Sólo una vez había aceptado recibir una visita, y fue el sábado por la tarde cuándo Lucy le anunció que el señor Parsell estaba abajo. Brandon sabía lo que pensaba de Cain, de modo que debía suponer que la había forzado a contraer matrimonio. Quizá había pensado en una forma de ayudarla.
Rápidamente se cambió los pantalones por un vestido que había llevado el día anterior y bajó deprisa al salón. Él se levantó del sofá para recibirla.
– Señora Cain -le hizo una ceremoniosa reverencia-. He venido a extenderte mis felicitaciones así como los mejores deseos de parte de mi madre y mis hermanas. Espero que el Major Cain y tú seáis muy felices.
Kit sintió una histérica burbuja de risa crecer en su interior. Él se comportaba como si no hubiera habido nada entre ellos, como si fueran unos amigos distantes.
– Gracias, señor Parsell -respondió, tratando de poner el mismo tono.
Sostenida por su orgullo, jugó impecablemente el papel para el cual la Academia Templeton la había entrenado. Durante los veinte minutos siguientes, habló de los rosales que crecían cerca de la entrada de la casa, la salud del presidente del Banco de Ciudadanos y Plantadores, y la posibilidad de comprar una nueva alfombra para la iglesia.
Él respondió a cada tema y ni una sola vez intentó referirse a alguno de los acontecimientos que habían compartido menos de una semana antes. Cuándo se despidió, exactamente veinte minutos después de su llegada, se preguntó por qué le había llevado tanto tiempo admitir que era un completo idiota.
Pasó la tarde acurrucada en un sillón en la sala de estar, con su viejo y gastado libro de los Ensayos de Emerson en el regazo. Enfrente tenía el escritorio de caoba donde Sophronia trabajaba con las cuentas de la casa. Cain esperaría que ahora ella asumiera el control, pero Sophronia no apreciaría su interferencia, y Kit no tenía ningún interés en contar manteles. Ella no quería llevar la casa. Ella quería llevar las tierras.
Cuando llegó la noche, Kit se hundió más profundamente en su desesperación. Él podría hacer lo que quisiera con su plantación, y no podría impedírselo. Aunque él se preocupaba más por el molino que por los campos. Tal vez decidiera cortar los campos para hacer un camino. Y además era un jugador. ¿Y si despilfarraba el dinero de su fideicomiso? ¿Y si decidía vender la tierra para conseguir dinero en efectivo?
El reloj del vestíbulo tocó la medianoche y sus pensamientos se volvieron aún más lúgubres. Cain era un nómada y ya había vivido allí tres años. ¿Cuánto tardaría en decidir vender Risen Glory y marcharse a otro lugar?
Trató de convencerse que Risen Glory estaba segura por ahora. Cain estaba preocupado por trabajar en el molino, de modo que no era probable que hiciera nada drástico de forma inmediata. Aunque estaba en contra de su naturaleza, debía tener paciencia.
Sí, Risen Glory estaba segura pero, ¿y ella? ¿Qué pasaba con el torrente de calor que hacía hervir su sangre cuando él la tocaba? ¿O la agitación interior que sentía siempre que lo miraba? ¿Se estaba repitiendo la historia? ¿La sangre Weston llamaba a la sangre Cain como había ocurrido ya una vez, en la unión que casi había destruido Risen Glory?
– ¿Katharine Louise por qué no estás en la cama? -Miss Dolly estaba de pie en la puerta, con su gorro de dormir torcido y un gesto de preocupación en la cara.
– Me siento inquieta. Lamento haberla despertado.
– Déjame darte un poco de láudano, querida. Así podrás dormir.
– No lo necesito.
– Claro que sí, Katharine. No seas obstinada.
– Está bien -acompañó a Miss Dolly arriba pero la mujer mayor rechazó dejarla sola hasta que Kit tomó varias cucharaditas de láudano.
Se durmió, sólo para ser asaltada por gran cantidad de imágenes producidas por el opio. Hacía el amanecer, un gran león dorado vino a ella. Olió a su macho, olor a selva, pero en lugar de sentir miedo, enterró los dedos en su melena y lo acercó más a ella.
