Выбрать главу

Él volvió con el crepúsculo y desmontó con la gracia lenta y fácil que ya no la engañaba. Llevaba una camisa blanca limpia y pantalones beige, en claro contraste con el aspecto inmundo de ella. Sacó algo de sus alforjas y caminó hacía ella, con el rostro oculto por el ala de su sombrero.

La miró fijamente un instante, y se agachó a su lado. Con hábiles movimientos desató el nudo que ella no había podido deshacer. Cuando se vio libre de la cuerda, se acurrucó contra la rueda del carromato.

Él le lanzó la cantimplora y abrió el paquete que había sacado de las alforjas. Llevaba un panecillo tierno, un trozo de queso, y una loncha de jamón frío.

– Come -le dijo sin más.

Ella negó con la cabeza.

– No tengo hambre.

– Come de todas formas.

Su cuerpo tenía una necesidad más acuciante que la comida.

– Necesito algo de privacidad.

Él sacó un puro del bolsillo y lo encendió. El resplandor del fósforo lanzó una sombra roja parecida a la sangre sobre su rostro. Cuando la apagó, quedó sólo la punta incandescente del cigarro y la línea despiadada de su boca.

Él señaló con la cabeza hacía un grupo de arbustos apenas a diez metros de distancia.

– Allí mismo. No te alejes más.

Estaba muy cerca para tener intimidad, pero había perdido el lujo de la libertad cuando amontonó serrín cerca de la viga de la segunda planta del molino.

Tenía las piernas rígidas. Se levantó torpemente y tropezó con los arbustos. Rogó para que él se alejara un poco, pero no lo hizo y añadió la humillación a todas las dolorosas sensaciones que estaba sintiendo.

Cuando terminó, volvió y cogió a la comida que le había traído. Quería demorarse todo lo posible, y comió despacio. Él no hizo ningún intento de meterle prisa, y se apoyó contra carreta como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Estaba ya oscuro cuando terminó de comer. Todo lo que podía ver era la punta roja del puro y el esbozo de su silueta.

Él anduvo hacia su caballo. Las nubes dejaron ver la luna y los bañó en una luz plateada. La hebilla de cobre de su cinturón brilló cuando se volvió hacía ella.

– Sube. Tú y yo tenemos una cita.

Su tono, terriblemente seco la asustó.

– ¿Qué tipo de cita?

– Con un ministro. Vamos a casarnos.

Su mundo dejó de girar.

– ¡Casarnos! ¿Has perdido el juicio?

– Seguramente.

– Antes me casaría con el diablo.

– Es lo mismo. Pronto lo averiguarás.

La noche era cálida, pero la fría certeza de su voz le helaba la sangre.

– Has quemado mi molino -dijo él-. Y ahora vas a pagar para reconstruirlo. Parsell no es el único que se casará contigo por tu dinero.

– Estás loco. No lo haré.

– No tienes elección. Sube. Cogdell está esperándonos.

A Kit casi se le doblaron las rodillas de alivio. El reverendo Cogdell era su amigo. Una vez que le contara lo que Cain tramaba, se pondría de su parte. Se dirigió a Vándalo y comenzó a montar.

– Delante de mí -gruño él-. He aprendido a fuerza de golpes no darte nunca la espalda.

Él la colocó delante y después montó. No habló hasta que salieron a campo libre.

– No conseguirás ayuda de Cogdell, si eso es lo que esperas. Le he confirmado sus peores temores y nada le impedirá casarnos ahora.

Su corazón dio un vuelco.

– ¿De qué temores estás hablando?

– Le he dicho que te he dejado embarazada.

Ella no podía creer lo que estaba escuchando.

– ¡Yo lo negaré! Esto no te va a salir bien.

– Puedes negarlo cuanto quieras. Ya le he dicho que lo harías. Se lo he explicado todo. Desde que has descubierto que estás embarazada te comportas de forma irracional. Incluso has tratado de matarme con el incendio. Por eso no podía dejar que continuaras así.

– No.

– Le he dicho que llevo semanas pidiéndote que nos casemos, y así nuestro hijo no será bastardo, pero tú no estás de acuerdo. Dijo que nos casaría esta noche, no importa cuanto protestaras. Puedes pelear todo lo que quieras, Kit, pero al final no te servirá de nada.

