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Los días fueron convirtiéndose en semanas y las semanas en meses hasta que se fue acercando la Navidad. También era la fecha prevista la publicación del libro de Teak Helm. ¿Estaría ya en las tiendas? Cathy se puso el abrigo y se dirigió hacia la furgoneta con el fiel Bismarc, como siempre a su lado.

– Puedes venir conmigo -le dijo al ver que el animal no dejaba de ladrar-, así que deja de hacer tanto ruido. Me estás dando un terrible dolor de cabeza.

Cathy aparcó el coche y salió corriendo hacia la librería. Allí lo vio en el escaparate: Gitano del Mar III. Cathy frunció el ceño. Aquel era el nombre del yate de Jared. Decidió que no iba a comprar el libro Ni hablar Lo miró durante un momento, con ojos deseosos. A continuación, necesitó toda la voluntad que pudo conseguir para alejarse del escaparate.

De repente, Bismarc le dio en la pierna, como si quisiera que se diera prisa.

– ¿Qué te pasa? Ah, ya veo. Está empezando a nevar. Venga, vamos. Nos iremos al barco y, si la nieve cuaja, jugaremos después con ella.

Dueña y perro se sentaron al lado del ojo de buey, observando atentos el milagro de la nieve.

– Mañana, lo primero que haremos será dar un paseo. Vamos, Bismarc, ha llegado la hora de metemos en la cama.

Presurosa, Cathy se puso las botas y una pesada chaqueta de borreguillo y abrió la puerta para que el perro pudiera salir. El animal salió corriendo como si hubiera una bolsa de galletas al final del muelle.

Echaron a correr los dos juntos. Ella reía y el perro ladraba de felicidad. Bismarc la empujó y la hizo caer en la nieve. Entonces, empezó a tirar bolas de nieve a su mascota, que parecía creer que las tenía que atrapar para llevárselas a su ama. Por supuesto, la nieve se le deshacía en la boca y Cathy le tiraba otra para delirio del perro.

– ¿Cuándo vas a hacer un muñeco de nieve? -le preguntó una voz.

Atónita, ella se sentó en la nieve.

– ¡Jared! -exclamó muy sorprendida-. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has llegado? ¿Vas a quedarte? ¿Por qué me estás mirando de ese modo? Debo de estar hecha un asco -comentó mientras trataba de recomponer su atuendo-. ¿Te gustaría venir conmigo a casa para tomar una taza de café?

– Deja de hablar, Cathy. Mira, te he traído un regalo -le dijo entregándole un paquete-. Quiero que lo abras ahora.

Sin saber a qué se debía aquello, Cathy desató la cinta y retiró el papel de regalo.

– Es el libro de Teak Helm, Gitano del mar III -dijo. De repente, sintió cómo el color le desaparecía de la cara. Los labios empezaron a temblarle-. ¿Cómo has podido ser tan cruel? ¿Cómo has podido?

Tiró el libro a Jared y empezó a correr como si la estuviera persiguiendo una jauría de perros. Resbaló y se cayó. Con rapidez, volvió a levantarse, pero vio que Bismarc se había quedado atrás y que le estaba enseñando a Jared los dientes. El estaba inmóvil sin saber lo que hacer.

– Déjalo, Bismarc -le gritó-. No merece la pena que pierdas tu tiempo con él. Vámonos, muchacho.

El perro soltó un gruñido de advertencia y regresó con su ama.

– Buen chico. Le das dado un gran susto. Te perdono por lo que hiciste todas aquellas veces -lloriqueó abrazándose al perro-. ¡Lo odio, lo odio, lo odio!

– No digas eso -susurró Jared. Se había acercado a ella en silencio. La ayudó a levantarse y la estrechó entre sus brazos-. Mírame. Yo te amo. Te he amado desde el momento en que te vi sentada en el muelle. Incluso amo a ese perro porque es tuyo. Quiero que te cases conmigo.

– ¡Suéltame! Se han acabado los días en los que podías torturarme. Te podría perdonar por casi todo, pero por eso no -musitó señalando el libro.

– Ábrelo, Cathy -le dijo él entregándole el ejemplar-. Lee la dedicatoria. Creo que lo dice todo. Yo soy Teak Helm. ¿Lo comprendes ahora?

Si Jared no hubiera estado abrazándola, ella se habría caído al suelo. Tenía la visión borrosa, lo que hacía imposible que pudiera leer las palabras. Jared decidió hacerlo por ella.

Para Cathy… Este libro la necesitaba a ella igual que yo la necesito.

– Ha habido tantas ocasiones en que Como aquella vez en la furgoneta, o lo del incidente de Chunky Y Erica No. No te creo -murmuró ella mirándolo muy atenta.

– Cathy, quiero que me escuches y que creas todo lo que te digo. Aquella vez en la furgoneta no pude. Eras demasiado especial. Ni siquiera sabía lo especial que eras hasta aquel momento. No podía aprovecharme de ti. En cuanto a la ocasión en la que salvaste a Chunky, tuve que ser muy duro contigo. Tenía que hacerte enfurecer para que tuvieras el empuje necesario y volver a la orilla. Yo no podía salvaros a los dos. Erica nunca fue nada para mí, excepto la sustituta de mi secretaria, que suele ser su hermana. Sin embargo, tuvieron que operarla de apendicitis y Erica ocupó su puesto de forma temporal hasta que ella regresó a su trabajo.

– ¿Y qué me dices de esta novela y de Lefty?

– No he plagiado a Lefty Rudder. Yo fui parte de esa aventura. En el libro de mi padre, si recuerdas bien, se mencionaba a un muchacho. Yo era ese muchacho. La experiencia, la idea creativa que tú creías que le había robado a Lefty Rudder eran mis propias experiencias, del modo en que yo las recordaba. ¿Algo más?

– Me mentiste y me dijiste que habías estado en el hospital.

– Y así fue. Me di el alta a mí mismo, pensando que sabía más que los médicos. Me equivoqué y sufrí por ello. ¿Ya está todo?

– Dijiste que parecía que yo tenía dieciséis años.

– Querida mía Ninguna adolescente de dieciséis años podría parecerse a ti. Sabía que no tenías dieciséis. Te lo juro.

– ¿Y dónde has estado todo este tiempo? ¿Por qué has tardado tanto en venir?

– Es todo culpa tuya. ¿Cómo podría transformar un manuscrito que estaba lleno de errores? Tuve que volver a escribirlo. Walter Denuvue me ha dicho que vuelves a ser mi editora, aunque yo le dije que, de ahora en adelante, trabajarías desde casa.

– ¿Y lo sabía mi padre?

– Desde el primer día en que subió a mi yate. Vio un trofeo con el nombre de mi padre y lo reconoció. Yo había oído hablar mucho de Lucas. Igual que él cuenta historias de mi padre, el mío las contaba sobre el tuyo. Debieron haber sido inseparables, igual que nosotros lo vamos a ser a partir de ahora. ¿Te vas a casar conmigo? -preguntó Jared muy ansioso.

Cathy se acercó un poco más a él y levantó la cara hasta que estuvo muy cerca de la de Jared.

– ¿Tuviste alguna vez dudas al respecto? -le dijo. Bismarc aprovechó aquel momento para lanzarse sobre él y morderle la bota-. Ahora no, Bismarc -añadió.

El perro se puso a gemir y se tumbó en la nieve mientras Jared inclinaba la cabeza para besar a Cathy.

Fern Michaels

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