El sonido que hizo llegaba desde lo más profundo de su alma.
Su sonrisa era plena y llena de satisfacción. Él besó el hueco de su garganta, y después los mismos pezones que tan expertamente había torturado con los dedos.
Unos molinillos ardientes se movieron detrás de sus ojos cuando el succionó. Cuándo ella pensaba que no podría soportarlo más, su boca siguió hacía abajo por su cuerpo, al suave estómago que dejaba expuesto la abertura de sus pantalones. Él la besó allí, y comenzó a bajárselos por las caderas.
Finalmente se los bajó del todo, quedando desnuda salvo por su camisa blanca abierta.
Cada nervio de su cuerpo tembló. Ella estaba asustada. Quieta. Ruidos extraños llenaban su cabeza.
– Ábrete para mí, dulzura.
Su mano se posó allí… tocando… separando… Oh, sí…
Sus dedos la tocaban íntimamente como el tacto de una pluma. Le separó suavemente los muslos. Estaba completamente expuesta a su mirada, y el primer ramalazo de pudor la golpeó. La Vergüenza de Eva. Ahora la sometería a esa horrible cosa tan trascendental que los hombres le hacían a las mujeres.
Hay dolor… Hay sangre…
Pero no sentía ningún dolor. Él acariciaba los rizos entre sus muslos, y era la sensación más maravillosa que nunca hubiera imaginado sentir.
Su respiración se espesó, y los músculos de sus hombros temblaron bajo sus manos. Su miedo volvió. Él era tan poderoso y ella se sentía indefensa.
Podría desgarrarla. Estaba a su merced.
– Espera -susurró ella.
Él levantó la cabeza, con los ojos misteriosamente vidriosos.
– Yo debería… yo necesito…
– ¿Qué pasa?
Su miedo había desaparecido pero no su ansiedad. Sabía que tenía que decirle la verdad.
– No era cierto -dijo por fin-. Lo que te dije. Yo no… no he estado nunca con ningún hombre.
Su frente se arrugó.
– No te creo. Es otro de tus juegos.
– No.
– Quiero la verdad.
– Estoy diciendo la verdad.
– Hay una forma de descubrirlo.
Ella no entendió ni siquiera cuando sintió sus manos entre sus muslos. Contuvo el aliento cuando sintió un dedo en su interior.
Cain la sintió estremecerse, oyó su jadeo de sorpresa, y algo en su interior se desgarró. La membrana estaba allí, tenaz superviviente de su rebelde y áspera niñez. Tensa como la piel de un tambor, fuerte como ella, la protegía todavía, aunque en ese momento él la maldijera.
Se puso de pie de un salto, y le gritó.
– ¿Es qué nada en tí es lo que debería ser? -odiaba sentirse tan vulnerable.
Ella le miró con detenimiento desde su lecho de musgo. Todavía tenía las piernas abiertas. Largas y delgadas, guardaban los secretos que nunca había compartido con ningún hombre. Incluso cuando agarraba su camisa y se la ponía, estaba deseándola con una ferocidad que le hacía temblar, y le dolía comprobar como le consumía.
Se dirigió hacía el lugar donde estaba atado su caballo. Antes de montarlo, se giró hacía ella tratando de infligirle algo de su propio tormento. Pero no podía pensar en palabras suficientemente crueles.
– Esto entre nosotros sigue inacabado.
13
Brandon se lo propuso en la tertulia de la iglesia el miércoles por la noche. Aceptó su oferta de matrimonio, pero, pretextando dolor de cabeza, rehusó la invitación a dar un paseo por el campo que rodeaba la iglesia. Él le besó la mejilla, la llevó de regreso con Miss Dolly, y le dijo que iría a Risen Glory al día siguiente por la tarde para pedir el consentimiento de Cain.
Kit no había mentido sobre su dolor de cabeza. Últimamente apenas dormía, y cuando lo hacía, se despertaba agitada recordando la extraña y torturada expresión que había visto en la cara de Cain cuando descubrió que ella todavía era virgen.
¿Por qué había permitido que la tocara así? Si hubiera sido Brandon, podía comprenderlo. Pero Cain… De nuevo esa sensación que había algo equivocado en ella.
