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—¿Bien? ¿Bien?

—Sé quién cometió la violación de Qaiscr —dijo Ponter simplemente—, y posiblemente también la tuya.

Mary, absolutamente anonadada, se desplomó contra el asiento.

—¿Quién?

—Tu colaborador… no puedo decir bien su nombre completo. Es algo así como «Cor-nu-luus».

—¿Cornelius? ¿Cornelius Ruskin? No, eso es una locura.

—¿Por qué? ¿Hay algo en su aspecto físico que contradiga tus recuerdos de aquella noche?

Mary estaba todavía acalorada y resoplaba por haber gritado.

Pero toda la furia desapareció de su voz, sustituida por el asombro.

—Bueno, no. Quiero decir, sí, Cornelius tiene los ojos azules… pero también los tiene mucha gente. Y Cornelius no fuma.

—Si que fuma. — dijo Ponter.

—Nunca lo has visto hacerlo.

—Olía a tabaco cuando nos vimos.

—Puede que estuviera en uno de los pubs del campus y se le pegó el olor.

—No. Estaba en su aliento, aunque aparentemente había intentado ocultarlo con algún producto químico.

Mary frunció el ceño. Conocía a unos cuantos fumadores secretos.

—Yo no olí nada.

Ponter no contestó.

—Además —dijo Mary—, Cornelius no nos haría daño a mí ni a Qaiser. Quiero decir, somos compañeros de trabajo y…

Mary guardó silencio. Ponter finalmente la instó a continuar.

—¿Sí?

—Bueno, yo nos considero compañeros de trabajo. Pero él… era sólo docente temporal. Tenía un doctorado… en Oxford, por el amor de Dios. Pero lo único que podía conseguir eran clases temporales, sustituciones, no a tiempo completo, y desde luego no la plaza. Pero Qaiser y yo…

—¿Sí? —repitió Ponter.

—Bueno, yo soy mujer, y Qaiser realmente ganó la lotería cuando salieron los nombramientos a las plazas en ciencias. Es mujer y pertenece a una minoría visible. Dicen que la violación no es un crimen sexuaclass="underline" es un crimen de violencia, de poder y Cornelius consideraba claramente que no tenía ninguno.

—También tenía acceso a las muestras del frigorífico —dijo Ponter—, y como genetista seguramente sospechaba lo que una mujer con su misma formación podría hacer en tales circunstancias. Sabía cómo buscar y destruir cualquier prueba.

—Dios mío —dijo Mary—. Pero… no. No. Todo es circunstancial.

—Todo era circunstancial —dijo Ponter— hasta que examiné las pruebas físicas de la violación de Qaiser… bien guardadas en la comisaría de policía, donde Ruskin no puede alcanzarlas. Lo olí cuando nos vimos en el pasillo ante tu laboratorio, y su olor, su marca, está en esas muestras.

—¿Estás seguro? —preguntó Mary—. ¿Estás absolutamente seguro?

—Nunca olvido un olor.

—Dios mío. ¿Qué deberíamos hacer?

—Podríamos decírselo al controlador Hobbes.

—Sí, pero…

—¿Qué?

—Bueno, esto no es tu mundo —dijo Mary—. No se puede exigir que nadie presente una coartada. No hay nada en lo que dices que pudiera permitir a la policía pedirle una muestra de ADN a Ruskin.

De repente, ya no era «Cornelius».

—Pero yo podría declarar sobre su olor…

Mary negó con la cabeza.

—No hay ningún precedente para aceptar esa afirmación, ni siquiera como pista. Y aunque Hobbes aceptara lo que dices, no podría ni llamar a Ruskin para interrogarlo.

—Este mundo… —dijo Ponter, sacudiendo la cabeza con disgusto.

—¿Estás absolutamente seguro? ¿No hay en tu mente ni la sombra de una duda?

—¿La sombra de…? Ah, comprendo. Sí, estoy absolutamente seguro.

—¿No sólo más allá de la duda razonable? —preguntó Mary—. ¿Sino más allá de toda duda?

—No tengo ningún tipo de duda.

—¿Ninguna?

