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– De quinientas mil toneladas vamos a pasar pronto al millón que establece el plan. ¡Y con dos años de adelanto! -me informó, orgullosa-. El aumento se debe a la construcción de nuevas plantas de producción, mejoras en la logística y en la distribución. Esto es muy importante porque el té es la bebida preferida por los ciudadanos soviéticos. Lo toma el noventa y cinco por ciento de la población y el consumo medio es de tres tazas diarias -concluyó.

Parece que los funcionarios en cuanto están con un extranjero se ven en la obligación de colocar un anuncio publicitario sobre las bondades del régimen socialista.

En el buffet había además una gran cantidad de tartas con un baño blanco de aspecto sospechoso y unas frutas escarchadas que, a pesar de que nos encontrábamos en el Kremlin, no tenían un aspecto muy apetitoso. Para no quedar mal con las anfitrionas, y previendo la situación, yo, a propósito, no había almorzado a mediodía. De esta forma llego a las recepciones con un hambre horrorosa y no le hago ascos a la comida, por muy mala que esté. En estos países no hay peor desaire que no probar bocado, así que me puse un poco de kulich, que es una especie de panettone relleno de fruta y con un casquete en la parte superior en forma de champiñón. Debía de tener varias recepciones diplomáticas de antigüedad porque estaba seco como un pedazo de madera. Para poder digerirlo, le añadí una bola de helado, que es otra de las pasiones nacionales. Es impresionante, los rusos toman helados aunque los pingüinos se estén muriendo de frío. La verdad es que suelen ser bastante ricos en todas partes, si bien la variedad de sabores es limitada, como es lógico, en el país de la uniformidad, y se reduce a fresa, chocolate y vainilla, mucha vainilla. Dolores, por su parte, optó por la mousse de chocolate, pero cuando metió la cuchara para servirse ya no la pudo volver a sacar de lo dura que estaba, así que abandonó el intento.

Es la primera gran recepción para mujeres a la que asisto en la URSS y, como todavía no conozco bien las costumbres, por un momento aquello me pareció una fiesta de colegio. Después de los discursos protocolarios se situaron en un lado del inmenso salón las rusas y las mujeres de los países satélites, entre las que divisé a la Pasionaria, con esa gallardía española (que algunos llaman arrogancia) tan característica, a pesar de estar ya viejita. Al otro lado nos colocamos las embajadoras del resto de los países, un poco cohibidas. De repente empezó a tocar una orquestita que había en una de las esquinas y la señora de Brezhnev, una mujer pequeña pero fuerte, con un gran moño que casi parecía otra cabeza satélite, atravesó el espacio neutral entre los dos grupos, se acercó a nosotras y ¡sacó a bailar a Dolores! La agarró de la mano y de la cintura y empezaron a dar vueltas. La niña se moría de la risa y le tuve que hacer unos gestos amenazantes para que se comportara. Me imagino que ser elegida por la mujer del secretario general del Partido para abrir el baile se considerará un gran honor, pero la verdad es que los manuales de protocolo no nos preparan para situaciones como ésta. Siguiendo el ejemplo, otras rusas sacaron a bailar a las embajadoras y pronto el salón se llenó de damas que giraban y giraban y reían juntas aunque no se entendieran. Una buena forma de romper el hielo, no hay duda. A mí me tocó una gordita que bailaba admirablemente bien y que me llevaba en volandas a pesar de que yo era el doble de alta que ella. Parecía muy concentrada y me hacía todo el rato indicaciones en francés.

– Madame, la mano izquierda más alta. No baje tanto la barbilla. Sienta la música y déjese llevar -me decía.

Como en la vida no hay misterios, resultó que era la directora artística del Teatro Bolshói, la descubridora de grandes talentos del ballet ruso como Nuréiev o Maya Plisiétskaia. Por un momento parecía que hasta yo era un genio de la danza, una Margot Fontaine.

Después me sacó a bailar una ingeniera espacial muy agradable y bastante mona que ponderó mucho mi peinado y me preguntó discretamente si le podría conseguir laca francesa Elnett porque con la rusa queda el pelo todo pegoteado. Le prometí hacer lo posible. Ahora que hablamos de spray, lo que siento de veras es que acá consideren el desodorante un artículo burgués superfluo y no lo vendan en las tiendas porque, con todo el movimiento del baile, la ingeniera desprendía un importante olor a humanidad, cosa que también empezó a pasarle al resto del cuerpo de baile, hasta que el aire del salón se hizo realmente denso.

