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Mary asintió.

—Hace años.

—El viejo George C. Scott tiene un estudio de la corporación RAND en la Sala de Guerra. Pare la imagen la próxima vez que la vea en DVD. El estudio se titula Objetivos Mundiales en Megamuertes. Eso es más o menos lo que teníamos que hacer. Pero la Guerra Fría se terminó, profesora Vaughan, y ahora estamos ante algo increíblemente positivo. —Hizo una pausa. —Verá, a pesar de sus raíces militares, RAND hizo montones de estudios positivos. Uno de nuestros estudios se llamaba Planetas habitables para el hombre; trataba de la probabilidad de encontrar planetas similares a la tierra en algún lugar de la galaxia. Stephen Dole lo puso en marcha en 1964, justo cuando yo empezaba en la RAND. Pero, incluso entonces, en los días de gloria de nuestro programa espacial, muy pocos se tomaban en serio que tendríamos acceso a otro mundo parecido a la Tierra mientras viviéramos. Pero si ese portal vuelve a abrirse, lo tendremos. Y queremos que el contacto se produzca de la manera más positiva posible. Cuando se inaugure la primera embajada neanderthal…

—¡Una embajada neanderthal! —exclamó Mary.

—Estamos pensando a largo plazo, profesora Vaughan. De eso trata Sinergia: no sólo de lo mejor de ambos mundos, sino de hacer algo que sea más que la suma de las partes. Va a ser la leche. Y la queremos a usted para ese viaje.

5

Ponter y Daklar caminaban por la plaza, charlando. Montones de niños correteaban, jugando, persiguiéndose, divirtiéndose.

—Siempre he querido preguntárselo a un hombre —dijo Daklar—. ¿Echas de menos a tus hijas cuando Dos están separados?

Un niño pequeño (un 148) corrió delante de ellos, capturando un triángulo volador. Ponter nunca lamentaba haber tenido dos hijas, pero a veces deseaba haber tenido también un hijo.

—Por supuesto —contestó—. Pienso en ellas constantemente.

—Jasmel y Mega son unas chicas maravillosas —dijo Daklar.

—Tenía entendido que Jasmel y tú os enfadasteis mientras yo estuve fuera.

Daklar se rió sin alegría.

—Oh, sí, desde luego. Ella habló en favor de Adikor en el dooslarm basadlarm, y yo era la acusadora. Pero no soy tonta, Ponter. Obviamente, yo estaba equivocada y ella tenía razón.

—¿Entonces las cosas vuelven a marchar bien entre vosotras?

—Tardará algún tiempo —dijo Daklar—. Ya sabes cómo es Jasmel. Testaruda como una estalactita, agarrándose a pesar de que todo intenta hacerla caer.

Ponter se echó a reír. Conocía muy bien a Jasmel… y parecía que Daklar la conocía también.

—Puede ser difícil —dijo.

—Acaba de cumplir 225 meses —dijo Daklar—. Claro que es difícil. Yo era igual a su edad. —Hizo una pausa— Las muchachas están sometidas a un montón de presión, ya sabes. Se espera de ella que tome dos compañeros antes del invierno. Sé que Tryon se convertirá probablemente en su hombre-compañero, pero todavía está buscando una mujer-compañera.

—No tendrá ningún problema —dijo Ponter—. Es un buen partido.

Daklar sonrió.

—Sí que lo es. Tiene las mejores cualidades de Klast y… —De nuevo hizo una pausa, quizá preguntándose si estaba siendo demasiado directa. —Y las tuyas también.

Pero Ponter se sintió halagado por la observación.

—Cuando Klast murió, Jasmel y Mega estuvieron muy tristes. Megameg era demasiado joven para comprender realmente lo que había pasado, pero Jasmel… Es difícil para una muchacha no tener madre.

Guardó silencio, y Ponter se preguntó si estaba esperando a que él le dijera que Jasmel había tenido una sustituta excelente. Ponter estaba empezando a pensar que eso era probablemente cierto, pero no sabía qué decir.

—He intentado ser una buena tabant —continuó Daklar—, pero no es lo mismo que tener una madre que las cuide. Una vez más, Ponter no estuvo seguro de cuál era la respuesta adecuada.

