Llegué a París con esta única idea: anunciarle que era su hermanastra, llorar mi desgracia y hacerme aceptar. El Damas cayó como una pera madura en dos días. Me recibió con los brazos abiertos, e incluso lloró un poco, y cuando supo que también tenía un hermanastro, peor aún. Comía de mi mano, un verdadero imbécil. Nuestro plan del ADN iba sobre ruedas para Antoine y para mí. Una vez que hubiéramos tenido los dos tercios de la fortuna lo habría plantado allí mismo. No me gusta demasiado esa clase de tipo que se pasea enseñando musculitos y que llora por un sí y por un no. Algo más tarde comprendí que Damas estaba pirado. Como me comía de la mano y necesitaba apoyo, me contó todo su plan de pirado, su venganza, su peste, sus pulgas y todo el rollo. Yo estaba al corriente de todos los pequeños detalles, me hablaba de ello durante horas. Los nombres de los tipos que había localizado, las direcciones, todo. No me creí ni un minuto que sus pulgas idiotas fuesen a matar a nadie. Automáticamente cambié de planes, póngase en mi lugar. ¿Por qué conformamos con los dos tercios si podíamos tenerlo todo? En cuanto a Damas, él tenía el nombre y eso es muchísimo. Y nosotros, nada. Lo mejor era que Damas quería ante todo no tocar la pasta de su padre, decía que estaba maldita, podrida. Entre paréntesis, tuve la impresión de que tampoco él se lo había pasado muy bien de pequeño.