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– Esto les resultará sorprendente, pero el señor Houdini nos ha explicado que por muy impenetrable que sea una caja fuerte desde el exterior, se abre fácilmente desde el interior.

– Así es -afirmó Houdini.

– Entonces -pregunté en voz alta-, ¿por qué contrató Franz a Kleppini? Seguramente Franz sabía bastante sobre cerraduras tras los años pasados con Houdini. Él podría haber abierto la cámara desde dentro. ¿Por qué no llevó a cabo sus planes él solo?

– Simplemente porque Franz era demasiado grande para poder ocultarse él mismo en la lechera o dentro del carrito para el té. Requería los servicios de un hombre mucho más pequeño. La conocida aversión que Kleppini sentía por Houdini lo convirtió en la lógica elección. -En aquel momento, Holmes había logrado encender su pipa, y lanzó una serie de anillos de humo hacia el techo-. De haber sido Franz más pequeño, quizá nunca hubiéramos resuelto el caso -admitió-, porque fue Kleppini quien envió la nota amenazando a Houdini y esa fue la razón de que abordáramos el caso. Fue Kleppini quien dejó esas huellas insostenibles aquí en el estudio, y fue a él a quien engañamos para repetir el crimen. Difícilmente se podría considerar como una feliz carrera criminal.

– Quizás no -dijo lord O'Neill, preocupado-, pero ¿qué se supone que debemos hacer con él ahora que lo tenemos? Es obvio que no podemos llevarlo ante un juez, imaginen si cuenta lo que sabe.

– El juez lo encontraría excepcionalmente poco interesante -le aseguró Holmes-. He interrogado celosamente a Kleppini, y a pesar de que escuchó parte de su discusión sobre los documentos, nunca supo qué eran.

– Entonces, nuestro secreto está a salvo -dijo el secretario, echando una mirada de incertidumbre a Houdini.

– Soy bueno guardando secretos -le dijo el mago-. Es necesario en mi profesión.

– Supongo que esto responde a mis preguntas, sobre el robo al menos -dijo el príncipe-. Kleppini fue introducido en la propiedad dentro de una lechera, entró en esta habitación en el carrito para el té, y mientras, todo el mundo pensaba que se encontraba en Brighton, gracias a ese aeroplano suyo. ¿Es así?

– Un admirable resumen, su alteza.

– Me halaga, señor Holmes. Pero dígame, ¿dónde entra Wilhemina en todo este asunto?

– ¿Quiere decir la condesa Valenka?

El príncipe asintió.

– El asesinato de la condesa es quizá el episodio más extraño de todo el asunto. Watson -Holmes se giró hacia mí-, cuando habló con la condesa en el Cleland, ¿hizo o dijo algo que pareciera inusual?

– Bien, apenas sé cómo responder a eso, Holmes. Prácticamente todo aquella tarde parecía inusual.

Holmes asintió.

– Y nada más llegar al hotel, ¿le dijo herr Osey que la condesa no se sentía bien?

– En realidad, hablé primero con la criada de la condesa. Fue ella la que me dijo que la condesa se encontraba enferma.

– Ah, sí, por supuesto. La criada. ¿Pero herr Osey se lo confirmó?

– Sí, se mostró extremadamente reacio a dejarme ver a la condesa.

– Así es -dijo Holmes-, así es. Pero al final, su cordial afabilidad triunfó. ¿Me equivoco?

– Fue algo así.

– Pero antes de que lo acompañaran a presencia de la condesa, ¿hubo algún otro retraso de algún tipo?

– Sí, se me pidió que esperase mientras herr Osey me anunciaba.

Holmes giró lentamente sobre su bastón.

– Watson, ¿no le pareció poco común que herr Osey tuviera acceso a la habitación de la condesa cuando usted mismo tenía tantos problemas para que le permitieran entrar? ¿Dónde estaba la criada? ¿Por qué permitió que ninguna visita viera a su señora en tal estado?

– Sí que resultó extraño, ahora que lo menciona.

– ¿Y estuvo la criada presente durante su entrevista con la condesa? ¿No? ¿Atendió a su señora o le mostró la salida? ¿No? ¿Qué pudo provocar que fuera tan negligente en sus tareas? La respuesta, creo, es que ella estaba muy ocupada en aquel momento haciéndose pasar por la propia condesa.

