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– Es mejor que tenga en cuenta que los palurdos de por aquí funcionamos a dos velocidades, lento y parado. Al menos, eso es lo que he oído que dicen.

Cathy esbozó una gran sonrisa. «Bien hecho, papá. Así se le dice que el dinero es algo con lo que se compran cosas, no personas», pensó. Al ver la sonrisa de ella, Jared tensó la boca. Lo habían rechazado, algo que, con toda seguridad, no le ocurría muy a menudo. Asintió, pero tenía los ojos grises tan turbulentos como el mar en un día de tormenta.

Lucas le puso la mano en el hombro, como para suavizar la fuerza de sus palabras, y dijo con suavidad:

– Sólo porque vivamos aquí, en este pequeño lugar tan tranquilo llamado Swan Quarter, no significa que no sepamos lo que ocurre en el mundo exterior. También tenemos prioridades: hoy le he dado mi palabra a Jesse Gallagher de que lo ayudaría a arreglar las redes con las que pesca gambas. Mire, señor Parsons, aunque me dijera que tenía un acuerdo comercial de millones de dólares en Lighthouse Point, le seguiría diciendo que las redes de Jesse son mi prioridad. Solo quiero que lo entienda

Sin poder contenerse, como siempre le ocurría, Cathy tomó la palabra.

– Lo que mi padre está tratando de decirle, señor Parsons, es que su dinero no es tan importante aquí, como tampoco lo son sus exigencias, realizadas con voz fría y arrogante. Usted ha venido a buscamos a nosotros, no nosotros a usted.

– Tal vez le sorprenda, señorita Bissette, pero entendí a su padre a la perfección en el muelle y lo comprendo ahora. No hay necesidad alguna para que tenga que interpretar sus palabras.

Estaba furioso, probablemente más de lo que Cathy había visto a ningún hombre. Resultaba evidente por la postura de los hombros y la rigidez de los músculos de la mandíbula. Las personas como Jared Parsons no cedían ante nadie.

– Si está listo, señor Bissette -dijo él. Entonces, se dio la vuelta y miró a su alrededor. Las palabras que pronunció a continuación dejaron atónita a Cathy-. Me gusta esta cocina. Resulta muy acogedora, con todas las plantas y los objetos de cobre. En particular, me encanta la chimenea y las vigas del techo.

Durante una décima de segundo, ella habría jurado que vio una mirada triste en aquellos ojos grises. Sin embargo, desapareció enseguida.

– Cathy decoró así la cocina por una de esas revistas de decoración tan modernas. Tiene buen ojo para lo que resulta cómodo -comentó Lucas, mientras le guiñaba el ojo a su hija.

– Supongo que uno podría decir que, en el fondo, es usted una persona muy casera -observó Jared, con una sonrisa en los labios que no se le reflejó en los ojos. Estos siguieron siendo fríos e inescrutables.

Cathy se sonrió al sentir que él la miraba con tanta fijeza.

– Supongo que podríamos decir eso. Lo que ve es lo que soy.

– Cathy, ¿por qué no nos sigues en el bote para que me puedas traer de vuelta y ahorrarle así al señor Jared el viaje? Después de todo, tiene una invitada a bordo y no queremos absorber todo su tiempo.

– Saldré después de limpiar la cocina. Id delante -respondió ella, sintiendo que aquellos ojos grises la estaban atravesando como si pudieran leerle la mente.

Bismarc se levantó y se estiró. Entonces, miró primero a Lucas y luego a Cathy. El primero se echó a reír.

– Es mejor que dejes a Bismarc aquí encerrado cuando te marches. Si no nos lo llevamos, se vendrá nadando detrás de nosotros.

Cathy sonrió levemente al imaginarse la escena sobre la brillante cubierta del yate de Jared Parsons y la hermosa señorita Marshall gritando a pleno pulmón.

– No lo encierre, señor Bissette -protestó Jared-. Si quiere nuestra compañía, a mí no me importa.

– Si vamos hacer negocios, llámame Lucas.

– Estupendo. Y tú a mí Jared.

– Vámonos, Jared -dijo Lucas, saliendo de la cocina a grandes pasos.

Entonces, los dos fueron de camino por el sendero que salía desde la parte delantera de la casa hasta el muelle. Bismarc iba trotando al lado de Jared. Ella observó cómo acariciaba al perro con una enorme y bronceada mano.

