Magnus generalmente de naturaleza apacible y tranquila, alargó la mano y la agarró del brazo. Ella dio un pequeño grito cuando él tiró de ella, y cerró de golpe la puerta.
– Así es -él habló arrastrando las palabras, con esa cadencia dulce, de sonidos líquidos que le llevaban a su niñez-. Por supuesto que estoy dispuesto a mantener el bienestar de nosotros, los negros.
Sus dorados ojos chispearon con ira por su burla. Se sintió aprisionada contra la puerta por su largo cuerpo.
– ¡Deja que me vaya! -le dio un empujón en el pecho, pero aunque los dos eran de la misma estatura, él era mucho más fuerte y era como intentar tumbar un roble con un soplo de brisa.
– ¡Magnus déjame salir!
Quizá él no oyó el tono de pánico en su súplica, o quizá ella le había presionado demasiado a menudo. En lugar de liberarla, fijó sus hombros a la puerta. El calor de su cuerpo le quemaba a través de la falda.
– La señorita Sophronia piensa y actúa como si fuera blanca, cree que mañana se va a despertar y va a ser blanca. Así no tendrá que volver a hablar con los negros otra vez, excepto para darles órdenes.
Ella giró la cabeza y cerró los ojos con fuerza, tratando de aislarse de su desprecio, pero Magnus no había acabado con ella. Su voz se suavizó, pero las palabras no herían menos.
– Si la señorita Sophronia fuera blanca, no tendría que preocuparse de que ningún hombre negro quisiera casarse con ella y tener sus hijos. Ni tendría que preocuparse porque un hombre negro pueda sentarse a su lado y cogerla de la mano cuando se sienta sola, o la abrace cuando sea vieja. No, la señorita Sophronia no debería preocuparse por nada de eso. Ella es demasiado fina para todo eso. ¡Ella es demasiado blanca para todo eso!
– ¡Basta ya! -Sophronia se tapó los oídos con las manos intentando no oír esas crueles palabras.
Él retrocedió para liberarla, pero ella no pudo moverse. Estaba congelada, con la espalda rígida y las manos en los oídos. Unas lágrimas incontrolables bajaban por sus mejillas.
Con un gemido sordo, Magnus cogió ese cuerpo rígido en sus brazos y empezó a acariciarla y a canturrear en su oído.
– Vamos, vamos, chica. Está bien. Siento mucho haberte hecho llorar. Lo último que deseo es hacerte daño. Vamos, todo va a estar bien.
Gradualmente la tensión fue abandonando su cuerpo y durante un momento se apoyó contra él. Era tan sólido. Tan seguro.
¿Seguro? El pensamiento era estúpido. Se soltó y se enfrentó a él, orgullosa, a pesar de las lágrimas que no podía dejar de parar.
– No tienes ningún derecho a hablarme así. No me conoces, Magnus Owen. Sólo crees que me conoces.
Pero Magnus tenía su propio orgullo
– Sé que sólo tienes sonrisas para cualquier hombre blanco que se cruza en tu camino, pero no malgastas ni una mirada en los hombres negros.
– ¿Qué puede ofrecerme un hombre negro? -dijo ella ferozmente-. El hombre negro no ha conseguido ningún poder. A mi madre, mi abuela, y a sus madres antes que a ellas… los hombres negros las amaron. Pero cuando el hombre blanco llamaba a la puerta por la noche, ni uno sólo de esos hombres negros pudieron impedir que se las llevaran. Ninguno de esos hombres negros pudo impedir que vendieran a sus hijos y se los llevaran lejos. Lo único que podían hacer era mantenerse al margen y mirar como ataban a un poste a la mujer que amaban y la azotaban hasta dejarles las espaldas ensangrentadas. ¡No me hables de hombres negros!
Magnus dio un paso hacia ella, pero cuando ella se alejó, anduvo hacía la ventana en su lugar.
– Todo es diferente ahora -dijo suavemente-. La guerra ha acabado. Nunca más serás esclava. Somos libres. Las cosas han cambiado. Podemos votar.
– Eres un tonto, Magnus. ¿Crees que porque los blancos te digan que puedes votar, las cosas serán diferentes? Eso no quiere decir nada.
– Sí quiere decir algo. Ahora eres una ciudadana americana. Te protegen las leyes de este país.
