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Se trata, pues, de no suplantar la realidad misma por esquemas interpretativos, especialmente por los que, en virtud de su simplicidad, son más difíciles de descubrir: cosas, todo, universo. El sentido de la realidad pende de su hallazgo originario, que no es otro sino mi encuentro con ella, viviendo. Vivir -no ser- es el sentido radical de la realidad. En el vivir acontece la constitución de lo real en cuanto tal. Sólo la investigación de las estructuras de mi vida me descubre el ámbito de la realidad radical, en la que aparece y cobra su carácter real toda realidad radicada. La metafísica, por tanto, al ponerse en marcha y tratar de cumplir su función de hallar una certidumbre radical, encuentra que es teoría de la vida humana.

VIII LA TEORÍA DELA VIDA HUMANA

Lα metafísica no es una certeza en que "se está"; es una certeza a que "se llega"; supone, pues, un estado de previa incertidumbre, es derivada y originada. Tiene que justificarse a sí misma, tiene que dar razón de cada una de sus verdades. En ese sentido -pero sólo en ése- es sin supuestos. Porque no es posible el adanismo no se hace metafísica desde cero, sino desde una situación que obliga a hacerla; esta situación está definida por diversas certidumbres y, a despecho de ellas, una incertidumbre radical; con esas certidumbres cuenta la metafísica, parte de ellas; pero como realidades, no como certidumbres; es decir, no deriva la suya de éstas, sino al revés: éstas la reclaman y postulan. Cuando la situación vital se radicaliza y el hombre se pone en busca de esa certidumbre radical, está haciendo metafísica, sea cualquiera la idea que tenga de esta ciencia; y por eso se puede hablar con pleno sentido de la metafísica de los antimetafísicos, de la que han hecho los que negaban su posibilidad, es decir, una cierta figura de ciencia que habían encontrado en su tradición inmediata.

Pero al decir que la metafísica es teoría de la vida humana, conviene dar algunas precisiones sobre el carácter de esta teoría. Porque surge una dificultad: hemos dicho que se trata de la realidad radical, y que ésta es justamente lo que queda cuando elimino todas las ideas, teorías e interpretaciones, cuando me quedo con lo que, por ser la nuda realidad con la cual tengo que habérmelas, me obliga a hacer esas teorías e interpretaciones; y se ocurre preguntar: "la vida humana" ¿no es una teoría?

Sin duda alguna. Lo que es realidad estricta es mi vida, es decir, yo con las cosas, yo haciendo algo con mi circunstancia. Hablar en general de "vida humana" es ya una interpretación, teoría o doctrina, todo lo justificada y verdadera que se quiera, pero no por eso menos teórica. La vida humana "en general" no existe, no es real; la que lo es es mi vida -la de cada cual, en la medida en que cada uno va dando su significación a esta expresión circunstancial-; mi vida, que no sólo es ésta en el sentido de ser vida individual, sino en otro más profundo y decisivo: que es una absoluta posición de realidad irreductible, circunstancial y concreta. Y si no hubiese más que esto, no tendría siquiera sentido hablar de "vida humana"; esta noción es una interpretación a la cual llego en virtud de ciertas razones sumamente precisas.

No puedo exponerlas aquí en forma; baste con indicar la primera, suficiente por sí sola para forzarme a elaborar esa interpretación. Mi vida me aparece como convivencia; quiero decir que encuentro en ella, en mi circunstancia, como ingredientes suyos, ciertas realidades en las que reconozco otros "yo" que son por su parte sujetos de otras vidas, de suerte que funcionan como centros de circunstancias de las cuales formo yo parte; es decir, mi vida -única realidad irreductible e inmediata- incluye la referencia a algo que me veo obligado a considerar como "otras vidas"; esto tiene dos consecuencias: primero, me hace descubrirme como un yo frente a un -secundariamente un él o ella-, y por tanto confiere un primer sentido a la expresión "mi vida"; segundo, me muestra el carácter "disyuntivo" de la vida (el ser ésta o ésta o ésta), y de este modo me remite a una nueva noción, "la vida", que tiene una peculiaridad decisiva: no es tanto un universal, una especie o género, digamos la vida en general, sino que la forma concreta en que aparece ese extraño "universal" que es "la vida" es: la vida de cada cual.

Resulta, pues, que mi vida, la realidad radical, me aparece secundaria pero inexorablemente como esta vida concreta, como una disyunción circunstancial de la vida, pero ésta, por su parte, y también inexorablemente, es la vida de cada cual. Esto implica que la relación entre "mi vida" y "la vida" no se parece mucho a la de un individuo con su especie. En este último caso, dada la especie -en sí misma suficiente, al menos como objeto ideal-, puede acontecer que, mediante un "principio de individuación", se individualice en diversos individuos que en cierto respecto -a saber, el de la especie- son intercambiables; o a la inversa, dada una pluralidad de individuos, se descubren en ellos algunas "notas" comunes, de tal manera que, si atiendo a ellas solas y prescindo del resto de su realidad, me ofrecen un aspecto coincidente, que es precisamente el de la especie. Con la vida no ocurre así. Mi propia vida está condicionada por la convivencia; en ella acontece el hecho insoslayable de los otros, y su realidad intrínseca está constituida por el componente histórico-social de las interpretaciones recibidas, a las cuales llamo "cosas". En mi vida se da ya, pues, una referencia a otras vidas, y por tanto a la vida humana. Por el contrario, mientras puedo descansar en un universal cualquiera, la noción "la vida humana" es impensable sin circunstancializarla, sin fundarla en la intuición directa de esta vida, más concretamente de mi vida, única que me es directamente accesible, y sin la cual la "vida en general" es pura y simplemente ininteligible. Frente a todo accidentalismo de la individuación o de la especificidad, la relación entre la estructura funcional e irreal "vida humana" y la realidad singular, circunstancial y concreta "mi vida" es absolutamente intrínseca y necesaria.

La consecuencia de todo esto resultaría, sin este recorrido, inesperada y sorprendente: si bien es cierto que "la vida" no es realidad estricta, sino teoría, esta teoría no es en modo alguno arbitraria, innecesaria o gratuita, sino que viene impuesta por la aprehensión de esa realidad irreductible que es mi vida; y no es esto lo más grave, sino que esta aprehensión tampoco es innecesaria, sino que pertenece a la realidad misma de la vida; con otras palabras, que la vida no es posible -entiéndase bien, posible- sin aprehensión de sí misma, sin proyección imaginativa de su figura, es decir, sin presencia ante sí misma de su estructura como tal "vida humana". A la vida le pertenece intrínsecamente, para poder hacerse, una peculiar "transparencia" en que su propia consistencia se manifiesta. Y esto constituye la justificación última de la metafísica: si recordamos la idea de las funciones "homologas" y "vicarias" y prescindimos, por tanto, de lo que la metafísica tiene de teoría filosófica precisa para retener sólo su función vital, encontramos que ésta pertenece inexorable e intrínsecamente a la vida humana. Dicho con otras palabras, la metafísica no es sino una forma histórica concreta de realizarse uno de los requisitos constitutivos de la vida humana.