejándose del andén, y el mío era el último tren de esta tarde. ¿Contrató un servicio especial?

– Podríamos decir que sí -respondió, frotándose con una gruesa toalla para quitarse los restos de maquillaje-. Bien, Watson, tenemos exactamente sesenta y siete minutos antes de llegar a Londres. Intentaré explicarle el asunto por completo en este tiempo. -Se palpó los bolsillos buscando su pipa, aunque aparentemente no había pensado en incluir una en su atuendo de viajante. Le ofrecí un puro-. Gracias -dijo, recostándose en su asiento-. Muy bien. Tal y como usted afirmó, Watson, se ha hecho necesario concluir esta investigación tan pronto como sea posible. He estado recibiendo un telegrama de lord O'Neill cada hora, en los que se me informaba de las recientes comunicaciones anglogermanas. Son de un sombrío tenor, Watson, muy sombrío, realmente. Es cuestión de aproximadamente un día que Houdini sea arrojado a los lobos, simplemente para calmar al Tribunal Supremo de Colonia.

– ¡Es terrible! -exclamé.

– Definitivamente -convino Holmes-. Y por ello se requería precipitar el curso de los hechos. Aunque con toda certeza hubiera descubierto todos los detalles del complot a mi manera, me hubiera llevado otros cuatro días. Me encontré con que no teníamos tanto tiempo.

– Eso está claro -dije-, pero no veo cómo nuestra hazaña en Brighton facilita llegar a una rápida conclusión del caso.

– Mi buen amigo, el caso estará resuelto por la mañana.

– ¡Por la mañana! Pero ¿cómo?

– Permítame -dijo, alargando la mano para bajar la persiana que separaba nuestro compartimento del pasillo-. Nos estamos adelantando. Volvamos a nuestra despedida en la estación de Victoria. Recuerda que me preguntó por qué estaba tan seguro de que las cartas de Gairstowe no se habían empleado todavía en el chantaje o escándalo que hubiera motivado su robo, ¿verdad? Esa fue una pregunta sensata, Watson. Respondí que lord O'Neill había descubierto una carta que desacreditaba las otras, y que escudaba al príncipe de cualquier juego sucio.

Recordé avergonzado como había dejado escapar esa información delante de Kleppini, ocasionando un daño indecible a los cuidadosos planes de Holmes.

– Lo siento muchísimo, Holmes, sé que he…

Holmes levantó la mano.

– Ni una palabra, Watson. Debe escuchar el final de esta historia. -Se frotó los últimos restos de maquillaje de su cara con un pañuelo de bolsillo-. Elegí responder a su pregunta hablándole de esta carta, y haciéndolo nos procuré una garantía suficiente en el caso de que no lográramos recuperar las cartas. De haber dicho la verdad, esta salvaguardia nos hubiera garantizado el tiempo que necesitábamos para conducir nuestra investigación adecuadamente. Pero, de hecho…

– ¿Mintió?

– Vergonzosamente. No existe tal carta en Gairstowe. Todos los documentos fueron robados, y estos podrían en cualquier momento traer la desgracia y la ruina sobre el futuro soberano de Inglaterra.

– ¡Es horrible! -exclamé-. Pero, en ese caso, ¿cuál era su propósito al decirme lo contrario?

– Que usted creyera que era cierto.

– Holmes, no dé rodeos. He sido engañado y merezco una explicación.

– Estoy intentando dársela -dijo tranquilamente-. Deseaba que creyera en la existencia de este documento para que se lo pudiera contar a Kleppini.

– Entonces… entonces… -Y, finalmente, empecé a percibir que había sido el objeto involuntario de una manipulación extremadamente artera-. ¿Cómo pudo saber que yo divulgaría esa información delante de Kleppini? No soy un chismoso por naturaleza.

– No, no lo es -admitió Holmes-. Pero desde el momento en que penetró en la caseta de Kleppini, cada una de las palabras que pronuncié yo, la chica y Wooden Jack, estaban calculadas para provocar su explosión.

– Usted… Entonces todas las humillaciones que he soportado fueron estratagemas suyas.

– Sí -dijo Holmes con una alegre risilla-. Debe perdonarme, pero es muy divertido. Supe que solo una afrenta extremadamente personal le empujaría a traicionar mi confidencia, y simplemente la vía de ofenderlo probó ser el mejor examen de su lealtad hacia mí. -Se hundió de nuevo en el asiento, riendo abiertamente-. Muy irónico, ¿no cree?

Lo observé fríamente en silencio durante un rato, sentía crecer la ira en mi interior mientras su ataque de risa iba amainando hasta convertirse en pequeños hipidos.

– Holmes -dije al fin-, no veo la gracia en todo esto. Ha despreciado mi lealtad hacia usted, ha maquinado una humillación pública, y lo que es más, parece encontrarlo increíblemente divertido.

– ¡Mi querido amigo!-exclamó Holmes, al darse cuenta por fin de que estaba profundamente ofendido-. Le ruego que me perdone. Di por hecho que lo entendería, una vez que viera…

– No entiendo nada -repliqué, atajando sus excusas-, excepto que mis sentimientos no son de su interés. No soy tanto un amigo como una pieza de ajedrez para usted, Holmes.

– Watson…

– Si quería que Kleppini supiera de esta nueva carta, podría simplemente haberme contado la verdad. Le hubiera seguido el juego igual que la chica o el marinero. Pero en lugar de ello, eligió hacer una burla de mis años de fiel acompañante.

– Watson, debe permitirme…

– ¡No quiero saber nada, Holmes!-grité, y le volví la espalda para controlar mi arrebato-. No intente explicarlo -dije después, con un enorme esfuerzo por serenarme-. Los hechos son lo suficientemente claros. Veo que nuestra asociación ya no le resulta útil, Holmes. Quizá sería mejor concluirla aquí.