La tarde siguiente, cabalgó un rato en Tentación, después se puso un vestido viejo y dio un paseo con Merlín. Cuando volvió, encontró a Brandon delante del porche.
En su mirada se reflejaba un gesto de desaprobación.
– Espero que nadie te haya visto con ese vestido.
Sintió una chispa de irritación, aunque sabía que era culpa suya. Le había dicho que vendría esta tarde, pero no había pensado ni un momento en sacar tiempo para ir a cambiarse. Realmente estaba despistada.
– He salido a pasear por el bosque. ¿Has hablado con Cain?
– No. Lucy me ha dicho que está en el prado. Hablaré allí con él.
Kit asintió brevemente con la cabeza y lo vio alejarse. Sintió un nudo en el estómago. Tenía que ponerse a hacer algo o se volvería loca. Entró en la cocina, saludó a Patsy, y se dispuso a mezclar los ingredientes para hacer una hornada de los bizcochos preferidos de Miss Dolly.
Sophronia entró mientras trabajaba y miró con el ceño fruncido como golpeaba ruidosamente la masa con el mazo de madera.
– Me alegro de no ser esos bizcochos. Para alguien que, como se supone, va a casarse pronto, no pareces demasiado feliz.
Todos sabían lo que ocurría. Incluso Lucy había encontrado una excusa para entrar en la cocina detrás de Sophronia, que en ese momento se disponía a moler en un molinillo de madera los granos de café que había sacado de un saco de arpillera de la despensa.
– Por supuesto que estoy feliz -Kit dio otro golpe a la masa-. Estoy nerviosa, eso es todo. -Una novia tiene derecho a estar nerviosa -Patsy cogió un cuchillo y se puso a pelar melocotones para preparar un pudin.
Lucy que estaba cerca de la ventana, fue quién lo vio primero.
– Vamos, el señor Parsell vuelve del prado.
Rápidamente, Kit cogió un paño para limpiarse las manos llenas de masa, salió corriendo hacia la puerta trasera y se dirigió hacia Brandon, pero al ver su expresión, su sonrisa se desvaneció.
– ¿Qué ha pasado?
Él no disminuyó el paso.
– Cain no me ha dado su consentimiento.
Kit se sintió como si un vendaval la sacudiese.
– Ha dicho que no estamos hechos el uno para el otro. Es insufrible. Un Parsell siendo despedido así por un bruto yanqui.
Kit lo agarró del brazo.
– No podemos dejar que se salga con la suya, Brandon. Es demasiado importante. Tengo que recuperar Risen Glory
– Es tu tutor. No hay nada que podamos hacer. Él controla tu dinero.
Kit apenas notó que ninguno de los dos había hablado de amor, sólo de la plantación. Estaba demasiado enfadada por su negación.
– Tú quizás puedas rendirte, pero yo no.
– No hay nada que pueda hacer. Él no va a cambiar su manera de pensar. Sencillamente tendremos que aceptarlo.
Ya no le escuchaba. En ese momento, se giró y se dirigió firmemente y con grandes zancadas hacía prado.
Brandon la miró durante un instante, luego se dirigió hacia el frente de la casa donde estaba su caballo. Mientras montaba, se preguntaba si no sería lo mejor. A pesar de la belleza cautivadora de Kit y su fértil plantación, había en ella algo que le inquietaba. Tal vez era eso lo que trataban de advertirle las voces de sus antepasados que le susurraban en los oídos.
Ella no es el tipo de esposa adecuada para un Parsell… ni siquiera para uno arruinado.
Cain estaba apoyado con un pie en el tablón inferior de la cerca blanquecina, mientras observaba los caballos pastando. Ni siquiera se molestó en girarse cuando notó la llegada de Kit detrás de él, aunque tenía que haber sido sordo para no oír sus pasos enfadados.
– ¿Cómo puedes hacerme esto? ¿Por qué has rechazado a Brandon?
– No quiero que te cases con él -contestó, sin molestarse en mirarla.
– ¿Es esto un castigo por lo que pasó ayer en el estanque?
– Esto no tiene nada que ver con lo que sucedió ayer -dijo en un tono tan monótono que ella supo que estaba mintiendo.