Hizo una pausa cuando el mayordomo entró empujando el carrito del té, y retomó su discurso una vez que este se retiró.
– Les he pedido a usted y al doctor Watson que vinieran esta mañana a Gairstowe para que nos puedan contar todos los detalles de la investigación. Hay varios puntos por aclarar.
– Sí -dijo el príncipe, ansioso-, tomemos un té mientras nos lo cuentan todo sobre este asunto. Debo decir que tengo un montón de interrogantes sobre el caso.
Sherlock Holmes se levantó de su silla con tanta buena voluntad como sus costillas escayoladas le permitieron. Tomando una taza de té del carrito, comenzó a caminar por la habitación con un estilo de lo más torpe, con la taza en una mano y un bastón en la otra.
– Holmes, ¿no sería mejor que se sentara? -pregunté porque sabía que la escayola de mis propias costillas hacía que caminar fuera un problema, incluso con bastón.
– No, Watson. Hemos estado encerrados durante días en nuestras habitaciones. Esta es nuestra primera excursión y pretendo estirar las piernas un poco. Así pues -se volvió hacia el príncipe-, creo que conocen la mayoría de los hechos. Deben decirme qué detalles específicos requieren clarificación.
– Bien, para empezar, he estado intrigado por la manera en la cual las cartas fueron robadas en realidad de esta habitación. Teníamos la impresión de que esa puerta era infranqueable.
– Lo es -respondió Holmes-. Watson y yo lo confirmamos con la fuente más autorizada. Pero tal y como sucedió, la puerta estaba abierta cuando el ladrón entró en la habitación.
– ¡Imposible! -exclamó lord O'Neill-. A no ser que la condesa…
– No, no fue la condesa -respondió Holmes, intentando sostener plato y bastón con una sola mano mientras se llevaba la taza a los labios-. Pensemos de nuevo en mi examen inicial de la habitación. Recordarán que me preocupaba el inverosímil conjunto de huellas encontradas detrás del escritorio. Su origen era también de particular interés para mí, ya que me encontré con que no podía situar el origen de ese barro.
– ¿Quiere decir que conoce cada charco de barro en Londres?-preguntó el príncipe-. No lo creo.
– Veo que su alteza ha paseado por el jardín de palacio esta mañana -dijo Holmes tranquilamente-. ¿Qué tal van las rosas?
– Touché -exclamó el príncipe, gesticulando con su cigarro-. Prosiga.
– Mientras examinaba estas huellas, hubo un momento en que lord O'Neill se mostró inquieto porque no había leche para el té.
El secretario rió avergonzado.
– Dios mío, vaya memoria tiene para los detalles. ¿No nos irá a decir que la leche tiene alguna relación con el robo? Es un detalle tan insignificante.
– Una vez fui capaz de resolver un asesinato midiendo a qué profundidad se había hundido el perejil en la mantequilla durante un caluroso día de verano. Después de aquello, difícilmente calificaría ningún detalle de insignificante.
– Entiendo su razonamiento -dijo lord O'Neill-, ¿pero cómo puede estar relacionada la falta de leche para el té con el robo?
– Me sorprendió el hecho de que pudiera haberse acabado a media mañana, cuando el personal de su cocina recibe un gran pedido a primera hora todos los días. Considerando que habían celebrado una recepción para el príncipe de Gales una noche antes, ese descuido parecía aún más improbable.
Habiendo conseguido beberse el té al tiempo que caminar con su bastón, Holmes intentaba ahora rellenar su pipa.
– Comencé a buscar posibles razones para esta escasez -retomó su discurso, ignorando el tabaco que iba cayendo a su paso-. Pero no se me ocurrió ninguna hasta mucho después, cuando perseguíamos el carro del reparto de leche en el que iban Franz y Kleppini.
– Me temo que aún no veo con claridad cómo se relaciona esto con el crimen -admití-. ¿Conducía Franz el carro durante el robo real?
