– ¿Esperan problemas? -Houdini levantó las cejas.
– El revólver de Watson normalmente asume el protagonismo cuando el razonamiento deductivo no sirve -respondió Holmes, mientras nos guiaba a través del oscuro pasillo que llevaba hasta el estudio de lord O'Neill-. Ya estamos -dijo, e iluminó con la linterna la enorme puerta acorazada, que se encontraba ahora perfectamente cerrada-. Esta es la habitación de la que se supone ha robado los documentos, señor Houdini. Si todo va según lo planeado, los auténticos culpables tendrán que repetir el robo esta noche.
– ¿Debemos esperarlos aquí? -pregunté.
Holmes proyecto el haz de luz de la linterna a lo largo del austero corredor.
– Aquí no hay ningún lugar donde esconderse -dijo-. Si queremos sorprenderlos actuando, deberíamos esperarlos en el interior de la habitación. Esa es la razón por la que hemos invitado al señor Houdini. Ahora, si fuera tan amable de abrirnos la puerta acorazada…
Houdini miró la puerta con recelo y tocó con los dedos el primero de los tres complicados mecanismos de cierre.
– Lo siento -dijo-, pero no puedo hacerlo.
– Houdini -dijo Holmes, impaciente-, no hay tiempo para sus secretismos profesionales. Watson y yo guardaremos silencio.
– No lo entiende. No puedo hacerlo. No puedo entrar. Desearía poder ayudarle.
– ¿Qué? Pero en sus representaciones en el Savoy usted abría una puerta acorazada en un abrir y cerrar de ojos.
– Hay una diferencia crucial, Holmes. En el Savoy yo abro la caja fuerte desde dentro. Es una cosa bastante sencilla de hacer. Una caja fuerte está diseñada para impedir que los ladrones entren, pero no para que salgan. Una vez que se está dentro de la caja, es fácil llegar a los mecanismos de cierre. Pero desde fuera, los cerrojos están sellados con metal. No puedo alcanzarlos.
– Esto es un inconveniente importante -dijo Holmes.
– Pero Holmes -ofrecí-, no entiendo por qué es necesario que Houdini abra la puerta. ¿Por qué no llamamos simplemente a lord O'Neill y le pedimos que lo haga él?
– Porque no querría hacerlo -respondió Holmes tranquilamente.
– No lo entiendo. Pensé que había dado instrucciones al guardia para dejarnos pasar.
– Lord O'Neill no sabe que estamos aquí. Yo envié las instrucciones a Turks en su nombre.
Houdini se rió.
– Parece que los dos nos hemos excedido un poco en nuestros límites, ¿eh, Holmes? Quizá no sea tan listo como Watson le hace parecer.
Ansioso por prevenir la que sería sin duda una cáustica respuesta, desplegué el completo juego de herramientas de Holmes y se lo ofrecí a Houdini.
– ¿Crees que estas herramientas te ayudarían a abrir la cámara? Kleppini debe de haber usado un juego similar.
– No, amigo mío. Esas herramientas son inútiles. Son un juego para niños, estoy sorprendido de que un hombre de su inteligencia las lleve encima.
Le eché una mirada a Holmes, pero parecía no haber oído.
– Siento estropear el plan, pero no hay ninguna posibilidad de que yo consiga que entremos ahí. No es esto algo que yo admita a la ligera.
Al tiempo que Houdini hablaba, percibí un sutil cambio en el comportamiento de Sherlock Holmes. A pesar del aparente fracaso de su plan, recuperó la ligereza de ánimo que yo asociaba a sus momentos de revelación. Perdido en sus pensamientos, caminó hacia la puerta acorazada y recorrió con sus dedos el mecanismo.
– Por supuesto -murmuró-. Ingenioso. -Se volvió hacia nosotros-. Creo que tiene razón Houdini. Quizá no sea tan inteligente, después de todo. Ciertamente, no he demostrado ninguna habilidad particular, en esta investigación al menos. Atribuyo mi fracaso, al menos parcialmente, al excesivo apresuramiento dictado por las circunstancias. Pero ahora el asunto se ha aclarado.
– ¿Ha resuelto el caso, Holmes?
– Sé cómo se cometió el robo, Watson. Eso nos tendrá ocupados por el momento.
