Frente a tal alternativa, permítannos arrojar la duda sobre la impecable demostración de nuestros servicios de policía retrocediendo ochenta años en el tiempo. París ha borrado de su memoria la historia de la última peste. Sin embargo, la última epidemia que golpeó la capital no se remonta más que a 1920. La tercera pandemia de la peste salió de China en 1894, causando la muerte de doce millones de personas, y afectó a Europa occidental a través de todos sus puertos, Lisboa, Oporto, Hamburgo, Barcelona… y París, por medio de una chalana proveniente de El Havre que vació sus bodegas sobre los muelles de Levallois. Como en el resto de Europa, la enfermedad duró afortunadamente poco tiempo y se extinguió en pocos años. Afectó sin embargo a noventa y seis personas, principalmente en los barrios norte y este, de entre los traperos que vivían en barracas insalubres. El contagio se deslizó incluso intramuros, causando una veintena de víctimas en el corazón de la ciudad.
Durante el tiempo que duró esta epidemia, el gobierno francés la mantuvo en secreto. Las poblaciones expuestas fueron vacunadas sin que se informase a la prensa del verdadero objeto de estas medidas excepcionales. El servicio de epidemias de la jefatura de policía, en una serie de notas internas, insistió en la necesidad de ocultar la enfermedad a la población, nombrándola púdicamente «la enfermedad n.° 9». Así leemos de la pluma del secretario general en 1920: «Un cierto número de casos de la enfermedad n.° 9 ha sido señalado en Saint-Ouen, en Clichy, en Levallois-Perret y en los distritos 19 y 20 (…). Llamo la atención sobre el carácter estrictamente confidencial de esta nota y sobre la necesidad de no sembrar la alarma en la población». Una filtración permitió al diario L’Humanité revelar la verdad en su edición del 3 de diciembre de 1920: «El senado ha consagrado su sesión de ayer a la enfermedad n.° 9. ¿Qué es la enfermedad n.° 9? A las tres y media, sabíamos, por M. Gaudin de Villaine, que se trata de la peste…».
Sin querer acusar a los representantes de la policía de falsificar los hechos para enmascarar la realidad, hoy como ayer, esta pequeña nota de historia recuerda útilmente a los ciudadanos que el Estado tiene sus verdades que la verdad no conoce y que desde siempre ha sabido manejar el arte de la disimulación.