– No vas a salirte con la tuya.

Su voz se ablandó.

– Ten cuidado, Kit. Vas a ahorrarte mucho sufrimiento si haces lo que te digo.

– ¡Vete al infierno!

– Estaré allí a tu disposición.

A pesar de cuanto lo maldijera, era consciente que había perdido. Era una especie de justicia horrible. Había hecho algo malo, y ahora pagaría por ello.

Todavía hizo un último esfuerzo cuándo vio al reverendo y a su esposa esperándolos en la vieja iglesia de los esclavos. Saltó del caballo y corrió hacía Mary Cogdell.

– Por favor… lo que Cain les ha dicho no es verdad. No estoy embarazada. Nosotros nunca…

– Ya, ya, querida. No te alteres -sus amables ojos castaños se nublaron de lágrimas mientras le acariciaba el hombro-. Necesitas calmarte por el bien del bebé.

En ese momento Kit supo que no podría escapar a su destino.

La ceremonia fue afortunadamente breve. Después Mary Cogdell la besó en la mejilla y el reverendo la aconsejó obedecer a su marido en todo. Escuchó decirle a Cain que Miss Dolly había aceptado pasar la noche con ellos, y comprendió que Cain había conseguido sacarla de la casa.

La llevó hacía Vándalo y partieron para Risen Glory. Cuanto más se acercaban, más crecía su pánico. ¿Qué pensaba hacer con ella cuando estuvieran solos?

Llegaron a la casa. Cain desmontó y le pasó las riendas a Samuel. Entonces agarró a Kit de la cintura y la bajó al suelo. Durante un momento sus rodillas amenazaron con doblársele, y él la estabilizó. Ella se recuperó y se separó.

– Ya tienes mi dinero -dijo cuando Samuel desapareció-. Ahora déjame sola.

– ¿Y negarme el placer de mi noche de bodas? No lo creo.

Su estómago se encogió.

– No va haber noche de bodas.

– Estamos casados, Kit. Y esta noche voy a poseerte.

La Vergüenza de Eva. Si no estuviera tan agotada, discutiría con él, pero no le salían las palabras.

Las luces de la casa de Magnus brillaban en la oscuridad al final del huerto. Se recogió las faldas y echó a correr hacia allí.

– ¡Kit! ¡Vuelve aquí!

Ella corrió más rápido. Tratando de huir de él. Tratando de huir de su propio carácter vengativo.

– ¡Magnus! -gritó ella.

– ¡Kit, detente! Está oscuro. Vas a hacerte daño.

Corrió por el huerto, saltando sobre las raíces que sobresalían de la tierra, y que conocía tan bien como la palma de su mano. Detrás de ella, él maldijo cuando tropezó en una de esas raíces. Sin embargo, le ganaba terreno.

– ¡Magnus! -gritó ella otra vez.

Y luego estaba por todas partes. Por el rabillo del ojo vio a Cain lanzarse por el aire. La derribó desde atrás.

Ella gritó cuando ambos cayeron a la tierra.

Él la sujetó contra su cuerpo.

Ella levantó la cabeza y hundió los dientes en la musculosa carne de su hombro.

– ¡Maldita sea! -la separó de él con un gruñido.

– ¿Qué pasa aquí?

Kit dio un sollozo de alivio al oír la voz de Magnus. Se escapó y corrió hacia él.

– ¡Magnus! Deja que me quede en tu casa esta noche.

Él puso suavemente la mano en su brazo y se giró hacia Cain.

– ¿Qué estás haciéndole?

– Tratando de impedir que se mate ella misma. O a mí. Ahora mismo, ya no sé cual de los dos corre más peligro.

Magnus la miró interrogativamente.

– Ahora es mi esposa -dijo Cain-. Me he casado con ella hace una hora.

– ¡Me obligó a hacerlo! -exclamó Kit-. Quiero quedarme en tu casa esta noche.

Magnus frunció el ceño.

– No puedes hacer eso. Ahora le perteneces.

– ¡Yo me pertenezco a mí misma! Podéis iros al infierno los dos.

Se dio la vuelta para escapar, pero Cain fue demasiado rápido. Antes de poder salir corriendo, la cogió y se la echó al hombro.