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Después desfilaron sucesivamente las tropas de los tres ejércitos al paso de la oca y con los Kaláshnikov bien apretados contra el pecho. Cuando cada arma acababa su turno, los escuadrones, o como se llamen, formaban para que sus jefes pasaran revista. Los chicos quedaron un poco decepcionados porque, en vez de hacerlo a pie, lo hacían parados en la parte de atrás de unas limusinas descapotables que avanzaban y retrocedían, ejecutando una ridícula danza entre ellos. La verdad es que tenían una apariencia poco marcial.

Por último, un enorme estruendo llenó la plaza: los tanques comenzaban la parada del armamento pesado mientras que los aviones de combate cortaban las nubes, dejando tras de sí una estela (cómo no) roja. La verdad es que si lo que pretendían con este despliegue era impresionar a los extranjeros, lo estaban consiguiendo plenamente. Nos mostraron todo tipo de cohetes, desde los chicos que iban montados de tres en tres en unos camiones hasta unos inmensos que debían medir cincuenta metros y que tenían todo el aspecto de ser cabezas nucleares, aunque no me atreví a preguntárselo a Luis. Quizás esta preparación para la guerra que les dan a los chicos en el colegio no sea tan inútil, después de todo.

Apabullada como estaba con todo este show, al principio no me di cuenta de que al embajador de Finlandia le debía de estar pasando algo. Empezó poniéndose color berenjena. Le pregunté si se sentía mal, pero me despachó de modo muy poco simpático, así que yo seguí mirando tranquilamente mi desfile. Al cabo de un rato empezó a temblar, sin embargo, esta vez ya no le quise preguntar nada por si acaso. Por último le sobrevinieron unas violentas convulsiones, así que avisé a Luis, que lo sujetó justo cuando iba a caerse redondo. Los servicios sanitarios se lo llevaron con los síntomas de lo que parecía un infarto y Luis se fue a acompañarlo mientras le suministraban los primeros auxilios. Volvió al cabo de algunos minutos, afortunadamente no había sido nada serio, sino un fallo técnico. Resulta que la fina gabardina del finlandés funcionaba como una estufa a pilas. Pero había fallado el mecanismo en aquel momento cruciaclass="underline" el hombre casi muere congelado por no dejar en mal lugar a su patria. Menos mal que ahora está bien, porque hubiese sido una muerte francamente ridícula. No sé de dónde había sacado tan original gabardina vanguardista, pero estoy por apostar que las pilas eran soviéticas…

De vuelta a casa nos metimos todos dentro de la chimenea que habíamos dejado encendida en la biblioteca para descongelarnos. Todavía me duelen los dedos de los pies y Dolores se queja de la garganta. No sé si no será una estrategia para no ir al colegio mañana, pero tendremos que andar con ojo para que nadie se resfríe.

Un poco más tarde, como hoy no había servicio (los días laborables se van a casa a las cinco y no trabajan ni sábados ni domingos ni, lógicamente, en las festividades revolucionarias), organizamos una comida casera con algunas latas de corned beef, queso, paté, galletitas y unas aceitunas, pero nos hacía falta algo caliente para quitarnos el frío de la Plaza Roja. Puesto que las niñas, abusando de sus galones, han delegado las labores de cocina en los chicos, ellos fueron los encargados de preparar unos huevos fritos con arroz, aunque Gervasio refunfuñó un buen rato sobre la desigualdad de los sexos en esta familia, como suele hacer. Ver a estos dos freír los huevos es un espectáculo. Para protegerse del aceite hirviendo usan guantes, abrigo y unos cascos de motorista que había en el garaje desde antes de que llegáramos. Los hemos hecho con una receta que aprendió Luis en el restaurante Zuazo de Valladolid (sorprendentemente, porque no suele ir pidiendo recetas por ahí) y que es uno de sus platos preferidos.

HUEVOS FRITOS A LA ZUAZO

Ingredientes

Huevos

aceite de oliva

PREPARACIÓN

En un recipiente de barro bastante hondo (increíblemente encontramos un par que no se habían roto en la mudanza) calentar tres dedos de aceite de oliva. Cuando el aceite esté muy caliente echar los huevos. Sacarlos en cuanto empiecen a dorarse. Así se consigue que tengan unas preciosas puntillas, como dicen los españoles, y que la yema quede líquida.

