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– Veo que estás lista. Eso me gusta. No me sienta muy bien tener que esperar a que una mujer se empolve la nariz -dijo Jared, guiñándole un ojo.

Ya en el restaurante, Cathy se sintió muy relajada en compañía de Jared. Ella tomaba un margarita mientras que Jared se deleitaba con un whisky escocés como si se estuviera muriendo de sed. Se lo terminó de un trago y pidió otro.

– He tenido un día algo duro -dijo, a modo de explicación.

– ¿De verdad? Yo he tenido un día maravilloso -le confesó-. He solucionado un problema y ya no llevo el peso del mundo sobre los hombros. Para decirlo más claro, ya no me importa.

Jared dejó el vaso encima de la mesa.

– Háblame de tu día. Cuéntame en qué trabajas exactamente.

Ella lo miró profundamente y, de repente, sintió que deseaba que él lo supiese todo sobre Cathy Bissette.

– Yo trabajo como editora para Harbor House Publishing. Me acaban de nombrar editora del señor Helm. No te impresiones demasiado. No es más que un nombre lleno de gloria. En realidad, es un hombre insufrible. Tuvo las agallas de llamarme a mi casa una noche y esperaba que me creyera que acababan de darle el alta en el hospital y que por eso me llamaba tan tarde. No parece tener ninguna consideración por nadie. Me dijo que no iba a hacer ningún cambio en su manuscrito. Bueno, te explico. Yo estaba convencida de que la novela no era lo suficientemente buena, que había perdido el espíritu de su estilo y no quería engañar a los lectores. De algún modo, se despistó un poco en este libro en particular. Yo me mostré muy objetiva, al menos eso creí yo, cuando le hice mis sugerencias. A la mañana siguiente, me envió un jardín completo de flores junto con dos revisiones de las que yo le había sugerido. Lo más extraño era que decía que aceptaba todas mis sugerencias. Sin embargo, tenía que enviar un manuscrito a los dos días, pero todavía no lo ha hecho. Me temo que no va a entregar la novela. Si el señor Helm decide irse con otra editorial, Harbor House Publishing iría a la quiebra. Las novelas de Teak Helm han estado manteniendo la editorial a flote. Mucha gente se quedaría sin trabajo y algunos de ellos son demasiado mayores como para encontrar otro, a pesar de que todavía no están en edad de jubilarse. Sería su fin -añadió en un hilo de voz. Tomó un trago de su bebida, deseando no haber hablado tanto.

– Parece que no aprecias mucho al señor Helm. ¿Por qué aceptaste el trabajo? Además, ¿qué te hace dudar de su afirmación de que acababa de salir del hospital?

– No conozco al señor Helm. Solo he hablado con él una vez. Hemos estado en contacto a través de sus secretarias y del correo. Es el hombre más aislado y cerrado que he tenido la suerte de no conocer -bromeó-. No creo que haya estado en el hospital porque ningún médico daría el alta a una persona que tosiera y estornudara del modo en que lo hacía él por teléfono. Parecía muy enfermo. Supongo que lo que no comprendo es por qué un hombre tan famoso como Teak Helm necesita tanta intimidad. Es casi como si se estuviera escondiendo. Tal vez tenga miedo de la gente. No sé cuál es su problema y en estos momentos no me importa.

– ¿Y cuál es el problema del que te has deshecho hoy? -le preguntó él en un tono casi íntimo.

– Me he librado de Teak Helm -respondió Cathy. Estaba bebiendo ya su segundo margarita. Tenía que andar con cuidado porque ya se estaba empezando a sentir algo mareada-. Verás Mi padre me envió -añadió. ¿Por qué la miraba Jared con tanta intensidad?- me envió un viejo libro, escrito hace muchos años por Lefty Rudder. ¿Te dijo mi padre que Lefty solía ser uno de sus mejores amigos? Bueno, lo leí anoche y no te lo vas a creer, pero el señor Helm ha plagiado una aventura completa de las páginas del libro de Lefty Rudder, Gitano del mar.

Esperó expectante para ver cuál era el comentario de Jared y, cuando lo escuchó, se desilusionó mucho con su respuesta.