—No —dijo por fin— Imagino que no.

—Sé que era imposible que pudieran haber ido a vivir con Adikor y contigo —dijo Daklar—. Dos niñas en el Borde…

—No —reconoció Ponter—. Eso habría sido imposible.

—¿Te…? —Daklar se calló, y miró de nuevo la hierba recién cortada que cubría la plaza. —¿Te molestó que yo acabara cuidando de ellas?

Ponter se encogió un poco de hombros.

—Eras la mujer-compañera de Klast. Era lógico que ella te nombrara tabant.

Daklar ladeó levemente la cabeza. Habló en voz baja.

—No es eso lo que preguntaba.

Ponter cerró los ojos y resopló.

—No, no lo era. Sí, supongo que me molestó… perdóname por decirlo así. Quiero decir, yo soy su padre, su pariente genético. Tú…

Daklar esperó a que continuara, pero cuando quedó claro que no iba a hacerlo, acabó su frase por él.

—No era de su sangre —dijo—. No eran mis hijas, y sin embargo acabé cuidando de ellas.

Ponter no dijo nada; no había ninguna respuesta amable.

—No importa —dijo Daklar, tocando el brazo de Ponter durante un latido. —Es normal que te sientas de esa forma. Es natural.

Varios gansos pasaron volando y algunos zorzales posados en la hierba echaron a volar cuando los dos se acercaron.

—Quiero mucho a mis hijas —dijo Ponter.

—Yo también las quiero —dijo Daklar—. Sé que no son mías, pero he vivido con ellas toda su vida y, bueno, las amo como si lo fueran.

Ponter dejó de caminar y miró a Daklar. Nunca había reflexionado sobre ese tipo de relación; siempre había dado por sentado que los hijos de otra persona eran un poco molestos… desde luego Dab, el hijo de Adikor, era un pillastre. En una familia normal, Daklar hubiese tenido hijos propios. Una hija o un hijo de la generación 148 todavía viviría con su madre y la mujer-compañera de ésta, y una hija de la generación 147 estaría también en casa, aunque se emparejara con un hombre-compañero y una mujer-compañera propios al cabo de varios meses.

—Pareces sorprendido —dijo Daklar—. Yo quiero a Jasmel y a Mega.

—Bueno, yo… supongo que nunca lo había pensado. Daklar sonrió.

—Así que ya ves, tenemos mucho en común. Los dos amábamos a la misma mujer. Y los dos amamos a las mismas niñas.

Ponter y Daklar decidieron empezar viendo una obra que se representaba en un anfiteatro al aire libre. A Ponter siempre le había gustado el teatro en vivo y aquella obra era una de sus favoritas: Wamlar y Kolapa, una pieza histórica sobre un cazador varón y una recolectora hembra. Aquel tipo de obra sólo se representaba cuando Dos se convertían en Uno y actores y actrices podían trabajar juntos. El argumento dependía de todo tipo de giros y quiebros imposibles en la moderna era del Acompañante: gente que se perdía, o que no podía comunicarse a distancia, otros que no podían demostrar que habían estado en un lugar concreto en un momento específico, y conflictos de intereses.

Ponter descubrió que su rodilla se apretaba contra la de Daklar, mientras permanecían sentados cruzados de piernas, uno al lado del otro, en el anfiteatro.

Si que era una buena obra.

La pequeña Megameg, que estaba jugando con unos amigos, pareció encantada de ver a su padre y cruzó corriendo el patio para salir a su encuentro.

—Hola, cariño—, dijo Ponter, alzándola en brazos.

—¡Hola, papá! —Miró a Daklar y dijo, en un tono que Ponter consideró igualmente cálido—: ¡Hola, Daklar!

Ponter sintió un leve retortijón. Esperaba que la niña demostrara una preferencia obvia por él, su padre biológico, en vez de por su tutora legal. Pero se le pasó rápidamente. Su hija menor, lo sabía, tenía amor de sobra para repartir. La abrazó de nuevo y la soltó.

—¡Mirad lo que sé hacer! —dijo la niña. Corrió unos cuantos pasos y dio una voltereta hacia atrás.