Gradualmente, el león se transformó en su marido. Él susurró palabras de amor y comenzó a acariciarla. A través del sueño, ella sintió su piel. Era cálida y tan húmeda como la suya.
– Voy a poseerte ahora -susurró su marido del sueño.
– Sí -murmuró ella.
Él la penetró entonces y su cuerpo ardió en combustión. Se movió con él, subió con él, y justo antes que las llamas la consumieran, gritó su nombre.
Todavía sentía los efectos del sueño provocado por el láudano cuando despertó por la mañana. Miró fijamente la seda rosa y verde del dosel, tratando de desprenderse del atontamiento que producía los efectos secundarios de la medicina. Pareció tan real… el león dorado que se había convertido bajo sus manos en…
Rápidamente se incorporó en la cama.
Cain estaba afeitándose tranquilamente delante del espejo colgado sobre la jofaina. Llevaba sólo una toalla blanca cubriéndole las caderas.
– Buenos días.
Ella le fulminó con la mirada.
– Vete a tu propia habitación a afeitarte.
Él se giró y miró con inequívoco placer sus senos.
– Aquí es mejor el paisaje.
Comprendió que la sábana se le había caído hasta la cintura, y rápidamente se la subió hasta la barbilla. Entonces vio su camisón arrugado en el suelo. Él se rió cuando la vio contener el aliento. Ella levantó la sábana y se tapó hasta la cabeza.
Estaba claro. La humedad entre sus muslos no era imaginaria.
– Fuiste una gata salvaje anoche -dijo él claramente divertido.
Y él había sido un león.
– Estaba drogada -replicó ella-. Miss Dolly me hizo tomar láudano. No me acuerdo de nada.
– Entonces supongo que tendrás que fiarte de mi palabra. Fuiste dulce y sumisa, y me dejaste hacer todo lo que quise.
– ¿Quién está soñando ahora?
– Anoche tomé lo que me pertenece -dijo él en un tono deliberado-. Es bueno para tí que tu libertad sea cosa del pasado. Evidentemente necesitas una mano firme.
– Y tú, evidentemente, necesitas una bala en el corazón.
– Sal de la cama y ponte un vestido, esposa. Ya te has escondido demasiado.
– Yo no me he escondido.
– Eso no es lo que he oído -él se aclaró la cara y cogió una toalla para secarse-. Ayer vi a una de nuestras vecinas en Charleston. Con evidente placer me informó que no estás recibiendo a las visitas.
– Perdóname si no estoy ansiosa por escuchar a todo el mundo chasquear sus lenguas porque me he casado con un yanqui, que además me ha abandonado un día después de mi boda.
– ¿Eso es lo que realmente te duele, no? -dejó la toalla-. No tuve elección. El molino debe ser reconstruido para la cosecha de este año, y necesitaba encontrar suministro de madera y contratar carpinteros.
Él caminó hacía la puerta.
– Quiero que te vistas y estés abajo en media hora. El coche estará esperando.
Ella lo miró con desconfianza.
– ¿Para qué?
– Es domingo. El señor y la señora Cain van a la iglesia.
– ¡A la iglesia!
– Así es, Kit. Esta mañana vas a afrontarlos a todos, y dejarás de comportarte como una cobarde.
Kit se puso en pie de un salto llevando la sábana consigo.
– ¡Yo no he sido una cobarde en mi vida!
– Cuento con ello -y desapareció por la puerta.
Nunca lo admitiría, pero él tenía razón. No podía continuar escondiéndose más. Maldiciendo entre dientes, echó la sábana a un lado y se lavó.
Decidió llevar el vestido de nomeolvides en muselina azul y blanco que había llevado la primera noche de su regreso a Risen Glory. Después de ponérselo, se hizo un moño flojo, complementado con un casquete de satén beige y azul sobre la cabeza. Joyas, sólo llevaba su detestado anillo de boda y unos pequeños pendientes de labradoritas.