– ¿Qué! -exclamé-. No parece creíble, Holmes. ¿Quiere decir que nunca llegué a hablar con la condesa? ¿Que se trató todo el tiempo de la criada? No lo creo. El inglés de la chica no era en absoluto lo suficientemente bueno.

El príncipe se aclaró la garganta.

– Doctor Watson -dijo-, me temo que lo que dice el señor Holmes es indudablemente cierto. Es un engaño que la condesa practicaba a menudo. Su criada entretenía a las visitas, dejándola a ella libre para recorrer la ciudad. La chica fingía ignorar el inglés como parte de la farsa. Las dos mujeres se parecían mucho la una a la otra, y de jóvenes habían trabajado juntas como actrices en la misma compañía. Cuando la condesa se casó, tomó a su amiga como acompañante en sus viajes. Les divertía este pequeño juego que tenían con las visitas.

– Entonces, ¿dónde estaba la condesa mientras todo esto sucedía?

– Muerta.

– Holmes, simplemente no puede ser. Si la condesa estaba muerta ya cuando llegué al Cleland, ¿por qué intentaron herr Osey y la chica convencerme de que estaba viva? ¿Qué trataban de lograr? A no ser que ambos estuvieran implicados en el asesinato…

– No, no, Watson. No es eso en absoluto. Intentemos abordar el problema desde la perspectiva de herr Osey. Desde su punto de vista, la condesa simplemente no estaba, y no había estado durante un tiempo. Me temo que él sospechaba una cita, más que un asesinato. Por ello, cuando se presentó en el hotel pidiendo hablar con la condesa, herr Osey creyó que su reputación estaba en juego.

– Entonces, toda la farsa se escenificó para proteger el buen nombre de la condesa.

– Precisamente.

Pensé en mi sorpresa al encontrarme a herr Osey en el Cleland, y en la animada discusión que se produjo a continuación.

– Entonces era realmente un caballero, después de todo.

– Sí, lo es -convino el príncipe-, y sentía un profundo afecto por la condesa. Era una… una mujer muy seductora.

– Bien, es posible que sea cierto -dijo Holmes-, pero cualesquiera que hubieran sido una vez sus sentimientos hacia usted, su alteza, estaba decidida a vender sus cartas a una fuerza extranjera. Muy propio de una mujer, diría yo.

El hombre que pronto se convertiría en Jorge V miró fijamente y con tristeza la ceniza de su cigarro.

– Quiero creer que ella no lo habría llevado a cabo, y aun así… -dijo-, ¿quién la asesinó? ¿El ayudante de Houdini, el tal Franz?

– Sí. No tengo dudas de que planeó hacerlo desde el comienzo. Puso el cuerpo en el baúl de Houdini con la intención de incluir un asesinato a la lista de los supuestos crímenes de este.

– Perdonen que les interrumpa -dijo Houdini, de nuevo realizando una profunda reverencia en dirección al príncipe-, pero esta parte no tiene sentido. Puedo entender que Kleppini me guardara rencor todos estos años, pero ¿Franz? Fue siempre mi más leal seguidor. Bess y yo siempre lo tratamos como nuestro amigo más cercano. Ahora descubro que me quería ver en prisión, e incluso muerto. No lo entiendo, Holmes, ¿cuáles eran sus razones?

Holmes observó al norteamericano durante lo que me pareció un largo rato, evidentemente le daba vueltas en su cabeza a una difícil decisión.

– No le va a gustar lo que tengo que decir -dijo con voz entrecortada-. Tiene que ver con… su padre.

– ¿Mi padre? ¿Cómo?

– ¿Significa algo para usted el nombre de barón Rietzhoff de Budapest? ¿No? Lo más probable es que no. Ese era el nombre real de su ayudante.

– ¿Franz? ¿Un barón? Eso es ridículo. Su nombre era Franz Schultz. Provenía de una rica familia, pero no era barón. Y procedía de Stuttgart, no de Budapest.

– Sí, esa es la historia que nos contó al doctor Watson y a mí también. -Holmes miró hacia donde yo estaba-. Watson, ¿recuerda lo que dijo Franz cuando descubrimos el cuerpo de la condesa en el baúl de Houdini?