– Hemos buscado alguna relación entre todos aquellos que están amenazados. Nada, por el momento.
– Si hay un sembrador, existe un vector. ¿De qué se sirve? ¿Han encontrado huellas de ungüento sobre las puertas vírgenes? ¿Sobre las cerraduras?
– No lo hemos buscado. ¿Para qué serviría un vector, puesto que estrangula?
– Supongo que, en su lógica, no se siente un asesino. Si quisiese matar directamente, lo haría sin necesidad de hacer intervenir toda esta historia de la peste. Se sirve de una plaga intermedia que se interpone entre él y aquellos que abate. Es la peste la que mata, no él.
– De ahí los anuncios.
– Sí. Pone en escena la peste de manera ostensible y la designa como única responsable de lo que va a producirse. Y le hace falta un vector, necesariamente.
– Las pulgas -propuso Adamsberg-. A mi adjunto le han picado pulgas en casa de la víctima, ayer.
– Dios santo, ¿pulgas? ¿Había pulgas en casa de ese muerto?
Marc se levantó bruscamente con los puños hundidos en los bolsillos de su pantalón.
– ¿Qué pulgas? -preguntó nerviosamente-. ¿Pulgas de gato?
– No sé nada. He mandado llevar la ropa al laboratorio.
– Si se trata de pulgas de gato o de perro, no hay nada que temer -dijo Marc yendo y viniendo a lo largo de la mesa-. Son incompetentes. Pero si se trata de pulgas de rata, si el tipo ha infectado verdaderamente pulgas de rata y las ha soltado por ahí, Dios santo, es la catástrofe.
– ¿Son verdaderamente peligrosas?
Marc contempló a Adamsberg como si éste le hubiese preguntado su opinión sobre los osos polares.
– Llamo al laboratorio -dijo Adamsberg.
Se separó para telefonear y Marc hizo un signo a Lucien para que hiciese menos ruido al recoger los platos.
– Sí, eso es -decía Adamsberg-. ¿Han terminado? ¿Qué nombre dice? Deletréelo, por Dios.
Sobre su cuaderno, Adamsberg había formado una «n», después una «o» y tenía dificultades para continuar. Marc le tomó el lápiz de las manos y completó la palabra comenzada: Nosopsyllus fasciatus. Después añadió un punto de interrogación, Adamsberg asintió.
– Ya está. Tengo el nombre -dijo al entomólogo.
Marc había escrito a continuación: ¿portadoras del bacilo?
– Llévelas a bacteriología -añadió Adamsberg-. Búsqueda del bacilo de la peste. Pídales que se pongan a toda máquina, ya tengo un hombre con picaduras. Y que no se les pierdan en el laboratorio, por piedad. Sí, en el mismo número. Toda la noche.
Adamsberg se guardó el móvil en el bolsillo interior.
– Había dos pulgas en la ropa de mi adjunto. No eran pulgas de hombre. Eran unas…
– Nosopsyllus fasciatus, pulgas de rata -dijo Marc.
– En el sobre que encontré en casa del muerto había otra, muerta. De la misma especie.
– Es así como las introduce.
– Sí -dijo Adamsberg caminando también él-. Abre el sobre y libera las pulgas en el piso. Pero yo no creo que esas malditas pulgas estén infectadas. Creo que permanece siempre en una dimensión simbólica.
– Sin embargo lleva el símbolo hasta conseguir pulgas de rata. No es tan fácil procurárselas.
– Yo creo que está presumiendo, por eso mata él mismo. Sabe que las pulgas no podrán matarlo.
– Eso no es seguro. Debería recuperar todas las pulgas que se pasean por la casa de Laurion.
– Y ¿cómo hago?
– Lo más simple es entrar en el piso con una o dos cobayas y soltarlas durante cinco minutos por allí. Recogerán todo lo que haya. Las introduce rápidamente en una bolsa y se las lleva a su laboratorio. Inmediatamente después, desinfección del lugar. No deje suelta a la cobaya demasiado tiempo. Una vez que han picado, esas pulgas tienen tendencia a irse de nuevo de paseo. Hay que atraparlas mientras almuerzan.
– Bueno -dijo Adamsberg anotando la estrategia-. Gracias por su ayuda, Vandoosler.
– Dos cosas más todavía -dijo Marc acompañándolo a la puerta-. Sepa que su sembrador de peste no es tan buen pestólogo como cree. Su erudición tiene límites.
– ¿Se equivoca?
– Sí.
– ¿En qué?
– El carbón, la Muerte negra. Es una imagen, una confusión de palabras. Pestis atra significa «muerte horrible» y no «muerte negra». Los cuerpos de los apestados nunca han sido negros. Algunas manchas azuladas por aquí y por allá y basta. Es un mito tardío, un error popular y generalizado. Todo el mundo lo cree pero es falso. Cuando su hombre tizna con carbón el cuerpo, se equivoca. Comete incluso una tremenda metedura de pata.
– Ah -dijo Adamsberg.
– Conserve la cabeza fría, comisario -dijo Lucien saliendo de la habitación-. Marc es un puntilloso, como todos los medievalistas. Se pierde en los detalles y pasa junto a lo esencial.
– Que es…
– Pues la violencia, comisario. La violencia del hombre.
Marc sonrió y se hizo a un lado para dejar salir a Lucien.
– ¿Qué hace su amigo? -preguntó Adamsberg.
– Su profesión principal es irritar a la gente pero no le pagan por ello. Ejerce esta actividad benévolamente. En segundo lugar es un especialista en historia contemporánea, en la Gran Guerra. Tenemos graves conflictos de periodos.
– Ah, bien. ¿Y la segunda cosa que quería decirme?
– ¿Está buscando a un tipo cuyas iniciales sean CLT?
– Es una pista seria.
– Déjela. CLT es la abreviación del famoso electuario de los tres adverbios, simplemente.
– ¿Perdón?
– Prácticamente todos los tratados de peste lo citan como el mejor de los consejos: Cito, longe fugeas et tarde redeas. Es decir: «Huye rápido, largo tiempo y tarda en volver». En otros términos, lárgate a toda velocidad y por una larga temporada. Es el célebre «remedio de los tres adverbios»: «Rápido, lejos, largo tiempo». En latín: Cito, longe, tarde. CLT.
– ¿Puede anotármelo? -preguntó Adamsberg tendiéndole su cuaderno.
Marc garabateó unas líneas.
– «CLT» es un consejo que su asesino da a la gente al mismo tiempo que los protege con un cuatro -dijo Marc devolviéndole su cuaderno.
– Hubiese preferido unas iniciales -dijo Adamsberg.
– Lo entiendo. ¿Puede tenerme al corriente sobre las pulgas?
– ¿La investigación le interesa tanto como para eso?
– No es ésa la cuestión -dijo Marc sonriendo-. Pero quizás usted transporte Nosopsyllus. En cuyo caso, quizás yo también tenga. Y también los otros.
– Ya veo.
– Ése es otro remedio contra la peste. Bloquéalas pronto y lávate bien. BLB.
Al salir, Adamsberg se cruzó con el gigante rubio y lo detuvo para hacerle una única pregunta.