—Sé que vuestras narices son pequeñas, pero mi capacidad no es especial. Todos los miembros de mi especie, y de muchas otras especies, pueden hacerla.

Mary reflexionó al respecto. Desde luego, los perros podían distinguir a las personas por su olor. En realidad no había ningún motivo para pensar que Ponter estuviera equivocado.

—¿Qué podemos hacer?

Ponter permaneció en silencio un buen rato. Finalmente, en voz baja, dijo:

—Me dijiste que el motivo por el que no denunciaste la violación fue porque temías cómo te trataría vuestro sistema judicial.

—¿Y? —replicó Mary.

—No pretendo ofenderte. Sólo quería asegurarme de que me entendías correctamente. ¿Qué os sucedería a ti o a tu amiga Qaiser si hubiera una investigación pública?

—Bueno, aunque la prueba del ADN fuera admisible (y puede que no lo fuera) el abogado de Ruskin intentaría demostrar que Qaiser y yo habíamos consentido.

—No deberíais pasar por eso —dijo Ponter—. Nadie debería hacerlo.

—Pero si no hacemos algo, Ruskin volverá a golpear.

—No. No lo hará.

—Ponter, no hay nada que puedas hacer.

—Por favor, llévame a la universidad.

—Ponter, no. No, no lo haré.

—Si no lo haces, iré caminando.

—Ni siquiera sabes dónde está.

—Hak sí.

—Ponter, esto es una locura. ¡No puedes matado!

Ponter se tocó el hombro, por encima de la herida de bala.

—La gente de este mundo se mata entre sí constantemente.

—No, Ponter. No te dejaré.

—Debo impedir que vuelva a violar —dijo Ponter.

—Pero…

— Y aunque pudieras detenerme hoy, o mañana, no podrás interceder siempre. En algún momento, podré eludirte, regresar al campus y eliminar este problema. —Fijó en ella sus ojos dorados—. La única cuestión es si esto sucederá antes de que vuelva a violar. ¿De verdad quieres retrasarme?

Mary cerró los ojos un momento y prestó oídos con más fuerza que nunca por si oía la voz de Dios, por si Él iba a intervenir. Pero no sucedió nada.

—No puedo dejar que hagas esto, Ponter. No puedo dejar que mates a nadie a sangre fría. Ni siquiera a él.

—Hay que detenerlo.

—Prométeme —dijo Mary—. Prométeme que no lo harás.

—¿Por qué te preocupa tanto? No merece vivir.

Mary inspiró profundamente y dejó escapar el aire muy despacio.

—Ponter, sé que piensas que soy una tonta cuando hablo de la otra vida. Pero si lo matas, tu alma será castigada. Y si te dejo matado, mi alma será castigada también. Ruskin ya me hizo probar el infierno. No quiero pasar allí toda la eternidad.

Ponter frunció el ceño.

—Quiero hacer esto por ti.

—Esto no. Matar no.

—Muy bien —dijo Pontcr por fin—. Muy bien. No lo mataré…

—¿Lo prometes? ¿Lo juras?

—Lo prometo —dijo Ponter. Y, después de un momento, añadió—: Cartílagos.

Mary asintió; era el único tipo de imprecación de Ponter. Pero entonces sacudió la cabeza.

—Hay una posibilidad que no has tenido en cuenta —dijo por fin.

—¿Cuál?

—Que Qaiser y Cornelius tuvieran sexo consentido antes de que ella fuera violada por otra persona. No sería la primera vez que un hombre y una mujer que trabajan juntos tienen un lío en la oficina.

—No lo sé —dijo Ponter.

—Confía en mí. Sucede continuamente. ¿Y no dejaría eso el olor de él en… bueno, en las bragas de ella y todo eso?

Bliip.

—Bragas —dijo Mary—. La, mm, ropa interior. Lo que viste en la bolsa de muestras.

—Sí. Lo que sugieres es posible.

—Tenemos que estar seguros —dijo Mary—. Tenemos que estar absolutamente seguros.

—Podrías preguntárselo a Qaiscr.

—No me lo dirá.

—¿Por qué no? Creí que erais amigas.

—Lo somos. Pero Qaiser está casada… unida a otro hombre. Y, confía en mí: eso sucede también continuamente.