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– Es cierto -dijo ella-. Me dijiste en Swan Quarter que te gustaba mucho leer a Teak Helm. Y también que habías leído todas las novelas de Lefty Rudder. Dijiste que preferías a Helm, ¿no?

– Sí. Sus novelas me resultan muy emotivas. Casi me imagino a mí mismo en algunas de las escenas. Para mí, sus personajes están muy vivos.

– Me pregunto lo que habrías dicho si hubieras leído las galeradas de su última novela antes de que yo hiciera las correcciones. ¿Crees que te habrías percatado, como lector y fan incondicional, la misma falta de espíritu que yo noté?

Jared apartó los ojos de la carretera y miró a Cathy durante un breve momento, antes de volver a concentrarse en el tráfico.

– Creo que sí. Últimamente soy un lector muy crítico. No estoy seguro de si eso es bueno o malo. ¿Qué te parece a ti?

– Creo que es bueno, Jared. Cuando un lector hace eso, significa que el autor ha conseguido lo que buscaba. La emoción sea buena o mala, es siempre buena. No hay dos personas que lean o miren nada bajo la misma perspectiva. ¿Entiendes lo que te digo?

– Claro. Dime. ¿Ha llegado ya el manuscrito del señor Helm? Ayer dijiste que todavía no lo había hecho.

– Me temo que no.

Cathy impidió que la conversación siguiera por aquellos derroteros pidiéndole a él que estuviera atento a la entrada a Central Park. Jared se distrajo de la conversación y se centró en la carretera. Ella lo observó de soslayo. El gesto que tenía en el rostro la intrigaba mucho. ¿En qué estaría pensando? ¿Por qué tenía que ser un enigma para ella? Tenía que sentir algo, por pequeño que fuera

Cuando volvió a hablar, no fue su tono lo que la sorprendió, sino las palabras y el modo de preguntar, casi como si conociera la respuesta.

– ¿Qué tal te ha ido el día?

– Ha sido algo difícil -replicó Cathy con brevedad. Entonces, recordó su decisión de no decirle a Jared nada sobre su decisión de marcharse a Swan Quarter ni sobre su despido. No quería dar explicaciones, ni siquiera al hombre que amaba. Sabía, en el fondo de su corazón, que él tendría algo inteligente y sensato que decirle. Pero, aunque no se burlara de ella con palabras, lo haría con la expresión de su rostro.

– No parece muy positivo -dijo con frialdad.

Cathy no comprendió. ¿Qué había querido decir con aquellas palabras? Era imposible que lo supiera. ¿Cómo iba a saberlo? Sintió ciertos remordimientos, pero decidió que no tenía por qué sentirse culpable al no decirle la verdad.

Jared aparcó el coche y apagó el motor. Entonces, se volvió para mirarla.

– No has contestado a mi pregunta.

– No sabía que me hubieras preguntado nada -dijo Cathy, algo cohibida por su habitual tono de sorna-. Lo único que recuerdo es que dijiste que no parecía muy positivo.

– Sí, eso fue lo que dije, pero cualquiera hubiera hecho algún comentario a una frase como esa.

– Yo no soy como el resto de la gente -replicó ella, mientras salía del coche.

– En eso tienes razón -comentó Jared bajándose también a su vez-. Te encuentro muy refrescante, Cathy. Creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que no he conocido nunca a nadie como tú.

– Yo tampoco he conocido nunca a nadie como tú. Algún día, Jared, me gustaría saber lo te hace vibrar -dijo sin poder evitarlo.

El roce de su brazo, mientras caminaban juntos, le resultaba muy familiar. Cathy saboreó aquella sensación. Le encantaba. ¿Se daría cuenta? ¿Le importaría? ¿Cómo podía una persona amar tanto a otra y sobrevivir por no verse correspondida?

El concierto fue muy largo, pero maravilloso. Ella disfrutó cada segundo y sintió que se hubiera terminado. Jared también parecía haberse dejado llevar por la música. La había agarrado la mano y, de vez en cuando, se la apretaba como si quisiera demostrarle que todavía seguía a su lado. No trató de acercarse a ella, ni de abrazarla ni mucho menos de besarla, como hacían las otras parejas en la oscuridad. Cathy se sintió muy resentida por tanto distanciamiento. No sabía lo que pensar.