– ¡Me protegen! -la espalda de Sophronia se tensó con desprecio-. No hay ninguna protección para una mujer negra, sólo la que ella misma se consiga.
– ¿Vendiendo tu cuerpo al primer hombre blanco rico que te solicite? ¿Esa es tu manera?
Ella se giró hacía él, azotándolo con su lengua.
– Dime que más puede ofrecer una mujer negra. Los hombres han usado nuestros cuerpos durante siglos y lo único que hemos conseguido a cambio es una prole de hijos a los que no podíamos proteger. Bien, yo quiero más que eso, y voy a conseguirlo. Voy a tener una casa, vestidos y buena comida. ¡Así estaré segura!
Él se estremeció.
– ¿No crees que esa es otra clase de esclavitud? ¿Así piensas conseguir tu seguridad?
Los ojos de Sophronia no dudaron.
– No sería esclavitud si yo elijo al señor y pongo las condiciones. Y sabes de sobra que ya lo habría conseguido si no hubiera sido por ti.
– Cain no iba a darte lo que querías.
– Te equivocas. Me hubiera dado lo que le hubiera pedido si tú no lo hubieras estropeado.
Magnus puso la mano sobre el respaldo del sofá de damasco rosa.
– No hay ningún hombre en el mundo al que respete más que a él. Me salvó la vida, y haría cualquier cosa que me pidiera. Es justo, honesto y todos los que trabajan para él lo saben. No le pide a nadie que haga lo que puede hacer él mismo. Los hombres le admiran por eso, y yo también. Pero es un hombre duro con las mujeres, Sophronia. Ninguna le ha llegado dentro.
– Él me quería, Magnus. Si no nos hubieras interrumpido esa noche, me hubiera dado lo que le hubiera pedido.
Magnus se acercó a ella y tocó su hombro. Ella retrocedió instintivamente aunque su tacto le resultó extrañamente consolador.
– ¿Y que habría pasado? -preguntó Magnus-. ¿Habrías podido esconder ese escalofrío que recorre tu cuerpo cada vez que un hombre te toca el brazo? ¿Aunque él sea rico y blanco, habrías podido olvidar que también es un hombre?
Eso golpeaba directamente en sus pesadillas. Sé dio la vuelta y a ciegas se dirigió hacía el escritorio. Cuando estuvo segura que su voz no la delataría y poniendo su expresión más fría le miró.
– Tengo trabajo que hacer. Si no puedes traerme estos suministros, enviaré a Jim en tu lugar.
Ella pensó que no le contestaría, pero finalmente él se encogió de hombros.
– Te traeré esos suministros -y sin más, se dio la vuelta y la dejó sola.
Sophronia se quedó mirando fijamente la puerta y durante un instante sintió el deseo abrumador de ir tras él. La sensación se desvaneció. Magnus Owen podía ser el capataz de la plantación, pero seguía siendo un hombre negro y nunca podría protegerla.
10
A Kit le dolían todos los músculos del cuerpo mientras bajaba las escaleras a la mañana siguiente. En contraste con los pantalones del día anterior, llevaba un vestido de muselina de un pálido color violeta, y un delicado chal de encaje blanco alrededor de los hombros. En las manos, llevaba un sombrero de paja.
Miss Dolly la esperaba pacientemente junto a la puerta de la calle.
– Bueno, no estás todavía correcta. Súbete bien ese guante, querida, y colócate bien la falda.
Kit hizo lo que le pedía sin dejar de sonreír.
– Usted está realmente guapa.
– Oh, gracias, querida. Trato de tener un aspecto agradable, pero no es tan fácil como antes. Ya no tengo la juventud a mi favor, ya sabes. Pero mírate tú. Ni un sólo hombre de esta congregación será capaz de pensar como un caballero esta mañana cuando te vea con ese aspecto de pastel de azúcar, es más, querrán devorarte.
– Me siento hambriento sólo con mirarla -dijo una perezosa voz a sus espaldas.
Kit se puso el sombrero de paja en la cabeza, dejando las cintas sueltas.
Cain estaba apoyado en el marco de la puerta de la biblioteca. Iba vestido con una levita gris perla, con pantalones y chaleco negros. Completaba su atuendo un elegante corbatín color burdeos con diminutas rayas blancas sobre su camisa blanca.