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Rara vez han tenido mis palabras un efecto patente en Sherlock Holmes. No hubiera quedado más estupefacto si lo hubiera amenazado con arrojarlo del tren. La verdad, su sorpresa y su aparente remordimiento me provocaron una enorme satisfacción, pero por el momento me contenté con mirar estoicamente por la ventana de nuestro compartimento y abandonarlo a sus pensamientos.

No puedo decir cuánto tiempo estuvimos sentados en silencio, pero cuando Holmes volvió a hablar, su tono jocoso había sido completamente reemplazado por una seria convicción.

– Watson -dijo, sin mirarme a los ojos-, durante más de veinte años he tenido el orgullo de contar con su amistad, aunque en todo ese tiempo no recuerdo haber hecho demasiado para ganármela. Al tener yo mismo pocas emociones, tiendo a descuidar las de los demás, salvo como medio para alcanzar una conclusión lógica. Mi engaño de esta tarde era precisamente ese medio, Watson. Sí, es cierto que confié en la chica y en Wooden Jack, pero el peso de convencer a Kleppini de la existencia de la nueva carta no recaía en ellos, sino en usted. No es usted un actor, Watson. Requería que su convicción se alimentara de una creencia real. Fue por eso que lo engañé. Al hacerlo lo he herido profundamente. No puedo hacer nada más que ofrecerle mis excusas. Una vez que el caso esté resuelto y que conozca todas las consecuencias de lo que he hecho, estoy seguro de que me perdonará.

– ¿Significa que no merezco más explicación hasta entonces?

– No tengo ninguna explicación que darle. El caso no está resuelto todavía.

– Pero debe de tener una teoría.

– Es pura especulación. Como me ha oído decir a menudo, es un gran error teorizar y adelantarse a los hechos. Este caso es de una naturaleza tal, que no he tenido tiempo de reunir todos los hechos. Por consiguiente, he estado obligado a tomar las medidas que ha encontrado tan ofensivas.

– Pero ¿qué de bueno saldrá de esto? Debe contarme al menos eso.

– Muy bien -dijo con un suspiro-, intentaré explicárselo todo hasta el punto que he conseguido aclarar, pero tendrá que perdonarme cuando inevitablemente se demuestre que me equivoco.

– Lo tendré en mente para la posteridad -dije secamente.

– Estoy seguro de que lo hará -dijo Holmes-. Veamos, recuerda que cuando le pedí que viniera a Brighton era para comprobar si era posible o no que un sustituto hubiera ocupado el lugar de Kleppini en una de sus sesiones de espiritismo, dando al Kleppini real tiempo para regresar de Londres antes de que se le echara en falta. ¿No es así?

– Pero eso era un ardid para provocar que revelara la existencia de la carta de salvaguardia.

– En realidad, tenía ambos objetivos en mente. Y ahora que ha participado en una de las sesiones de Kleppini, ¿qué conclusión saca del hombre en sí mismo?

– Bien. -Recordé cuál había sido el supuesto propósito de mi viaje a Brighton-. No vi nada en la sesión que indicara ninguna habilidad o talento remarcables.

– Precisamente -convino Holmes.

– Aunque no lo vi practicar ningún truco de magia ni escapismo, su estilo difícilmente sustenta la noción de que sea un rival serio para Houdini.

– Coincido completamente. El hombre no es rival alguno para Houdini. Lo que me lleva a preguntarme cómo puede estar tan cerca de serlo para mí.

– ¿Qué quiere decir?

– El enigma que tenemos delante ha sido concebido cuidadosa y sutilmente. No me había enfrentado a una forma tan retorcida de pensar desde la muerte del profesor. No puedo creer que herr Kleppini haya sido capaz de semejante crimen.

– ¿Qué? ¿Entonces no cree que Kleppini sea el culpable?

– Oh, es culpable del robo, sin duda. Y puede que haya tomado parte en el asesinato. Pero Kleppini fue tan solo el agente del crimen, no el cerebro detrás de él. Hay alguien más trabajando, alguien mucho más inteligente que él. Una persona que ha llegado a conocer la rutina diaria en Gairstowe y las peculiares rarezas de nuestro nuevo conocido, Houdini. Nuestro hombre es capaz de planear el asalto a la cámara acorazada de Gairstowe y el brutal asesinato de la condesa Valenka. ¿Le hace recordar a herr Kleppini y su «lagarto moteado del destino»?