– ¿Sabe entonces cómo fue capaz Kleppini de entrar en la cámara acorazada cuando Houdini no puede hacerlo? -Me arrepentí de haberlo dicho de inmediato, porque Houdini me lanzó una mirada asesina.
– Sé cómo Kleppini entró en la cámara, sí.
– Mire, Holmes -dijo Houdini con vehemencia-, no sé a dónde quiere llegar con eso, pero no es posible que Kleppini pudiera abrir la puerta. Apostaría hasta mi último dólar.
– ¿Está seguro? Entonces ¿cómo robaron los documentos?
– Holmes, Houdini ha dicho repetidas veces que la puerta es impenetrable. Si un hombre con su destreza no puede encontrar la manera de entrar en la cámara, es seguro que Kleppini estará aún más lejos de conseguirlo -dije esto esperando tanto aplacar a Houdini como tirar de la lengua a Holmes. ¿Ha tenido alguna vez un doctor que atender dos vanidades tan sensibles?
– Y, sin embargo, los documentos han desaparecido -nos recordó Holmes.
Houdini resopló:
– Lo siguiente que nos dirá es que Kleppini se convirtió en ectoplasma y se filtró a través de la puerta. Escúpalo, Holmes. ¿Cómo se cometió el crimen?
– Usted mismo me ha dado la respuesta, señor Houdini. Dirijamos nuestras energías hacia el problema de nuevo. Veamos, es usted un mago de cierta reputación…
– El más grande del mundo -le corrigió Houdini tranquilamente.
– ¿De verdad? Me han llegado buenas referencias de T. Nelson Downs, el ilusionista de las monedas…
– Soy incuestionablemente el mejor mago y artista del escapismo del mundo.
– Bien. Entonces, el asunto que tenemos entre manos no debería suponerle ninguna dificultad. Suponga que desea crear la ilusión de que ha logrado entrar en la cámara, pero reconoce que la puerta es infranqueable. ¿Cómo lo haría?
– Me ocultaría en su interior mientras la puerta estuviera abierta. Y la abriría desde dentro una vez que la cámara fuera sellada.
– Justo.
– Holmes, ¿quiere decir que Kleppini estuvo en el interior de la habitación todo el tiempo? -La idea me pareció absurda-. ¿Incluso durante la entrevista de lord O'Neill con el príncipe?
– Precisamente.
Houdini y yo miramos fijamente la puerta de la cámara.
– Pero…
– Eso significaría…
– Así es. Si Kleppini se ha salido con la suya y ha repetido el crimen esta noche, ha de encontrarse en la habitación mientras nosotros hablamos.
– Pero no puede ser -bajé la voz instintivamente, de tal manera que si Kleppini hubiera estado presente, no me habría escuchado-. Kleppini no podría…
– No hay necesidad de que baje la voz, Watson. La cámara está completamente aislada y el sonido no penetra.
– Kleppini no puede estar en la cámara acorazada -volví a decir en un volumen de voz normal-. Lo dejamos en Brighton. Es inconcebible que haya podido llegar tomándonos tanta delantera, como quiera que sea que lograra colarse dentro.
– Mire, Holmes -Houdini continuó-, no conozco demasiado a lord O'Neill, pero tendría que ser muy simplón para tomar semejantes precauciones para proteger el estudio, y después pasar por alto a un hombre escondido en él.
– No obstante -dijo Holmes-, Kleppini está escondido en la habitación, y es solo cuestión de tiempo que la fuerce para salir.
– ¿Propone que simplemente esperemos hasta que lo haga?
– No veo que nos quede otra alternativa.
– ¡Esto es absurdo!-exclamó Houdini-. ¿De verdad quiere que esperemos aquí, quizá durante toda la noche, con la esperanza de que Kleppini se encuentre dentro? ¿Por qué no…?
– Harry -interrumpí con cuidado-. Estoy convencido de que la teoría de Holmes es correcta. Sugiero que sigamos su plan.
– Pero… De acuerdo, John. Si tú lo dices.
Aunque había conseguido calmar a Houdini, Sherlock Holmes observó nuestra aparente intimidad con una expresión de vago desconcierto y se quedó callado.