Holmes parecía de verdad afligido. Se había puesto mortalmente pálido. Rara vez había contemplado semejante trastorno en sus facciones.
– Watson -dijo, aclarándose la garganta con indecisión-, yo… Yo nunca me hubiera perdonado si le hubiera matado el disparo ahí mismo. Me he vuelto insensible al peligro, y lo que es peor, no me lo pienso a la hora de exponer su vida tan libremente como la mía. Quizá… -Apartó la vista de mí-. Quizá tuviera razón antes. Quizá sería mejor si nuestra asociación, al menos la profesional, se rompiese.
– Venga, Holmes -dije mientras trataba dolorosamente de incorporarme para sentarme-, lo que dije antes fue fruto de la ira. Solo fue uno de esos pequeños reproches sentimentales que a usted le encanta censurarme. Y en cuanto a los riesgos unidos a su profesión, siempre he sido consciente de ellos. Me gusta pensar que mi presencia en sus investigaciones reduce un poco esos peligros.
– Eso es completamente cierto en esta ocasión, Holmes -reconoció Houdini-. Nos hubiera podido matar a ambos de no ser por el doctor. Veo ahora por qué le es tan preciado.
– Inapreciable -corrigió Holmes bruscamente. En aquel momento lo perdoné por la humillación en Brighton.
– Verdaderamente, ahora, caballeros -dije-, es casi como si… ¡Dios mío! ¿Dónde está Kleppini?
– Se escabulló, claro. Por eso le dispararon.
– ¿Escaparon ambos? ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
– Solo un momento, pero… Watson. Espere. No está bien todavía. -Pero yo ya me encontraba bajando por el pasillo.
Aunque mis instintos como médico me decían que era posible que tuviera varias costillas rotas, me forcé, ignorando las punzadas de dolor en el pecho. Habíamos llegado demasiado lejos y había demasiado en juego para que mi debilidad lo frustrara todo.
El amanecer hacía desaparecer ya la niebla de la noche cuando bajaba apresuradamente por las escaleras de mármol hacia la puerta principal. Holmes y Houdini me pisaban los talones cuando alcancé el puesto de guardia.
– ¡Turks!-grité, e intenté dolorosamente recuperar el aliento- ¿Ha pasado alguien por aquí?
– ¿Quiere decir aparte de ustedes, caballeros?
– Sí, claro. Piense, hombre.
– Bueno, el personal de la mañana no ha llegado todavía, así que solo ha pasado el carro del lechero.
– ¡El carro del lechero!-exclamó Holmes-. Por supuesto. Eso debe de ser. ¿Qué camino tomaron?
– ¿Cómo? Calle arriba, como siempre.
Holmes corrió al centro de la calle y se arrojó al suelo para examinar el rastro.
– Ajá. Todavía podemos darles alcance. Tenemos dos caballos y ellos uno. Rápido. Nuestro coche está por aquí.
De un salto, se colocó sobre el pescante mientras que Houdini y yo nos subíamos al asiento trasero.
– Qué estúpido tan grande he sido. Debería haber pensado en el carro del lechero de inmediato. Eso explica esas huellas tan inusuales del estudio.
– ¿Cómo? -pregunté, pero Holmes restalló las riendas y fui arrojado contra el asiento trasero.
Holmes era un experto conductor de casi cualquier clase de vehículo tirado por caballos, y pronto nuestro pequeño coche alcanzó una velocidad que no habría soñado posible. La persecución nos condujo a lo largo de una calle estrecha y llena de curvas, haciendo que nuestro atropellado paso fuera aún más peligroso. En varias curvas, nuestro coche escoró tanto, que se puso sobre dos ruedas, pero en cada ocasión Houdini y yo conseguimos volcar nuestro peso en el lado opuesto, volviendo a nivelarnos de nuevo.
Continuamos nuestra estrepitosa marcha; las ramas de los árboles y los postes de las cercas pasaban a un ritmo vertiginoso, los estruendosos cascos de los caballos arrojaban una asfixiante nube de polvo, hasta que por fin giramos en una curva especialmente cerrada y vimos nuestra presa a poca distancia por delante.
Al percibir nuestra persecución, el conductor del carro del lechero azotó a los caballos para darles más velocidad, pero Holmes rápidamente acortaba la distancia entre ambos.