Tras llenar el fregadero de agua caliente, Cathy se sirvió una taza de café y se sentó, pero miró la taza sin tomar ni un sorbo. En vez de eso, tomó la que Jared había utilizado y acarició el asa con el pulgar. Los ojos, de un color azul verdoso, se le oscurecieron. Parecía haber un ligero aroma a colonia masculina flotando a su alrededor, que recordaba que Jared se había sentado justo donde estaba ella. El corazón empezó a latirle a toda velocidad cuando recordó lo atractivo que era. Era justo lo que las mujeres considerarían un macho. Si no fuera tan arrogante y condescendiente

De pasada, se preguntó quién sería su sastre.

Era evidente que todas sus ropas estaban hechas a medida. De eso estaba segura. Gracias a Dios, no iba cargado de joyas que tintineaban sin parar. Sin temor a equivocarse, se podría decir que era un hombre que hacía girar la cabeza a las mujeres y Erica lo tenía todo para ella sola.

Sin embargo, le había gustado su cocina. También sentía simpatía por su padre y por Bismarc y le habían encantado los huevos que le había preparado. Lo sabía por el modo en que los había devorado. ¿Qué pensaría de ella? Cathy sonrió, triste. Como si no lo supiera. Si estuviera al lado de Erica, ni siquiera su propio padre se fijaría en ella. No había comparación alguna, de eso estaba segura.

«Maldito seas, Jared Parsons», pensó. «Mi vida estaba a punto de volver a la normalidad y se te ocurre entrar en este puerto. La vida me está cambiando delante de los ojos. De algún modo, de alguna manera, vas a transformamos. Lo sé, lo presiento, y no estoy segura de que me guste».

Estaba segura de que su padre y Bismarc sentían simpatía por él. Entonces, ¿por qué tenía aquella extraña sensación sobre aquel hombre? Había algo en él que no le causaba buenas vibraciones. No era asunto suyo, pero le habría gustado saber qué era aquello tan urgente que tenía que hacer en Lighthouse Point. ¿Qué haría para ganarse la vida? De repente, le pareció que saberlo era de una vital importancia. Se dijo que no era justo hacer juicios sobre nadie sin conocerlo en profundidad, pero, a pesar de todo, la palabra farsante no dejaba de acudirle a la cabeza cuando veía a Jared Parsons. Sin embargo, después de que Lucas le hubiera puesto las cosas claras, era indudable que los dos hombres se habían hecho amigos. Todo el mundo apreciaba a su padre y Jared Parsons no era una excepción. Su padre tendría al marino comiéndole de la palma de la mano antes de que acabara el día.

Con tanta especulación, no estaba terminando sus tareas. Tenía que fregar los platos y había planeado limpiar el suelo antes de ponerse con las galeradas de Teak Helm. Solo eso era suficiente para enojarla. Había estado deseando sentarse para devorar la última aventura marina de Helm sin que nadie la molestara. En vez de eso, tenía que ir al yate para recoger a su padre. Si lo conocía bien, sabía que estaría horas examinando aquel motor antes de dar su veredicto final sobre el problema.

Para Lucas Bissette, un motor era como una mujer, un completo misterio que sólo los mejores hombres podían descifrar. Por supuesto, aquello no se aplicaba a mujeres como Erica Marshall. Allí no había misterio alguno.

– Daría siete, años de mi vida por poderme parecer a ella -gruñó Cathy mientras secaba los platos con el paño.

A los hombres como Jared Parsons no les atraían las chicas que tenían el aspecto de Cathy Bissette. Las chicas como ella tenían inteligencia. Las chicas como Erica, belleza. Cathy soltó un bufido y retorció el paño como si fuera el cuello de la hermosa secretaria.

– ¿Qué me está ocurriendo? -le preguntó a las paredes de la cocina-. ¿Por qué siento tanto rencor hacia una mujer?

Casi no conocía a Erica Marshall o a Jared Parsons. Decidió que se olvidaría de ambos y volvería a sus asuntos. Iría a recoger a su padre y el resto del día sería suyo para leer las galeradas de Helm. Las cosas solo podían cambiar si ella lo permitía. ¿Qué solía decir su profesor de psiquiatría? Que, en lo que respecta a enfrentarse a las emociones, no hay respuestas probadas o verdaderas. Uno no es responsable de sus emociones. Son algo intangible, sin substancia.