– Esa es una acusación muy seria, Cathy. ¿A quién más se lo has dicho? -le preguntó él con una gran intensidad en la mirada.

– El señor Denuvue está fuera de la ciudad, pero se lo contaré mañana cuando regrese.

– ¿Siempre tratas el buen nombre de un hombre tan a la ligera, Cathy?

– Claro que no. Le envié una carta, tal y como me pidió su secretaria. El señor Helm me contestó diciéndome que estaba equivocada. Ahí se acabó todo.

Cathy se arrepintió de habérselo dicho. Se sentía muy incómoda bajo aquella mirada tan penetrante.

– Mira -prosiguió-. Mi lealtad está con mi editorial.

Cathy se puso a agitar los brazos en el aire. Cuando los dejó encima de la mesa, se sintió perdida en la mirada de Jared y, como siempre, empezó a comportarse con torpeza y tiró su bebida. Con prisa, trató de enjugar el líquido con la servilleta.

Una amarga sonrisa apareció en el rostro de él.

– Confío en que puedas ocuparte del asunto con tu peculiar estilo -comentó mirando significativamente el mantel. ¡Había vuelto a hacerlo!

La cena se desarrolló en silencio. Cathy mantuvo los ojos bajos mientras cenaba, respondiendo solo cuando Jared le hacía alguna pregunta. Sabía que se estaba comportando de un modo muy infantil, pero no podía enfrentarse a su mirada, temerosa de que dejara traslucir de algún modo sus sentimientos.

Oyó que Jared suspiraba. Estaba harto de su actitud. Ella estaba segura de ello.

– Mírame, Cathy -le ordenó. Obediente, levantó la cabeza y miró al hombre que estaba sentado al otro lado de la mesa-. ¿Qué pasa? ¿Por qué no te puedes divertir cuando estás en mi compañía?

– Me siento muy incómoda contigo. No es algo malo, sino la sensación de que, de un modo u otro, vas a Lo que quiero decir es que soy muy consciente de tu presencia y de lo que me haces sentir. No te mentiré. No soy tan sofisticada como tu secretaria o las otras mujeres con las que hayas podido estar o estés. Esos sentimientos me resultan tan ajenos. He salido con otros hombres y estuve a punto de comprometerme antes del verano, pero cambié de opinión. Él no era la persona con la que yo quería pasar el resto de mi vida.

– ¿Y con qué clase de hombre te gustaría pasar el resto de tu vida? -preguntó él con una sonrisa.

– Tal vez con alguien como tú, pero solo después de que te conozca mejor -contestó ella con total sinceridad.

– Creo que este momento es tan bueno como cualquier otro para que me conozcas mejor -dijo Jared poniéndose de pie-. Voy a llevarte a dar un paseo por el parque en un coche de caballos. ¿Te gustaría?

– Me encantaría, Jared. Llevo dos años viviendo en Nueva York, dos años, y todavía no me he montado en uno de esos carruajes. ¡Qué maravilloso que se te haya ocurrido! -añadió poniéndose de pie, mientras él le retiraba la silla.

– Tengo una confesión que hacerte. Yo vengo a Nueva York al menos cuatro veces al año y tampoco lo he hecho nunca.

Era una noche de verano digna de mantenerla en la memoria. El aire llevaba ya matices del otoño y el cielo era negro como el terciopelo. Había un cierto ambiente de celebración, y las personas que paseaban por la calle parecían envueltas en la conspiración de una noche romántica.

Jared detuvo un taxi y le dio al conductor instrucciones para que los llevara al parque. Entonces, se recostó en el asiento, muy cerca de Cathy. Ella pudo aspirar su aroma y sentir la presión de sus hombros contra los de ella.

Como dos niños, fueron corriendo desde el taxi hasta la calesa. Jared la ayudó a subir al carruaje y, cuando el cochero tiró de las riendas, el caballo echó a andar. Ambos se acomodaron en el asiento.

Central Park mostró toda su magia aquella noche mientras paseaban por los senderos a un ritmo muy lento. Cuando Jared le rodeó los hombros con el brazo, como si aquello fuera lo más natural del mundo, Cathy conoció la felicidad de estar con el hombre que amaba.