Jared aparcó el coche en doble fila delante de su apartamento. Ella le entregó la llave y él abrió con destreza la puerta.

– Buenas noches, Cathy -le dijo con suavidad, dándole la llave-. ¿Te gustaría ir a ver una obra en Broadway mañana por la noche? Mi hermano me ha dado dos entradas y pensé que te gustaría.

– Me encantaría. Gracias por invitarme.

– De nada, Cathy. Me gusta mucho tu compañía Bueno, te recogeré a las siete y media.

– Estaré lista. Buenas noches, Jared -dijo ella, mirándolo con expresión ferviente a los ojos.

Deseaba que al menos le diera un beso en la mejilla, pero él sonrió y se marchó sin decir nada más.

Cathy pasó una noche muy inquieta. Unos sueños muy intranquilos la invadían una y otra vez. En ellos aparecía un hombre alto y fuerte, que la perseguía por la orilla del río. Por la constitución, se parecía mucho a Jared, pero su rostro era un enigma. Llevaba en la mano un libro.

Se despertó con la frente empapada de sudor. No sabía interpretar los sueños, pero sabía que el hombre que la perseguía era una mezcla de Jared y Teak Helm, los dos hombres que habían puesto su mundo patas arriba.

Tras abrir la ventana del dormitorio, empezó a hacer la cama sin dejar de pensar en la noche anterior. ¿Por qué no la habría besado Jared? ¿Cuál era el motivo de tanta formalidad? ¿Es que estaba tratando de abotagarle los sentidos hasta comunicarle una cierta sensación de seguridad para que, cuando estuviera desprevenida, pudiera lanzarse sobre ella? Eso era lo que hacían siempre los hombres, sobre todo en las películas.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero, aquella vez, no pudo contenerlas. ¿Quién podía ver si tenía los ojos rojos o hinchados? Nadie.

Cathy se preparó un ligero desayuno, pero por desgracia, quemó el bollito en el tostador y el té estaba muy flojo. Vaya desayuno Se sonó la nariz con un pañuelo de papel y se sentó en uno de los taburetes de la cocina. ¿Qué iba a hacer para pasar el día? No estaba engañando a nadie, tan solo a sí misma. Al cabo de una hora, tendría todas sus cosas en una caja de cartón y estaría de camino. ¿Por qué las dudas? Por Jared, por supuesto y porque, secretamente, había esperado que Teak Helm se pusiera en contacto con ella. Cuando el teléfono estuviera desconectado, aquella esperanza se terminaría. Sabía que no iba a llamar de todos modos, así que no importaba. Walter Denuvue se lo había dejado muy claro. Tan claro que, de hecho, le parecía que las palabras todavía le resonaban en los oídos.

¿Qué hacer? Podía ir a las Torres Gemelas para echar un último vistazo a Nueva York. ¿Por qué no? Se vistió y salió a la calle. Se sentía como si acudiera a algo muy importante. La gente no importaba. Saludaba con la cabeza a algunas y sonreía a otras.

Cathy pagó la entrada y esperó al siguiente ascensor. Le pareció que aquel edificio era una estupenda obra de ingeniería. Debería sentirse impresionada, pero no era así. Cuando llegó al mirador, con mucho cuidado miró por la ventana. Aquella era la última vez que veía Nueva York. ¿Se marchaba dejándose algo allí? ¿Qué le había dado Nueva York a ella? ¿Qué se llevaba de vuelta a Swan Quarter? Decidió que las respuestas indicaban un empate. No se le había dado nada ni se llevaba nada. Era libre de marcharse. Libre para volver a casa.

El tiempo que tardó en bajar le pareció una eternidad. Sentía una gran impaciencia por regresar a su apartamento, por lo que, a pesar de que sabía que no se lo podía permitir, paró un taxi.

Cuando llegó, su apartamento le parecía el mismo. No había mensajes para ella ni correo. El teléfono estaba en un completo silencio. Se sentía perdida, olvidada.

Para comer, se preparó unas rebanadas de pan tostado con queso y un zumo de manzana. Se obligó a comer, a pesar de que el pan tostado se le pegaba al paladar. El queso no le apetecía, por lo que lo dejó en el plato hasta que empezó a resecarse.