– Es muy probable -respondió Holmes-. Vean. Se me ocurrió, mientras comenzamos a darles caza, que Kleppini pudo haber entrado en los terrenos de la propiedad escondido dentro de una de las lecheras. Los guardias están tan acostumbrados a recibir pedidos de leche, que sería improbable que abrieran las lecheras ellos mismos.
– ¿Y es por eso que lord O'Neill se quedó sin leche?
– Sí. En lugar de leche, recibió a Kleppini. Esto responde a otro de mis dilemas sobre el caso también. Está claro, que en algún momento, antes de llegar a las puertas de la propiedad, Franz y Kleppini tiraron toda la leche del recipiente al suelo, para que Kleppini pudiera meterse dentro. Habiendo hecho un charco de barro, aprovecharon la oportunidad para embarrar los zapatos que habían tomado del camerino de Houdini.
– ¡Y eso explica por qué no fue capaz de identificar el barro!-exclamó el príncipe-. Era una mezcla de tierra y leche, no era barro natural en absoluto.
– Precisamente.
– Así que Kleppini llegó aquí en un recipiente para la leche. ¿Cómo consiguió entrar en la cámara acorazada?
– Ah, al menos eso debería haber estado claro desde el principio, señor. La noche del robo, ustedes dos se encontraron con herr Osey y la condesa para negociar la compra de las cartas. Parece que Kleppini se encontraba ya en la habitación en ese momento.
– ¡Imposible! -exclamó lord O'Neill-. Nadie entró en la habitación, estaba cerrada antes de nuestra llegada.
– Antes comentó que se sirvió té.
– Sí, claro, pero…
– ¿Reconoció al mayordomo?
– No, era alguien que teníamos para la recepción, pero se marchó en seguida.
– No antes de dejarles un visitante.
– ¿Qué?
– Cuando el carrito del té entró, Kleppini estaba acurrucado en la bandeja inferior, escondido de su vista por la mantelería. Cuando el carrito pasó por detrás del sofá, Kleppini rápidamente salió y se escondió allí. Y allí permaneció hasta que los cuatro hubieron terminado con sus asuntos y abandonaron la habitación, encerrándolo dentro con las cartas.
– No puede ser, Holmes -insistió lord O'Neill-. Lo hubiéramos notado en caso de haber habido alguien más en la habitación.
– Es verdad -estuvo de acuerdo el príncipe-. Lo que cuenta es demasiado fantástico.
– ¿Lo es? -Escuchamos la incorpórea voz de Houdini-. ¿O es simplemente -se levantó desde detrás del sofá- difícil de creer?
Afortunadamente, había sido advertido de esta dramática entrada. Había estado presente mientras Holmes ensayaba el efecto con Houdini y el mayordomo. De aquella manera pude observar las expresiones de asombro del príncipe y de lord O'Neill cuando Houdini apareció entre ambos. Estaban completamente atónitos, pero mientras el secretario no se recuperaba, el príncipe lo hizo rápidamente y rompió en un agradecido aplauso.
– Me tomé la libertad de invitar al señor Houdini -dijo Holmes-, porque pensé que una demostración efectista de mi teoría podría ser apropiada.
– Señor Holmes, esto es altamente irregular -dijo lord O'Neill nerviosamente-. Hemos estado discutiendo asuntos extremadamente delicados.
– ¡Tonterías!-exclamó el príncipe con jovialidad, y se levantó de su asiento para estrechar la mano de Houdini-. Estamos profundamente en deuda con el señor Houdini por la feliz conclusión de este asunto. Me alegro de tener la oportunidad de expresarle mi agradecimiento personalmente.
– Estaré honrado si he sido de ayuda -dijo Houdini con pomposidad, y realizó una ligera reverencia.
– Vamos, ya es suficiente -dijo el príncipe afablemente-. Siéntese. Todo Londres está esperando su vuelta al escenario. Solo siento lo desagradable de la interrupción. Pero al menos consiguió superarlo con sus costillas enteras, ¿eh? -Nos sonrió alternativamente a Holmes y a mí-. Prosiga, señor Holmes, hemos visto cómo Kleppini accedió a la habitación, ¿cómo consiguió salir de nuevo?