Como las mujeres somos como somos, pronto surgieron los pequeños celos entre las embajadoras. Que si tú ya has bailado dos veces con la mujer de Brezhnev y yo ninguna, que si Valentina Tereshkova no me saca a bailar, que yo con ésta no quiero bailar porque es muy fea y me pisa y ese tipo de cosas, pero en general lo pasamos en grande. Lástima que me haya puesto estos zapatos nuevos tan lindos pero incómodos porque tengo los pies en la miseria. Aunque, claro, ¿quién hubiera podido prever que aquello iba a ser thé dansant feminista? La verdad es que acabó siendo casi más divertido que un baile con hombres, que siempre bailan tan mal y encima lo hacen como si aquello fuera un sacrificio espantoso. En las fiestas deberían quedarse sentados hablando de sus cosas y dejarnos a las mujeres que nos arreglemos entre nosotras. Todavía me río sola recordando la escena, no obstante, me pregunto: ¿por qué a mí no me habrá pedido el teléfono aquella generala tan simpática de setenta y tantos años, repleta de medallas y dientes de plata y a la embajadora de Honduras sí?

NUEVOS INVITADOS

Tenemos nueva inquilina en casa. Hace unos días llegó Mónica, la hija de unos amigos de Madrid que de mayor quiere ser traductora. Para ella es una gran ocasión aprender ruso in situ y nosotros estamos felices con ella. Es encantadora y muy educada y así tenemos una sustituía para Mercedes, que nos abandona a menudo para hacer sus exámenes en Madrid. Menos mal que Dolores, Gervasio e Íñigo estudian por correspondencia y no tienen que viajar, porque son una gran compañía en esta ciudad en la que no hay mucho que hacer. Mónica tiene una edad entre Gervasio y Dolores y, aunque en estos años las diferencias son importantes, se lleva muy bien con todos. Bueno, con todos no. Íñigo, un poco celoso de haber perdido su papel de estrella de la casa, le tiene declarada la guerra. El otro día, sin ir más lejos, la encerró con llave en la despensa y apagó la luz.

Cuando le pregunté por ella, al cabo de un par de horas, puso la típica cara de inocente y no tuve más remedio que darle un buen tirón de orejas para que confesara. Increíblemente, cuando sacamos a la pobre Mónica de su mazmorra tenía una sonrisa de oreja a oreja y salió corriendo a jugar con los chicos. Se me pone el pelo blanco de pensar en qué estado me habrían sacado a mí. Además de mi claustrofobia natural, me moriría de miedo pensando en las ratas, nuestras inmundas invitadas involuntarias. Bueno, en ellas y en nuestra otra invitada misteriosa…

A pesar de todas las clases de veneno que hemos puesto, nuestras amigas las ratas se resisten a abandonarnos y cada día hay más. Mercedes pisó una la semana pasada, cuando bajaba a oscuras por la escalera de la cocina, y casi le da un ataque. Teniendo en cuenta la calidad de los productos soviéticos, estoy empezando a pensar que los raticidas que estamos utilizando deben de ser en realidad algún tipo de complejo vitamínico, porque cada día están más grandes y lustrosas. En la despensa han hecho estragos y, aunque intentamos poner los alimentos en recipientes metálicos, siguen dándose grandes banquetes. El mes pasado nos estábamos quedando sin existencias porque el envío de la empresa de venta por correspondencia de Dinamarca se había retrasado y no quedaba casi nada de lo que les gusta a los chicos. Entonces Íñigo, no sé si por hacer la gracia o por su glotonería congénita, empezó a comerse un paquete de galletas que por el otro extremo estaba todo mordisqueado por esos bichos inmundos. Tuve que llevarlo volando a ponerle la vacuna contra la rabia. Su madre me va a matar. Ya es la segunda vez que se la tengo que poner porque hace unos años, pasando un fin de semana con nosotros en Biarritz, lo mordió en un moflete un cachorro de león que llevaba un fotógrafo como reclamo. La próxima vez no sé con qué animal se va a topar este niño.