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El descubrimiento de lo irreductible -existencia, vida, historia- hizo sentir la radical insuficiencia de todo conocimiento explicativo; y como apresuradamente se había identificado este conocimiento con la función de la razón, se vino a parar, muy razonablemente, en el irracionalismo, que es la historia de dos tercios de siglo de filosofía… y de los rezagados y anacrónicos de un tercio más.

Hubo un momento en que se creyó que el problema estaba resuelto con la descripción: en ella nos quedamos con la cosa misma, con lo irreductible, con esa realidad a la que no podemos renunciar. Y así es sin duda; únicamente, la descripción no basta, y esto por motivos radicales. Porque su insuficiencia no deriva de que las exigencias del conocimiento sean más altas, sino de que no es posible vivir sin ir más allá de la descripción. El irracionalismo no tiene más que un inconveniente importante: que es imposible. La vida me es dada, pero no me es dada hecha -una antigua y decisiva tesis de Ortega-; yo me encuentro con las cosas, en una circunstancia, y tengo que hacer algo para vivir; tengo, pues, que proyectar sobre las facilidades y dificultades con que me encuentro un cierto proyecto o pretensión que imagino, y que a su vez sólo es posible en función del programa total, pretensión o vocación que me constituye. Al proyectar dicho proyecto, las circunstancias me aparecen como posibilidades -o imposibilidades-, entre cuyo repertorio tengo que elegir. ¿Cómo es posible la elección? Si yo no tuviese más que lo que la descripción me puede dar, no tendría más que notas o datos inconexos, y nunca podría decidir. Para ello necesito saber a qué atenerme respecto a la situación total en que me encuentro, hacerme cargo de ella, aprehenderla en su totalidad y en su conexión. Ahora bien, esto es lo que se llama razón. Para dar una "definición" de ella, hace años, me limité a un análisis de lo que quiere decir esta palabra en el uso del lenguaje, en no menos de diez acepciones en que funciona; y la fórmula hallada no fue ni más ni menos que ésta: la aprehensión de la realidad en su conexión. Es decir, para vivir hace falta ir más allá de la descripción, llegar a una razón o teoría, que no ha de ser la vieja teoría predescriptiva, sino la que viene exigida e impuesta por ella misma y por la necesidad vital de decidir y elegir.

Pero con esto no se ha hecho más que empezar. Hay que repensar con algún rigor esa idea de la razón; porque la conexión resulta problemática; no basta con tomar las notas juntas, o ligadas por mera adición, ni siquiera unidas por un vínculo simplemente lógico. La relación de "fundación" que Husserl reclama para las notas integrantes de una esencia es de carácter irreal, y además sólo encuentra su aplicación en cierto tipo muy particular de esencias. Haría falta determinar por qué ciertas notas son notas de una realidad. Aprehensión de la realidad en su conexión, he dicho: ¿cuál es ésta?

"Lo real", "el mundo", "las cosas", "la conciencia" son sólo abstracciones, se entiende, de la unidad real en que se constituyen. La conexión efectiva de la realidad es el sistema de la vida misma, es decir, del vivir. La realidad en su forma concreta es mi vida. Sólo el verbo vivir, mejor dicho, el verbo vivir personalmente conjugado -yo vivo- es concreto. Unicamente en él transparece a la vez la conexión y la concreción de la realidad. Vivir es encontrarse en una situación concreta, que se hace transparente y conexa en el sentido de que sus componentes quedan realmente ligados en una figura a la cual se llama mundo. La decisión en que consiste en cada instante la vida, ese hacer algo con las cosas de mi circunstancia, por algo y para algo -sin eso, como ha mostrado Ortega, hay sólo "actividad", no hacer humano-, se ejecuta aprehendiendo la situación real en que me encuentro; se entiende, en que me encuentro con las cosas. Vivir es, pues, y esto intrínsecamente, aprehender la realidad en su efectiva conexión, en aquella que tiene, quiera yo o no, aparte de mis ideas, como situación en que me encuentro y de la que yo, con mi pretensión, soy un ingrediente esencial. Dicho en una palabra, la vida es la forma concreta de la razón.

Pero, vistas las cosas de otro lado, la vida no es nunca un automatismo, aunque sin mecanismos automáticos no sería posible. Quiero decir que la acción no se desencadena nunca sin más, de un modo obvio y, repito, automático, sino que supone una esencial detención previa, que quita al hacer humano el carácter reactivo y la convierte en hacer originario -brotado de mí mismo- en vista de las cosas. No puedo vivir sin saber a qué atenerme, porque vivir es justamente eso: hacer esto y no lo otro, dadas las circunstancias y en vista de lo que pretendo; pero para saber a qué atenerme tengo que hacer algo, hacerme cargo de mi situación, aprehender lo real en su conexión efectiva, aquella en que lo encuentro al vivir. Y eso es exactamente razonar, pensar. Si por una parte la vida es la razón, su forma concreta, como antes decía, por otra parte la vida sólo es posible mediante la razón.

Veíamos antes que la realidad radical, mi vida, no es posible sin aprehensión de sí misma, sin proyección de su figura, por consiguiente sin esa mínima "teoría intrínseca" -si se me permite la expresión- que es "la vida". Ahora encontramos que el vivir requiere la puesta en marcha de la razón, y que la función de ésta -aprehender la realidad en su conexión efectiva y concreta- sólo se ejecuta viviendo. A esta co-implicación o complicación necesaria de razón y vida es a lo que llama Ortega desde hace cuarenta años razón vital, en su doble vertiente: la razón sin la cual no es posible la vida; la razón que es la vida en su función de aprehender la realidad. Si la realidad radical es la vida, y la metafísica pretende hallar la certidumbre radical acerca de esa realidad, su método, quiero decir el método en que consiste, el camino efectivo para aprehender, poseer y dominar esa realidad en tanto que realidad -por tanto, en tanto que la encuentro y me encuentro con ella, viviendo-, ese método no puede ser otro que la razón vital.