– ¡Casi los tenemos, Holmes! -gritó Houdini, emocionado-. Más rápido. Vaya más rápido.
Holmes le lanzó una seca mirada.
– Una lógica sólida -murmuró.
Según nos acercábamos, pudimos ver a dos hombres a bordo del carro del lechero. El conductor era Kleppini, y el segundo, un hombre de mayor tamaño, era el misterioso personaje que me había seguido a través de Oxford Circus. Ahora, como antes, ocultaba sus rasgos con un gran sombrero y una larga bufanda roja, haciendo imposible identificarlo incluso cuando nos encontrábamos a tan solo unos cuantos metros de ellos.
– ¡Paren!-gritó Holmes por encima del estruendo de los cascos de los caballos y el sonido metálico de las lecheras-. No nos obliguen a disparar al caballo.
Si los dos hombros le oyeron, no dieron ninguna respuesta. En su lugar, el de la bufanda roja gateó hasta la parte trasera del carro y agarró una de las grandes vasijas de leche. Estaba claro que su intención era arrojárnosla.
– ¡Cuidado, Holmes! -grité-. Hará tropezar a los caballos.
Holmes paró en seco, pero era demasiado tarde. La lechera fue lanzada directamente bajo los cascos de nuestros caballos. Estos se encabritaron violentamente, provocando que nuestro carro volcara sobre uno de sus costados en medio de un gran caos de maderas rotas y caballos nerviosos. Houdini y yo aterrizamos contra la maleza a un lado del camino. Holmes, aunque salió despedido hacia delante entre los caballos, evitó malherirse aferrándose al arnés cruzado de madera. Aunque salimos ilesos, la persecución había concluido. Para nuestra mayor frustración, pudimos ver a Kleppini diciendo adiós alegremente con su sombrero mientras el carro se perdía de vista rápidamente.
– ¿Está todo el mundo bien?-preguntó Holmes, frotándose en el costado donde, según supe después, se había roto también una costilla-. Watson, mejor que vea cómo están los caballos.
– Están bien, Holmes. Solo alterados, es todo.
– Pero el coche está destrozado -dijo Houdini-. Los dos ejes están rotos.
– Entonces tendremos que continuar la persecución a caballo.
– Pero seguramente los hayamos perdido ya a estas alturas.
– Sin duda, pero creo que sé adónde se dirigen. -Holmes se giró hacia el artista del escapismo-. Houdini, su Voisin está guardado en Ruggles, ¿no es así?
– ¿Cómo supo de él?
– Nuestros escurridizos amigos han estado haciendo uso de un modelo similar. Ahí es adonde se dirigen ahora, a no ser que esté completamente equivocado. Debemos desenganchar los caballos y tomar una ruta más directa campo a través. Así que, si están dispuestos, podríamos continuar nuestra persecución desde Ruggles.
– Menuda caza va a ser esta. -Se rió Houdini, frotándose las manos.
– ¿Pero qué es ese Ruggles?-pregunté mientras Holmes me ayudaba a montar uno de los caballos-. ¿Qué es un Voisin?
Los dos ignoraron mis preguntas
– Bien, ¿Houdini? -apremió Holmes, esperando para ayudar a Houdini a montar un caballo.
El joven norteamericano arrastró los pies incómodo.
– Uh… Yo nunca… Yo nunca he montado a caballo antes -admitió.
– Entonces estará en buenas manos al cuidado de Watson -dijo Holmes, mientras lo ayudaba a subir a mi espalda-. Simplemente piense en ello como en un ejercicio de levantamiento y equilibrio. Venga, Watson. No hay un momento que perder.
Holmes saltó a su vez sobre el lomo desnudo del otro caballo, un caballo blanco de batalla, y nos guió fuera del camino y a través de un grupo de árboles. Yo no sabía hacia dónde nos dirigíamos, pero tenía bastante de lo que ocuparme mientras atravesábamos por entre los árboles. Nos lanzamos al galope al llegar a un claro al otro lado, y Houdini demostró ser un jinete inestable, dado a repentinos e inoportunos cambios de posición que amenazaban con derribarnos a los dos. Yo mismo era bastante malo montando a pelo, por lo que mi nervioso pasajero y mis doloridas costillas hacían que todo fuera más difícil mientras trataba de mantener el ritmo de Holmes.