No hay nada más delicioso que un buen huevo frito. Sin embargo, me parece que es un manjar que podremos permitirnos pocas veces aquí en Moscú porque los huevos a la Zuazo requieren mucho aceite de oliva importado y con el de acá salen negros como el carbón. ¿Será el combustible de los tanques que vimos esta mañana?

– ¿Te puedes creer, Gervasio, que hasta el día de hoy amigos de nuestros padres que os visitaron en aquella época en Moscú te recuerdan haciendo huevos fritos con casco y guantes?

– Sí, aquello de un niño de once años friendo salchichas disfrazado de Ángel Nieto debía de parecerle muy divertido a todo el mundo. Ya podrían recordarme por mis estupendos huevos fritos, por ejemplo. Pero bueno, al menos puedo decir que he dejado huella por mi manera de cocinar, no como tú.

En realidad, ése fue el comienzo de mi afición a la cocina, forzado por las circunstancias y la opresión familiar. Aquellos conocimientos básicos me han sido bastante útiles en algunas épocas de mi vida, especialmente cuando he tenido que convivir largas temporadas con nuestras hermanas Mercedes y Dolores. Cuando ellas tenían veintitantos, su natural alergia a cualquier sartén, cacerola o artefacto diabólico similar llegó a tal punto de paroxismo que preferían no ingerir alimento alguno («Así tendremos mejor tipo este verano») a tener que acercarse a uno de ellos. Así que cocinaba yo. Qué remedio, era eso o sobrevivir a base de una equilibrada dieta de bonys y tigretones. Un mártir de la cocina es lo que soy. Y todavía hay gente que me pregunta por qué no me he casado.

EL DÍA DE LA MUJER DANZANTE

¡Me duelen terriblemente los pies! Dolores y yo acabamos de volver de un té en el Kremlin para celebrar el Día de la Mujer Trabajadora y nos hemos pasado toda la tarde ¡bailando! Era una recepción en el impresionante Salón de San Jorge sólo para mujeres, presidida al alimón por la esposa de Brezhnev y por Valentina Tereshkova, la primera mujer que viajó al espacio.

A la entrada del palacio había una gran aglomeración de las invitadas rusas que llegaban unas con bolsas de deporte, y otras con una simple bolsa de plástico o arpillera. Se sentaban en unos banquitos puestos allí al efecto para quitarse las pesadas botas de nieve y de las bolsas sacaban sus zapatos de fiesta. Se retocaban un poco y pasaban a los salones. A pesar de los años transcurridos, los salones del Kremlin siguen manteniendo la suntuosidad imperial de la época de los zares, con sus impresionantes y gigantescas arañas de cristal. Allí nos esperaba una fila de anfitrionas rusas a las que, exceptuando tres o cuatro, yo no había visto nunca. Había traído a Dolores para que me tradujera algo porque se le está dando bastante bien el idioma y la intérprete de la embajada estaba enferma, pero yo creo que esto la ha superado un poco. Comprendo que traducir «Presidenta del Comité para el Diálogo Interregional de Solidaridad y Cooperación entre Pueblos Amigos» no es lo más sencillo para una niña de quince años.

Nosotras llegamos temprano, y como no vi a ninguna embajadora conocida, nos fuimos hacia la larga mesa decorada con flores donde estaba la comida. Esta vez sólo había un buffet y no dos o tres, según las distintas categorías de los invitados, como es habitual en otras recepciones oficiales acá. En el país de la igualdad, unos son más iguales que otros. Algunas señoras (o camaradas o lo que fueran porque yo ya me hago un lío) se estaban sirviendo té de enormes samovares. Se trata de recipientes que en otra época eran de plata y ahora son del metal que cada uno pueda permitirse. En la parte superior se coloca la tetera con las hojas y muy poca agua para que se concentre la infusión, mientras que en la parte inferior unas brasas mantienen caliente el resto del agua para que cada uno la añada a su gusto. El té es la bebida nacional del país y se bebe durante todo el año, así haya cuarenta grados bajo o sobre cero, con muchísimo azúcar o, a veces, con mermelada y siempre en un vaso con soporte metálico. Es muy oscuro y fuerte de sabor. Una amable señora del Ministerio de Asuntos Exteriores, que hablaba algo de francés, nos explicó que en este país el té se cultiva principalmente en Georgia y Crimea, y que es una mezcla de variedades originarias de la India y de Ceilán. También añadió unas cuantas estadísticas sobre el espectacular incremento de la producción durante los últimos años.