Estuve de acuerdo en que no.

– Así pues, hay alguien en la sombra, alguien que debemos atraer hacia la luz por medio de una serie de sucesos que acabamos de poner en marcha. Por la mañana lo tendremos.

– Eso ha dicho, pero todavía no veo cómo nuestro desastre de Brighton puede conducirnos a la captura del criminal.

– Lo hará, Watson, lo hará. Primero, tan pronto como lleguemos a Victoria, iré a la calle Baker y me desharé de estas ropas. Usted debe ir directamente a Scotland Yard. Allí le dirá a Houdini que Sherlock Holmes ha solicitado contar con el placer de su compañía.

– Pero está encerrado en una celda.

– No lo estará por mucho tiempo, a no ser que esté muy equivocado. Tome estas herramientas, aunque no creo que las vaya a necesitar.

– Pero Holmes… No lo ha visto. Ha sido minuciosamente atado y encadenado, ni siquiera él puede escapar de semejante confinamiento.

– ¿No dijo que podía?

– Sí, pero…

– Watson, Houdini puede ser un fanfarrón, pero no creo que sea de los frívolos.

Pensé en Houdini, indefenso, envuelto en acero y cuero, recé por que la confianza de Holmes no se viera defraudada.

– Suponga que Houdini es capaz de escapar -continué-, ¿entonces qué?

– Me encontraré con los dos a las puertas de Gairstowe House. Con la ayuda de Houdini podremos entrar en la cámara acorazada, tal y como Kleppini habría hecho la noche del crimen, y tal y como hará de nuevo esta noche.

– ¿De nuevo esta noche? ¿Qué quiere decir con eso?

– Usted mismo acaba de decirle a Kleppini que existe un documento que convierte en inútiles aquellos que robó. Ahora, mientras hablamos, está contactando con su misterioso patrón para comunicarle esta inquietante información. Solo les quedará un recurso. Tendrán que robar el documento para proteger su plan.

– Pero ese documento no existe.

– Ellos no lo saben.

– Entiendo -dije con admiración-. ¿Y cuándo irrumpan…?

– Los estaremos esperando.

– ¿Los capturaremos a los dos, a Kleppini y al cerebro del plan?

– Creo que el robo requerirá de ambos. Quizá ahora entienda por qué era necesario engañarlo como lo hice. Les estamos obligando a actuar, amigo mío. -Nuestro tren pasó con gran estruendo sobre el puente del ferrocarril poco antes de llegar a Victoria-. Hemos jugado nuestras últimas cartas. Así que, Watson -hablaba en voz baja, pero su ojos brillaban con luz propia-, ahora sí, que empiece el juego.

16. Houdini libre

No tuve grandes dificultades para conseguir que me dejaran entrar de nuevo en la prisión esa noche, tampoco el guardia fue reacio a dejarme sin vigilancia junto a la celda de Houdini.

– Ese tipo no va a ir a ninguna parte -dijo el guardia con una carcajada, y nos dejó solos en el vacío bloque de celdas.

Mirando a través de la pequeña ventana enrejada que había en la puerta de la celda de Houdini, me encontré con el mago, atado tan firmemente como siempre, y con una apariencia, si cabe, aún más desalentada y lastimosa que cuando lo dejé. Su rostro estaba cargado de aflicción, pero al verme, un débil destello de esperanza encendió sus tristes ojos. Era una pregunta silenciosa a la que contesté solo con el más escueto y mudo asentimiento. Inmediatamente, la cara de Houdini, y, de hecho, su propia figura a pesar de las trabas, parecieron brillar con energía, como si solo pensar en la libertad hubiera reavivado su indomable espíritu. Con un suspiro de agradecimiento, Houdini cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia atrás en profunda concentración, y allí comenzó entonces la más asombrosa secuencia de empeño humano que jamás haya presenciado.